Después de más de catorce de debate en una jornada histórica, la Cámara de Senadores rechazó el proyecto de legalización de aborto que obtuvo media sanción en Diputados. En las calles, cientos de miles de personas se movilizaron en los alrededores del Congreso, demostrando que la lucha feminista ya no tiene vuelta atrás y que seguirá adelante, hasta que el derecho a decidir sea una realidad concreta. (Foto: Mar Garrote Cortínez)
Luego de más de catorce horas de sesión y como corolario de un proceso que llevó cuatro meses, la Cámara de Senadores rechazó el proyecto de ley de aborto con 38 votos en contra, 31 a favor, 2 abstenciones y 1 ausente. De esta forma, el texto que obtuvo media sanción en Diputados el 13 de junio y que resultó de un arduo debate, no podrá volver a discutirse hasta el próximo ejercicio legislativo, en marzo de 2019. Fuera del recinto, y tal como sucedió con la votación de la Cámara Baja, cientos de miles de personas se concentraron en los alrededores del Congreso, demostrando que se trata de un reclamo masivo de la sociedad.
En el recinto, la discusión estuvo cruzada por la tensión entre los legisladores y por argumentos que desconocieron todo lo que se trató durante estos últimos meses, haciendo oídos sordos a los cientos de expositores que pasaron por el parlamento.
En el recinto, la discusión estuvo cruzada por la tensión entre los legisladores y por argumentos que desconocieron todo lo que se trató durante estos últimos meses, haciendo oídos sordos a los cientos de expositores que pasaron por el parlamento. Como si los argumentos de quienes se oponen no hubieran sido discutidos – y desmentidos – por especialistas, se repitieron en el Senado falacias sobre la inconstitucionalidad, los supuestos gastos de la legalización, el «síndrome post aborto» y la falta de insumos del sistema público. Fue también común escuchar que la sociedad no está madura y que no se le dio suficiente tiempo al debate, cuando fue una de las leyes que más trabajo se le dedicó en muchos años.
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Las exposiciones de los senadores más conservadores estuvieron atravesadas también por una férrea defensa de las convicciones religiosas y morales: ya no se negó que fueran la brújula de las decisiones, sino que por el contrario se afirmaron como necesarias para legislar. Tal como afirmó por ejemplo Esteban Bullrich y muchos otros senadores fueron consideradas la base de varios de los votos negativos, rechazando explícitamente la necesidad de priorizar la salud pública y los derechos sexuales y reproductivos de las personas gestantes. Si bien incluso se escucharon opiniones que parecían por momentos ambiguas, las conclusiones de ciertas intervenciones demostraron la resistencia a priorizar la vida y los deseos de las mujeres.
Las exposiciones de los senadores más conservadores estuvieron atravesadas también por una férrea defensa de las convicciones religiosas y morales: ya no se negó que fueran la brújula de las decisiones, sino que por el contrario se afirmaron como necesarias para legislar.
Tampoco faltaron las invocaciones a la religión y a la Iglesia Católicas y la constante asociación a la mujer y la maternidad, como un vínculo obligado que debe aceptarse abnegadamente. Aún hoy parece ser imposible aceptar la voluntad y el deseo de las personas gestantes: tal es así que el aborto fue incluso visto como un «fracaso de la sociedad» que solo puede subsanarse mediante un disciplinamiento que logre imponer el mandato. «Hay que acompañarla (a la mujer) a ser una madre feliz», dijo por ejemplo el senador de Entre Ríos Alfredo de Angeli. «La maternidad no debería ser un problema», afirmó por su parte Esteban Bullrich.
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Si hay algo que quedó en evidencia es que la sesión no estuvo a la altura del reclamo de la sociedad y de lo que viene sucediendo en las calles hace meses. Los movimientos feministas demostraron que lograron constituirse en una fuerza política organizada que desbordó las plazas de todo el país – incluso del mundo – exigiendo que las leyes respondan a las necesidades de cientos de miles de cuerpos gestantes. Por eso es que el 8 de agosto será recordado como un día en el que la lucha por la libertad dio un paso histórico. Se dejó en claro que ya es imposible retroceder y que el orden establecido se está resquebrajando.
Si hay algo que quedó en evidencia es que la sesión no estuvo a la altura del reclamo de la sociedad y de lo que viene sucediendo en las calles hace meses.
La marea verde que creció a lo largo de las semanas significó el quiebre de un tabú y la desnaturalización de un sentido común que parecía inamovible. Para muchas mujeres, fue también la libertad de poder decir en voz alta lo que estigma de la religión enterró: después de años hay quienes finalmente pudieron decir que abortaron sin ser condenadas. Los testimonios se multiplicaron y lo que fue una práctica clandestina salió a la superficie para ocupar el centro del escenario público y las conversaciones cotidianas en toda clase de ámbitos. Se habló en voz alta de la muerte de las más pobres como un hecho al que se le da la espalda y de la maternidad como un deseo y una elección.
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La fuerza que se logró reunir durante el último tiempo marcó un cambio de época que seguirá avanzando. Aunque la ley no se sancionó en la jornada de hoy, la lucha seguirá adelante: la acumulación de conciencia sobre las opresiones es demasiado grande como para retroceder, rompió todos los límites y significó un quiebre del silencio. Se patearon las piezas del tablero y se discutieron las creencias que someten históricamente a las mujeres. El aborto será ley.