Hoy se estrena 4×4, una película craneada por la auspiciosa dupla creativa de Mariano Cohn (en dirección) y Gastón Duprat (co-guionista y co-productor), protagonizada además por Peter Lanzani en un rol jugado que implicó pasarse casi todo el metraje encerrado en una camioneta blindada.
Mariano Cohn y Gastón Duprat han gestado piezas cinematográficas memorables como «El artista» (2006), «El hombre de al lado» (2008), «El ciudadano ilustre» (2016) o la reciente «Mi obra maestra» (2018). En varias de ellas han explorado el género de la «comedia incómoda», siempre híbrida, montada sobre la risita sutil y al borde del estallido.
Si la pantalla grande fue el lugar donde desplegaron toda su artillería creativa, la televisión funcionó para ellos como una suerte de laboratorio audiovisual, un espacio de permanente experimentación donde pusieron en marcha productos tan dispares como «Cupido» (sí, aquel programa con sillones gigantes dedicado a las citas a ciegas) o los «Cuentos de terror» liderados por el gran Alberto Laiseca.
Y quizás sea allí, justo en el medio de esos dos polos, donde descansa lo más distintivo de la impronta de estos creadores: buena parte de sus producciones podrían definirse como obras de autor dedicadas a un público masivo, sin necesidad de subestimar a los espectadores ni bajar la vara de la calidad artística. En esta oportunidad la dupla vuelve a reunirse en el proyecto 4×4, que ya tiene media ciudad empapelada con el rostro desencajado de Peter Lanzani.
La película parte de una premisa sencilla que es llevada al extremo: Ciro (Peter Lanzani), un joven delincuente de poca monta, camina por las calles de un barrio cualquiera de la ciudad de Buenos Aires (nunca se especifica cuál es pero bien podría ser La Paternal, Saavedra, Villa Crespo o Almagro). En el trayecto se topa con una 4×4 última generación y decide abrirla para robar el estéreo. Lo logra con el truco de la pelotita de tenis, pero cuando intenta salir advierte con desesperación que ha quedado encerrado en una cabina totalmente blindada e insonorizada, sin posibilidad de escape.
Quien controlará el destino del chico a partir de ese momento será Enrique Ferrari (Dady Brieva), el dueño de la camioneta. Quique es un obstetra de 60 años a punto de jubilarse; el hombre padece una enfermedad terminal y está bastante harto de ser el blanco de los delincuentes. Con 28 robos padecidos en su haber, ha decidido pergeñar un plan maquiavélico para vengarse de todos ellos inviertiendo los roles de víctima/victimario. Durante la mayor parte del relato sólo se escuchará su voz a través del teléfono conectado al tablero inteligente de la camioneta, dando instrucciones precisas o aleccionando al joven que ha tenido la mala fortuna de caer en su trampa.
El tono sardónico en su voz y cada una de las decisiones tomadas a lo largo del relato reflejan el grado de saña que maneja este representante del medio pelo argentino (al menos de una parte): calefacción o refrigeración a niveles extremos, falta de agua o comida, vidrios blindados y polarizados, cabina insonorizada, música a volúmenes inhumanos. Todos estos recursos le permiten apoderarse del cuerpo del muchacho con la crueldad de un titiritero perverso, habilitando una reclusión bajo los condenables mecanismos de la justicia por mano propia, tan fuera de la ley como los actos de Ciro.
El guión no impone ninguna bajada de línea pero sí condensa varios ejes ideológicos que podrían rastrearse con mucha facilidad en cualquier barrio porteño de clase media. En ese sentido, 4×4 mete el dedo en la llaga y abre el juego para el debate y la polémica en un café post-función. Los niveles de acidez y mordacidad nos remiten a aquellas atmósferas creadas por Damián Szifr en «Relatos salvajes», tan asfixiantes como la que propone aquí Mariano Cohn. 4×4 es incómoda no sólo porque recree la asfixia física que padece Ciro, sino también porque apela a cierta asfixia moral que deberá enfrentar el espectador a la hora de decidirse por alguna de las dos posiciones planteadas: ¿venganza o justicia? Los límites suelen ser difusos.
La técnica está a la altura de las demandas del guión; no es para nada fácil contar una historia que transcurre casi en su totalidad adentro de una 4×4, pero la fotografía, el montaje y el diseño sonoro permiten que los espectadores vivan esta experiencia claustrofóbica a la par del protagonista. La comprometida labor de Lanzani consolida ese objetivo y refleja la acelerada decadencia del personaje. La voz de Brieva a través del teléfono (inquietantemente amable) aporta un contraste efectivo con la situación desesperante que vive su víctima en el interior de esa caja blindada. Brandoni aparece hacia el final como Julio Amadeo, un policía retirado que intenta intervenir en la misión de Ferrari, y cumple con su rol de manera eficaz.
Aún así, el desenlace por momentos se torna algo forzado en sus intentos por subrayar rasgos que están muy presentes en la atmósfera social. El cine se vuelve poderoso en el acto de sugerir más que en el acto de mostrar, pero últimamente algunas producciones se esfuerzan demasiado en establecer empatía con cierta facción de esas capas medias, siempre propensa a identificarse con los defensores acérrimos de los derechos individuales o con justicieros al mejor estilo «Bombita Darín». Con estas salvedades, 4×4 es una propuesta osada y polémica que vale la pena ver en la gran pantalla.