El texto original de Eduardo “Tato” Pavlovsky se repone en el Caras y Caretas con dirección de Norman Briski y una María Onetto que sorprende con un registro de actuación contenido y —a la vez— poderoso. El vestuario de Renata Schussheim, el diseño sonoro de Tomás Finkelsztein, las luces a cargo de Emiliano Huala y ciertas reminiscencias del teatro noh japonés distancian esta propuesta del naturalismo imperante. Jueves a las 21 hs. y sábados a las 22.30 hs. en Caras y Caretas 2037.
El texto original fue escrito por Eduardo Pavlovsky en el año 1987 y conserva su vigencia hasta el día de hoy porque plantea una de las preguntas fundantes para desentrañar los misterios de la construcción identitaria (individual y colectiva): ¿quién tiene la potestad de contar nuestra historia?, ¿en qué se convierte la tragedia cuando sale de la boca de quienes ejercieron el terror sobre sus prójimos?
María Onetto es quien encarna al personaje protagónico: un ex represor que se erige como sujeto de enunciación. Su trabajo (una vez más) sorprende por la novedad y la osadía: Briski opta por un estilo de actuación contenido, disciplinado, reprimido, que resulta muy pertinente a la hora de abordar una historia que tiene al terror, la represión, la desaparición y la apropiación como ejes temáticos centrales.
El teatro noh japonés es un espacio de creación dogmático que abreva en la danza clásica y se contrapone notablemente a otras formas teatrales como el kabuki (traducido como el “arte de cantar y bailar”), mucho más ligado a lo popular. Este dato resulta útil para acceder al universo de Potestad, que presenta un código absolutamente disruptivo con respecto a los lenguajes imperantes en la oferta teatral porteña.
La densidad dramática del texto adquiere nuevas dimensiones en el contraste con un estilo de actuación seco, adusto, sumamente contenido. Las líneas más terribles se intensifican aún más con la economía de gestos y movimientos que, sin embargo, están permanentemente enfatizados por la enunciación del protagonista. Onetto compone a este patriarca apichonado, y también se desplaza hacia los lugares de enunciación de la mujer y la hija. Es interesante ver esas mutaciones y vínculos en un único cuerpo que domina la escena.
La fuerza de Potestad reside esencialmente en la magnífica composición de María Onetto, una actriz poderosa que cuenta con recursos variopintos para capturar a su audiencia y crear imágenes a partir de un trabajo corporal sutil, preciso. Pero la propuesta se consolida con la búsqueda osada de Norman Briski, el diseño de vestuario de Renata Schussheim, la escenografía ideada por Leandro Bardach, un tratamiento lumínico sumamente interesante a cargo de Emiliano Huala y la música en vivo de Tomás Finkelsztein.
Se trata de una propuesta novedosa que instala nuevas lecturas sobre un clásico argentino y resignifica el lugar de los narradores de las grandes tragedias nacionales: en ese juego perverso entre la empatía, la traición y el rechazo absoluto se juega la construcción de identidades fluctuantes, dispersas, en permanente mutación. Potestad es también un cartel de advertencia sobre lo que puede ocurrir si olvidamos nuestra propia historia.
