Esta pieza escrita por Mauricio Kartun, dirigida por Paula Ransenberg y protagonizada por Luciana Dulitzky narra las aventuras y desventuras de una violista que —debido a su carencia de atributos físicos— ha sido confinada al foso de un teatro para ejecutar la música que otra mujer, la hermosa figuranta, simula tocar justo encima de ella, sobre las tablas. Puede verse los domingos a las 18 hs. en el Teatro Picadero (Pje. Santos Discepolo 1857).
Buenos Aires, principios del siglo XX. Bar de atracciones, el boom de las orquestas de señoritas y un público masculino ávido de belleza (visual más que sonora). Esa demanda voraz por parte de los espectadores —ya se sabe que el cliente siempre tiene la razón— establecía pautas muy precisas para el desarrollo de esta clase de espectáculos: arriba las mujeres bellas con su gracia y su mímica; abajo las feas, con su talento y su música. La pieza de Kartun narra a través del monólogo —un género que el autor identificó alguna vez como el más poderoso a la hora de contar una historia compleja, “jarabe de obra”— la suerte de una de esas feas.
Los recursos son pocos pero suficientes. La protagonista (Luciana Dulitzky) aparece sobre las tablas de un pequeño escenario montado sobre el del Picadero al modo de un juego de cajas chinas: un par de cortinados aterciopelados de fondo, una botellita de anís y un vaso que marcan el pulso etílico del relato, una silla, un gramófono, un disco de pasta y, en las penumbras, el verdadero instrumentista (Federico Berthet, a cargo de la viola). No hace falta más para recrear ese mundillo de figurantas y titiriteras, dispuestas en un plano dividido, jerarquizado: arriba y abajo.
Sin embargo, quien narra esta historia es la mujer poco agraciada, la que debería estar oculta en el foso, la que no deberíamos ver para mantener intacto el hechizo. Ahora ella está arriba y al parecer ha desplazado a su contrincante. ¿Son rivales estas mujeres? Bueno, ya se verá que no, porque lo más interesante de la pieza es que logra complejizar el pensamiento binario (tan propio de la cultura occidental). Aquí no aparece la lucha entre la “linda” y la “fea”. Lo que ambas generan es una especie de alquimia orgásmica que no puede llegar a producirse en ausencia de alguna de las dos: fea y linda, talento y gracia, música y mímica. Ninguno de los términos por separado. Se requiere del choque dialéctico para hacer vibrar la audiencia masculina y llenar los bolsillos del dueño del bar.
La fea le habla a él, al señor Ferrandís (y no daremos más detalles porque ese interlocutor será una pieza clave del engranaje narrativo). El esquema propone fusión antes que puja, los términos se invierten o sencillamente desaparecen porque se unen y se convierten en un tercer elemento. La fea necesita la gracia de la linda; la linda necesita el talento de la fea; la fea comienza dirigiendo los movimientos de la linda pero, más tarde, esa simulación se vuelve tan poderosa que adquiere vida propia y condiciona la misma ejecución.
Aparece aquí una mirada bien interesante que podría abordarse desde la dialéctica del amo y el esclavo o el juego de los dobles. ¿Qué ocurre cuando el esclavo adquiere autonomía y logra no sólo deshacerse de su amo sino dominarlo? ¿Qué ocurre cuando alguna de las piezas de esa máquina de placer falla o falta? Belleza y placer son, quizás, los grandes temas de la obra, pero están corridos de aquellos lugares tradicionales en los que suelen aparecer. Casi nadie (o muy pocos) asociarían un orgasmo a la fealdad o a la música, y sin embargo es cuando esos términos entran en relación que estallan los sentidos. La belleza puede estar en cualquier sitio (incluso en el menos pensado) y su definición es, intrínsecamente, arbitraria.
La versatilidad de Dulitzky para componer un personaje tan querible como inquietante, la mirada de Ransemberg desde la dirección, las atmósferas creadas por Berthet con su instrumento y la inconfundible musiquita de los textos kartunianos hacen que La suerte de la fea sea una propuesta más que recomendable para combatir la nostalgia dominguera. ¡Vayan al Picadero!