En el acto de egreso de la promoción 2016, alumnas de ambos turnos del Colegio Nacional Buenos Aires denunciaron en su discurso todas las violencias sufridas durante su paso por el secundario, amparadas por las autoridades. Sus palabras significaron otra marca histórica en la lucha feminista, demostrando que hay algo que hace tiempo comenzó a quebrarse. ¿Qué es lo que hizo posible este acto de valentía y empoderamiento?
“Venimos a denunciar la violencia institucional ejercida y avalada por la comunidad educativa hacia nosotres. Les pedimos que por un momento nos presten su atención dado que las experiencias que tenemos para contarles fueron y siguen siendo sumamente dolorosas”, dice una ex alumna del Colegio Nacional Buenos Aires. Frente al micrófono, ella y sus compañeras de la promoción 2016 dejaron otra marca en una lucha feminista que atravesó generaciones y rompió con todo lo que se creía inamovible. Se pararon en el aula magna de la institución y dejaron bien en claro que no volverían a aceptar el silencio avalado por las autoridades, que las cosas tienen que cambiar de curso en los tiempos que corren.
“Hay un sistema normativo imperante en este Colegio que da lugar a que asistamos a clases rodeades de carteles que predican, con total impunidad, que somos putas por disfrutar libremente de nuestra sexualidad, que somos objeto de consumo de nuestros compañeros”, afirma más adelante otra de las egresadas.
Con voz firme, repasaron las situaciones que tuvieron que soportar durante su paso por el secundario: besos, manoseos, maltratos y comentarios inapropiados de preceptores y profesores. Burlas, críticas, cosificación. Oídos sordos por parte de tutores que decidieron minimizar las situaciones ante los reclamos. “¿Es necesario detenernos a explicar por qué esto es inaceptable?”, dice una de las chicas en el discurso. “Hay un sistema normativo imperante en este Colegio que da lugar a que asistamos a clases rodeades de carteles que predican, con total impunidad, que somos putas por disfrutar libremente de nuestra sexualidad, que somos objeto de consumo de nuestros compañeros”, afirma más adelante otra de las egresadas.
“¿Hasta cuándo van a perpetuar este sistema hostil que sigue empoderando a acosadores de menores, misóginos, violentos, mientras nosotres somos violentades y abusades en nuestra cotidianeidad? El recuento de los horrores vividos a lo largo de los años excede lo que podemos poner en palabras en esta sola instancia. Nos estremece pensar que transitamos nuestro secundario -que crecimos, estudiamos, construimos conocimiento, desarrollamos nuestro pensamiento crítico- siendo violentadas tanto en el ámbito de lo académico como en el de lo personal”, denunciaron desde la tarima. Debajo y, como también sucedió con el grupo del turno vespertino, el resto de sus compañeras se enfrentaron a la audiencia con carteles, se apropiaron del espacio y desafiaron un sistema que hasta hace poco parecía inquebrantable.
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¿Qué es lo que hizo que las egresadas del Nacional Buenos Aires pusieran un límite a las violencias que se venían reproduciendo como parte de un orden natural? ¿Qué generó que ese dolor se transformara en una voz colectiva capaz de desafiar las reglas institucionales, de exigir que, de una vez, por todas se terminen las agresiones que sufrieron por el solo hecho de ser mujeres y disidencias? Estas alumnas iniciaron su secundaria cuando aún faltaban tres años para el Ni Una Menos, en el momento en que los abusos causaban bronca e incomodidad, pero en el que las denuncias todavía no encontraban un eco masivo. En 2016, su paso por el colegio terminó al tiempo que los núcleos de los feminismos se ampliaron y las injusticias comenzaron a llamarse por su nombre.
¿Qué generó que ese dolor se transformara en una voz colectiva capaz de desafiar las reglas institucionales, de exigir que, de una vez, por todas se terminen las agresiones que sufrieron por el solo hecho de ser mujeres y disidencias?
Las situaciones de violencia de género dejaron de ser vistas como casos aislados para ser comprendidas como parte de una cadena estructural, de un sistema machista que se construyó históricamente sobre la opresión. Esta conciencia de las desigualdades no es nueva: es parte de una trayectoria de lucha y organización que tiene décadas en su haber. Sin embargo, en el último tiempo, se expandió por fuera de los círculos académicos y militantes tradicionales, llegó a las pantallas de televisión y a las conversaciones en la mesa familiar. Y, lo que es más destacable, se convirtió en un movimiento transgeneracional, que interpeló a la sociedad en su conjunto, y construyó la red que hizo posible que esas egresadas se pararan en la tarima del Nacional Buenos Aires para decir “basta” ante la impunidad.
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Como también quedó demostrado durante los meses que duró el debate por la legalización del aborto, el cuestionamiento del sentido común se está produciendo a edades cada vez más tempranas. Todo es puesto en discusión por generaciones que salen adelante para reivindicar su deseo, su libertad, su derecho al goce y a vivir por fuera de los roles de género culturalmente establecidos. El pañuelo del aborto atado en las mochilas y los uniformes se convirtió en un símbolo que permitió visibilizar un reclamo urgente, pero también en el cambio de época que atravesamos, que abre la posibilidad de hacer frente a las violencias, de señalarlas y no dejarlas pasar.
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Las palabras de las alumnas del Nacional Buenos Aires es un acto de valentía y también de empoderamiento que lleva a cuestionar los lugares de poder establecidos de forma tradicional y, también, a repensar todas aquellas violencias sufridas en el pasado, a despertar ante todo lo que parecía no admitir discusión alguna. Es otro signo de que la lucha por los derechos es constante y que está calando cada vez más hondo en todos los espacios, prendiendo una alarma que ya no se va a apagar.