Pistolero es el nuevo film de Nicolás Galvagno protagonizado por Lautaro Delgado Tymruk, Diego Cremonesi, Juan Palomino, María Abadi y Sergio “Maravilla” Martínez. Un western con grandes escenas de acción que esconde en su trastienda un profundo drama existencialista en torno al dilema moral que atraviesa el protagonista.
El relato se enfoca en las experiencias de Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk) y su hermano Claudio (Sergio “Maravilla” Martínez) durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, dos hombres que siempre han estado al margen de la ley y estrechamente vinculados al ejercicio de la violencia para sobrevivir en un mundo hostil. Pero el telón de fondo no es inocente: todos los hechos transcurren en el marco de un gobierno de facto que —por su misma naturaleza— se desarrolla por fuera de los límites legales. ¿Dónde reside entonces el origen de todos los males que afectan la trama social?
Pistolero presenta un profundo dilema moral con personajes complejos, de gran espesor. Mendoza es un delincuente que vive por fuera de las reglas sociales en varios sentidos: lleva la vida nómade propia de los bandidos rurales, duerme al aire libre, pide (y a veces exige) asilo y comida a los vecinos del pueblo, se dedica a robar la propiedad de las familias más acomodadas de la zona y rara vez se afinca en un lugar por demasiado tiempo. El punto de inflexión será su encuentro con una maestra (María Abadi), quien podría representar la mejor razón para salir del mundo delictivo y modificar su destino.
Con la eficacia a la que nos tiene acostumbrados, Diego Cremonesi le da vida a un italiano un poco loco que se une al equipo de los hermanos Mendoza para realizar los atracos. Juan Palomino, por su parte, encarna al antagonista: un comisario de pueblo obsesionado con atrapar a la banda de ladrones. Sergio «Maravilla» Martínez sorprende por su soltura frente a cámara y compone con solidez a este forajido recién salido de la cárcel. Resulta muy interesante la atmósfera mítica que se va creando entre los pueblerinos alrededor de la figura de Isidoro, erigido como una suerte de «Robin Hood nacional y popular».
Pistolero puede presentarse como un western criollo en virtud de las escenas de acción (muy logradas técnica y estéticamente). Sin embargo, en la trastienda del relato se esconde un verdadero drama existencialista, «un ensayo sobre la violencia», tal como plantea su director. La película de Galvagno presenta el problema del hombre y su destino: ¿lo elige o está condenado a él indefectiblemente? ¿Existe el libre albedrío o todo está determinado desde el inicio de una vida? Mendoza (el apellido parece ser un pequeño homenaje a la provincia donde se rodó este film) es el hombre solitario devorado por su entorno: el campo abierto resultará su mejor refugio y la naturaleza su mejor aliada.
Es un relato de los márgenes que gira en torno a la violencia, pero también indaga el drama del individuo que se sabe condenado a un destino impuesto por otros. La película presenta varias capas y sus personajes múltiples dimensiones: el amor, la amistad, la lealtad, la justicia, la traición, el sentido de pertenencia a una clase. ¿Qué espacio queda para la «legalidad» cuando el sistema social está quebrado desde las cúpulas? ¿Cómo sobreviven quienes están en los lugares más bajos de la pirámide? Por eso mismo es interesante que aparezca el mito como elemento redentor y, en algún sentido, también como oráculo.
Enormes actuaciones (vale destacar la labor de Delgado Tymruk, Cremonesi y Abadi), buenos diálogos para sostener la curva dramática de los personajes, climas muy logrados desde la elección de los planos y escenas de acción perfectamente afinadas desde la técnica. El momento onírico en el que la pareja protagónica se sumerge en una bañera instalada en medio del campo es de los más ilustrativos acerca de todo lo que puede decirse a través de la sutileza presente en la mirada y en los cuerpos. En tres palabras: muy buen cine.