El sábado 15 de diciembre se inaugurará oficialmente La Covacha, un espacio donde se conjugan arte, cerveza artesanal, comida exquisita y muy buena atención. La Primera Piedra se acercó a la esquina palermitana de Humboldt y Cabrera para charlar con los emprendedores de este proyecto y con Alfredo Segatori, creador de la obra trash que por estos días deja a todos los transeúntes boquiabiertos.
Humboldt y Cabrera: esquina clave situada en el corazón de Palermo. Desde hace algunos meses la gente que pasa por ahí se detiene con mayor o menor disimulo, mira, analiza, curiosea, saca fotos y con seguridad se lleva algún registro de la monumental obra de Alfredo Segatori, quien alguna vez se autodefinió como artista del espacio público. Hoy la fachada de La Covacha está custodiada por dos personajes peculiares surgidos de su imaginación, y ya se han convertido en verdaderos íconos del barrio: el Tecno-Rasta y el Chino Milenario.
No es la primera vez que una obra de su autoría arma tanto revuelo. Allá por 2014 Alfredo encaró la obra titulada “El regreso de Quinquela” sobre los lienzos públicos del barrio de Barracas, y tan buena recepción tuvo entre los vecinos que muchos decidieron ceder los frentes de sus casas para continuar con el mural. La obra rompió algunos récords y fue catalogada como la más grande del mundo realizada por una sola persona; pero más allá de los datos duros y la cantidad de metros cuadrados, vale decir que si algo distingue a las obras de Alfredo Segatori es su capacidad para generar sensaciones sin dejar a nadie indiferente.
En la ciudad de Buenos Aires hay muchísimos murales de su autoría, pero en los últimos años se le ha dado por incursionar en el arte trash, es decir, arte elaborado con basura, desechos y toda clase de materiales que han sido descartados por su aparente inutilidad. Dicen por ahí que el “buen arte” es aquel que no sirve para nada, así que tendría bastante sentido que estas formas artísticas se alimentaran también de aquellos objetos que el común de los mortales suele catalogar como inservibles.
Javier, Adrián y Diego, emprendedores de este proyecto, nos cuentan que La Covacha se sustenta en algunos pilares fundamentales: arte, música variada, auténtica cerveza artesanal, comida gourmet y excelente atención por parte del personal. “Cuando pensamos en poner un bar nunca imaginamos que fuera en Palermo por la enorme oferta que hay acá; en principio queríamos hacerlo por Caballito. Después apareció esta posibilidad, pero sabíamos perfectamente que teníamos que hacer algo diferente, alocado y bien jugado”, cuentan. Y aseguran que Alfredo, a quien conocían de las noches porteñas en los bares, fue la primera y única opción para llevar a cabo este proyecto.
Segatori tiene su taller en un galpón ferroviario (la Cooperativa de Recicladores Urbanos El Ceibo), y esto fue lo que hizo posible una acción de reciclaje de tamaña envergadura. La obra puede ubicarse dentro del trash art o arte cartonero, y está hecha a partir de bolsas cartoneras llenas de nylon, una vieja pelopincho, partes de una estufa, plásticos, chapas, autopartes, lámparas, entre otros materiales. “Yo acá estoy usando elementos que los propios cartoneros descartan; es el trash del trash, los bolsones más gastados que te puedas imaginar”, afirma Segatori.
Sus obras siempre se han caracterizado por generar un fuerte impacto visual entre los vecinos y la gente que frecuenta aquellas paredes que él utiliza como telas. “Acá no paran de sacar fotos desde el día que empecé a hacerlo, es algo constante”, comenta. Justo enfrente está la galería del artista chaqueño Milo Lockett, pero hay que decir que el Tecno-Rasta y el Chino Milenario son hoy quienes se llevan todas las miradas.
Segatori dice que para el artista por encargo el arte auténtico llega cuando logra resolver la proverbial tensión entre necesidad y deseo: “Ahí está el arte verdadero, cuando vos lográs llevar ese encargo hacia algo que a vos te guste y desde tu lugar tenga algún sentido. Esta idea no fue sólo mía; surgió charlando entre todos”.
Pero La Covacha no sólo es cáscara ni una fachada imponente. Adentro también hay arte, y los dueños cuentan que las paredes están repletas de elementos con alto valor sentimental: un viejo televisor donde uno de ellos solía ver telenovelas con su abuela, bicicletas hechas por el abuelo de otro, motosierras, guadañas, botines de fútbol, pelotas de rugby y hasta una bañera como lámpara. La Covacha viene por todo, hoy se perfila como el bar más fotografiado de la zona y pretende imponerse por su calidad en todos los rubros: arte, música, comida, bebida y atención. “Es como cuando te dan la número 10 y la cinta de capitán; ahora tenemos que salir a la cancha y jugar. Estamos laburando para llegar a lo más alto”, aseguran.