Los amantes de la Casa Azul es la última pieza escrita por Mario Diament y dirigida por Daniel Marcove, una dupla creativa que gestó otros proyectos como Tierra del fuego, Franz & Albert o Moscú. La nueva creación pone el foco en el romance clandestino entre Frida Kahlo y León Trotsky durante su exilio en México. Puesta lograda y afinadas actuaciones. Puede verse los viernes a las 20 hs. y los sábados a las 22.15 hs. en El Tinglado (Mario Bravo 948).
Frida Kahlo, León Trotsky, Diego Rivera y Natalia Sedova. Nombres fuertes, con peso propio. Cuatro personajes históricos de gran magnitud, que de algún modo marcaron un antes y un después en su época. Cada uno de ellos registra una potencia inusitada en su individualidad, pero si se los reúne en una misma trama, en torno a un relato sólido, la intensidad crece en la dimensión colectiva. El dramaturgo Mario Diament opta por expandir la potencia de esa constelación a partir del romance clandestino entre Frida y León.
Corre el año 1937 y Trotsky (Roberto Mosca) se ve obligado a abandonar su tierra a causa de la persecución stalinista. La huida lo lleva a recorrer varios países de Europa y Latinoamérica junto a su esposa Natalia (Silvia Kanter): al llegar a México, la pareja conformada por la pintora Frida Kahlo (Maia Francia) y el muralista Diego Rivera (David Di Napoli) les ofrecen refugio en la célebre Casa Azul. Ese encuentro desembocará en un affaire tan breve como intenso entre la artista y el político exiliado.
Resulta sumamente atractivo ver en escena a estos grandes personajes de la historia envueltos en enredos amorosos, celos, antiguos resentimientos, engaños, venganzas y pequeñas miserias. Se trata de una obra con aires de novelón que, sin embargo, está muy lejos de banalizar el espesor histórico de los vínculos. La decisión narrativa de colocar este amor clandestino como epicentro del relato es el primer acierto desde la dramaturgia, porque nos permite asistir a eventos de alta tensión dramática. Todos los personajes que intervienen están atravesados de algún modo por el espíritu revolucionario de la época, en sus diversos planos: el arte, la política, la vida, el amor.
La creación de Diament hace que la ficción se cruce con la realidad histórica de manera auspiciosa; hay lugar para la invención sin necesidad de romper el pacto de verosimilitud con los espectadores. Daniel Marcove traduce esos cruces con interesantes recursos desde la puesta: por momentos la acción dramática se detiene para dar lugar al pensamiento de los protagonistas que, en forma de monólogos frente a público con iluminación propia, establecen altos niveles de complicidad e intimidad con los presentes, casi al modo de una confesión dicha al oído.
El enfoque convierte a este relato en una historia de personajes (¡y qué personajes!). Esa es una de las principales razones por las cuales la actuación resulta clave para poder ver a estas criaturas humanizadas, más allá de las estatuas de bronce o la iconografía fetichista a la que han sido condenadas por el capitalismo. Roberto Mosca, Silvia Kanter y David Di Napoli llevan adelante un trabajo sobresaliente, pero la labor de Maia Francia en la piel de Frida se destaca no sólo por el parecido físico (más que logrado), sino por los detalles de composición y el manejo sutil de los distintos tonos que debe atravesar esta mujer embriagada por el amor, por el deseo de vivir y, aún así, sumamente vulnerable luego de haber visto de cerca a la muerte.
La escenografía acotada y precisa, el vestuario de época, el diseño de luces y la música mexicana configuran el paisaje perfecto para que se desarrolle este relato, que recupera la humanidad de personajes que fueron revolucionarios en su tiempo y abandonados luego en el panteón de los seres intocables. En esta versión los vemos humanos, como seres sensibles que aman, que sufren, que le temen a la muerte pero que se arriesgan a vivir su propio tiempo. Muy buena propuesta en El Tinglado.