Border es el segundo largometraje del director iraní Ali Abbasi luego de su ópera prima, Shelley. Formado en Suecia e instalado desde 2007 en Dinamarca, Abbasi logra crear un relato cinematográfico potente donde pone en juego lo humano y los límites difusos entre la naturaleza y la cultura. Su creación le ha valido el premio Un Certain Regard en el Festival de Cine de Cannes.
Definir Border en virtud de un par de etiquetas de género no le hace mucho honor a sus intentos por poner en cuestión la arbitrariedad de los límites que hay en todas las clasificaciones humanas. Podría hablarse aquí de fantasía, mitología, cuento de hadas, terror sobrenatural, romance gore e incluso thriller o policial, pero no estaríamos diciendo absolutamente nada sobre la esencia de esta película. En una entrevista Abbasi habló sobre la necesidad que imponen las estructuras de marketing para fijar rótulos y dijo: “Más que una etiqueta de género, diría simplemente que es una película muy europea”.
Y, efectivamente, Border es una experiencia esencialmente europea no sólo porque retoma la mitología escandinava sobre los trolls que habitan en los bosques para construir su atmósfera narrativa, sino porque aborda muchos de los debates que han desvelado a la cultura occidental durante siglos (y que parecen no estar saldados aún). La irrupción de la tecnología en las últimas décadas y su avance desenfrenado han puesto en jaque una vez más los límites de “lo humano” y los peligros que conllevan esas fronteras desdibujadas. Abbasi toma el guante y crea un relato impactante que, por su carácter extraordinario, seguramente generará defensores y detractores en iguales cantidades.
La historia está inspirada en la novela del escritor sueco John Ajvide Lindqvist, Gräns (autor de Criatura de la noche, que también tuvo sus versiones cinematográficas). Todo el relato está enfocado en el vínculo entre Tina (Eva Melander) y Vore (Eero Milonoff), dos trolls que habitan el mundo humano pero no encuentran su lugar dentro de los “cánones de humanidad” establecidos. Tina ha sabido capitalizar su agudo sentido del olfato para conseguir un puesto como vigilante de aduanas, identificando a criminales y contrabandistas en la frontera de Suecia; vive con un hombre haragán que se aprovecha de ella y suele visitar a su padre en un asilo, que apenas la recuerda por su cuadro de Alzheimer. Vore, por su parte, se niega a ingresar en la civilización y tiene una vida más salvaje que la de Tina; hay en él un instinto natural que la atrae de inmediato y expone de manera brutal su propia naturaleza.
Este encuentro desata una duda radical en la autopercepción de la protagonista, que hasta ese momento se había definido a sí misma como una “humana deforme”. Sus rasgos la separan con cierta violenta de los parámetros que definen la belleza femenina, y algunas viejas cicatrices revelan su naturaleza diversa. Vore llega para señalar que no hay nada “anormal” en ella, y juntos se embarcan en un romance que no dejará a nadie indiferente porque hay varios juegos con la sexualidad y la genitalidad que vale la pena ver en las salas. La segunda parte de la trama vira hacia el thriller y Tina lidera una investigación para descubrir una red de pedofilia, pero sin ninguna duda es en la primera parte donde se establecen los planteos más interesantes de este film.
Border es una película bella, cautivante, repleta de desafíos para el espectador, inquietante y decididamente distinta. En términos cinematográficos puede decirse que se trata de un planteo estético-narrativo bastante inusual, algo pocas veces visto, y por esa razón vale la pena encontrarse con todos sus detalles en la gran pantalla. Hay aquí un minucioso cuidado estético: bellísimos planos en los bosques escandinavos, juegos magistrales con la luz y atmósferas sonoras más que logradas. Las actuaciones de Melander y Milonoff, tan sutiles como desgarradoras, son el otro elemento poderoso en la propuesta.
Pero la obra de Abbasi no sólo se distingue por su estética sino también por la potencia de su planteo narrativo: es audaz porque se atreve a poner sobre la mesa discusiones complejas en torno a la humanidad y sus límites con una agudeza y una sutileza que van mucho más allá del cliché o el mensaje didáctico. No se apela a lugares esperables “en clave Black Mirror” sobre el asedio de las máquinas o los artificios humanos, sino que se recupera la mitología escandinava para construir un agudo relato sobre la diferencia y todo lo que supone sentirse diferente en una sociedad que ya ha establecido rigurosamente sus etiquetas y clasificaciones. El espectador atento debería salir de la sala dispuesto a tener una charla sobre qué significa “ser humano” hoy, para poner en cuestión (una vez más) los límites que dividen la naturaleza de lo heredado y las construcciones emanadas de la cultura.