Pablo Pages acaba de lanzar una novela negra titulada Cuesta abajo. El relato está atravesado por el peronismo y la terrorífica situación de la Argentina durante la década de los setenta. El protagonista no es un policía retirado ni un detective profesional, sino una persona común y corriente que vivió el pasado oscuro de nuestro país como un estudiante. Por eso Pages separa su obra de la tradición del policial negro. Charlamos con él para anticipar la presentación de mañana a las 19 hs. en el Teatro Verdi de La Boca (Almirante Brown 736).
“Uno es un absoluto especulador de su existencia”, lanza Pablo Pages a mitad de la entrevista. La frase tiene potencial para convertirse en titular y el escritor de Cuesta abajo posee cierta facilidad para formular este tipo de sentencias. En el prólogo advierte a los lectores que su obra no es un policial negro y declara: ”Pienso con absoluta humildad que no existen los policías inteligentes”. Aunque también escribe cuentos Cuesta abajo es su primera novela, y Pages insiste en definirla como “un trabajo iniciático, de aprendizaje”.
El material abreva en la tradición inglesa y norteamericana del policial pero establece una clara disrupción con los universos de (pongamos por caso) Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Por eso el autor prefiere referirse a Cuesta abajo como una novela negra. “Esto del policía retirado en decadencia que se transforma en detective es algo nunca visto acá en Argentina. En ese caso el protagonista tendría que ser un ex represor, un Etchecolatz o un Astiz, pero eso sería un género nuevo y tendríamos que inventarlo”, sugiere.
El protagonista de Cuesta abajo es Agustín, un hombre de 71 años a punto de jubilarse que pierde su trabajo en una consultora y termina al amanecer medio borracho cerca del Riachuelo, donde descubre el cuerpo de una joven. Ese es el disparador para salir en busca de la verdad, y Pages construye un relato cargado de tensión, historia, presente y política. A lo largo de doscientas páginas la trama se sostiene más en la tensión poética que en la mera acumulación de datos, acciones o personajes, y esa es una de sus mayores fortalezas.
— ¿Cómo ingresa la política en la novela?
— Perón está en el medio porque Perón siempre tiene que entrar. En algún punto la novela me pasa por encima. Por un lado están los exiliados a Venezuela por cuestiones políticas o universitarias, en su mayoría provenientes de familias de Montoneros de buen origen, y por otro están los exiliados Monto como mis padres: nosotros zafamos de las listas pero sufrimos el exilio interno en Tandil, con todo lo que eso implica. Estar tan cerca significaba que en cualquier momento alguien podía reconocernos. Yo hasta los diez años me moví con esos silencios en mi entorno.
— ¿Cómo se filtró eso en tu novela y cómo se cristalizan las mitologías peronistas en la trama?
— Creo que se trata de encontrar una vuelta de tuerca para no explicar nada, porque en los últimos años hubo en nuestro país un exceso de explicación sobre el fenómeno peronista y sobre la figura de Perón. Con respecto a las mitologías, en términos de Barthes un mito es algo que no tiene ninguna posibilidad de explicación; no existe un cóctel de explicaciones que puedan darle sentido. Sin embargo, el mito funciona porque tiene cierto carácter sagrado. En ese sentido yo creo que Néstor y Cristina resignificaron las bases del peronismo. Pero voy a parar de hablar de política porque lo mío es la literatura, aunque sé que no puedo: soy un animal político y vivo pensando en estas cuestiones.
El escenario de Cuesta abajo es el barrio de La Boca, lugar que Pages conoce como la palma de su mano porque vive allí desde hace bastante tiempo. ”Fue fácil porque ya tenía todas las imágenes grabadas. La Boca es muy particular: se conoce todo el mundo y con el tiempo vas vinculándote con todos los personajes que andan por ahí”, cuenta. Pages conoció la noche boquense pero asegura haberse convertido en un “animal diurno” para poder terminar su novela. “Me despertaba temprano, tomaba un colectivo, me bajaba en cualquier lugar y entraba al primer café que encontraba para seguir con el manuscrito. Me gusta escribir en cuadernos; hay algo del ritmo de la mano que se corresponde con el pensamiento”.
Camilo Sánchez, Alejandro Agresti y Silvina Pizarro son algunas de las personas que resultaron claves en el proceso de escritura. “Creo que con Camilo me terminé de convertir en escritor, aunque considero que me falta un montón”, confiesa Pages. Andrés Rivera, Roberto Arlt y Jorge Di Paola son algunos de los autores que reconoce como parte de su acervo literario. “Rivera se definió muy tarde por la literatura, le llegó tarde el éxito pero tiene una prosa increíble. Y en Tandil tuve la suerte de conocer al Dipi [Jorge Di Paola, creador de la revista El porteño]; Minga y La virginidad es un tigre de papel son dos textos maravillosos. Creo que pudo haber sido mucho más de lo que fue”.
“Somos seres epocales. Yo trabajo en Aeroparque, soy un laburante y la comida me la gano trabajando; no puedo abstraerme a la hora de escribir ni estoy pendiente de los premios o de esa clase de engranajes”, asegura el autor cuando se le pregunta por los mecanismos creativos y por su rol como escritor. La realidad se cuela por todos lados: Pages reconoce que Agustín es su álter ego con treinta años más, y hay un capítulo dedicado a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
— ¿Cómo pensaste el capítulo titulado “La forma de las instituciones”?
— Bueno, es lo que Madres y Abuelas demuestran; estas mujeres crearon una institución distinta, una insitución cargada de sentimiento. Esto es lo que pasa cuando los otros no pueden hacerte nada porque no estás haciendo nada que ellos prohíban. Ellas hicieron eso, nada más que caminar. ¿Qué iban a hacer? ¿Las iban a matar?