Mi obra maestra es una superproducción nacional dirigida por Gastón Duprat, con guión de su hermano Andrés Duprat y los protagónicos de Luis Brandoni y Guillermo Francella. La historia gira en torno al vínculo de amistad que une a un artista plástico en decadencia y su representante. Con un muy buen guión y una fotografía bellísima que incluye varios paisajes de la provincia de Jujuy, este film se perfila como uno de los más destacados del año.
La dupla de los hermanos Duprat ya ha dado mucho que hablar con producciones cinematográficas memorables: recuérdese El hombre de al lado protagonizada por un extraordinario Daniel Aráoz o El ciudadano ilustre con la magistral actuación de Oscar Martínez. Esta vez han optado por una dupla compuesta por actores de la misma solidez: Luis Brandoni y Guillermo Francella. Además, los productores de esta película han participado también de films como Medianoche en París o Vicky, Cristina, Barcelona (ambas de Woody Allen).
Renzo (Luis Brandoni) es un artista plástico en decadencia que ha decidido recluirse en una pocilga como último acto de rebelión contra el sistema; allí sigue alimentando una obra prolífica, reparte su atención entre el arte y su joven novia Laura (María Soldi) e intenta deshacerse de Alex (Raúl Arévalo), un fanático empedernido que insiste en convertirse en su aprendiz. Arturo (Guillermo Francella) es el representante de Renzo y un reconocido marchand de arte que intenta volver a instalar el nombre de su amigo por todos los medios; con ese propósito se asocia a Dudú (Andrea Frigerio), una sofisticada galerista de proyección internacional. Pese a la amistad que los une hace años, Renzo y Arturo tienen principios diametralmente opuestos con respecto al mundillo del arte.
Renzo está en la lona y a duras penas puede pagar el alquiler; Arturo ya no es capaz de vender ni una sola de sus pinturas. La falta de dinero y una amenaza de desalojo colocan al artista rebelde en una verdadera encrucijada: ¿sostener sus principios a capa y espada o venderse al sistema? Arturo le ofrece una salida: pintar un cuadro a pedido de uno de los empresarios más poderosos del país. El trabajo podría resultar sencillo pero pone en tensión todas las creencias de Renzo, así que —fiel a ese instinto— arruina la última oportunidad viable para reinstalar su nombre en el mercado del arte. Después, la internación a causa de un accidente vial desata una serie de episodios que no vale la pena adelantar, pero que pondrán en jaque la relación de amistad que une a estos hombres hace tanto tiempo.
Los Duprat y equipo han logrado una película sólida, bella y muy atractiva. El vínculo que une a estos hombres es de una gran ternura e incondicionalidad, y muchos podrán sentirse espejados en esas múltiples formas que puede adoptar una amistad de tantos años. La fotografía (Rodrigo Pulpeiro) y la música (Emilio y Alejandro Kauderer) son elementos a destacar porque potencian el relato. Además, Mi obra maestra construye una mirada para nada compasiva sobre las miserias e hipocresías del mercado del arte. Las actuaciones son geniales y se nota que los protagonistas manejan cómodamente los registros del género porque todo fluye y se genera inmediata empatía.
Después de películas como Animal o El clan, hacía tiempo que Francella no transitaba la comedia, y Brandoni regresa a la pantalla grande después de su participación en Sólo se vive una vez. La obra de Gastón Duprat es sin dudas la superproducción que se perfila como una de las más destacadas de este 2018. La elección de locaciones merecería un apartado específico: la galería de arte porteña, las callecitas de La Boca o Puerto Madero, la cabaña ubicada en Rumiyoc, localidades como Volcán, El Hornocal o la Cuesta de Lipán en Humahuaca, los cerros de los siete colores jujeños, el Museo de Arte Contemporáneo de Río de Janeiro son algunos de los sitios que enaltecen la estética de esta obra maestra de los Duprat.