La vida extraordinaria es la pieza escrita por Mariano Tenconi Blanco que ganó el primer premio en el 18º Concurso Nacional de Obras de Teatro del Instituto Nacional del Teatro. Ese texto ha sido llevado a escena y hoy cuenta con los protagónicos de Valeria Lois y Lorena Vega, música original de Ian Shifres y voz en off de Cecilia Roth. Esa combinación da como resultado una maravillosa creación que rinde homenaje a lo mejor de la literatura argentina. Puede verse de jueves a domingos a las 21 h. en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).
Le dijo Cruz que mirara
Las últimas poblaciones,
Y a Fierro dos lagrimones
Le rodaron por la cara
“Considero a la dramaturgia como literatura, de la más alta”, declara Mariano Tenconi Blanco en las líneas que acompañan el programa de mano. La vida extraordinaria constituye una perfecta cristalización de esa premisa, porque puede leerse con el mismo placer tanto en las páginas de un libro como en el cuerpo de las actrices que encarnan a los personajes. Llevar teatralidad a un texto tan profundamente literario y de tamaña envergadura no es tarea sencilla, pero Tenconi Blanco demuestra su destreza también al momento de las elecciones artísticas para la puesta: Valeria Lois y Lorena Vega le imprimen un sello tan peculiar a sus criaturas que, después de verlas, ya no es posible imaginar a otras actrices en su lugar.
La vida extraordinaria es un relato que aborda las experiencias de dos amigas: Aurora Cruz (Valeria Lois) y Blanca Fierro (Lorena Vega). Los apellidos de las protagonistas portan un homenaje a la amistad que funda la literatura argentina: aquella entre los gauchos Martín Fierro y Cruz. Y en sus nombres —tal como sugiere Mariana Enríquez— quizás haya alguna referencia a ese universo sarmientino que emerge con la primera aparición de las protagonistas: dos mujeres derechitas, rígidas, impolutas, de pecho erguido, pelo engominado, tapaditos recién sacados de la tintorería y manitos en los bolsillos (el prototipo de maestra de escuela primaria).
Pero La vida extraordinaria también es un mapa, una representación de las vivencias de estas amigas en Ushuaia, la tierra donde ha transcurrido buena parte de su infancia. Y aquí el autor desarrolla la hermosa metáfora del Fin del Mundo: ¿se trata de la finitud del tiempo o del espacio? La vida de estas mujeres es como cualquier otra: vasta y, al mismo tiempo, desértica (espejo del paisaje patagónico que ha sido testigo de esa amistad entrañable). En sus vidas hay elementos que podríamos catalogar como “ordinarios” porque son más o menos los que registra cualquier vida humana: padres, madres, hombres, mujeres, hijos, amores, nacimientos, muertes, traumas, frenesí, rutina, ilusiones, fantasías, decepciones. Pero la red que se configura con esos elementos puede dar como resultado una «totalidad extraordinaria».
La vida es quizás ese espacio difuso, amorfo, gris, que queda entre lo ordinario y lo extraordinario, entre lo profano y lo sagrado, entre el tedio y el éxtasis, entre las lecturas y las escrituras, entre aquello que perdura y aquello que se extingue. El acto de vivir inevitablemente acota las posibilidades; dar un paso hacia algún lugar es perderse muchos otros. Por el contrario, leer, escribir o imaginar, expande esas posibilidades prácticamente hasta el infinito. En la ficción todo puede ocurrir, y eso de algún modo resulta liberador.
El puente que conecta a estas dos amigas es la literatura, y la pieza está plagada de guiños dirigidos a los amantes de los libros. Leer escribiendo y escribir leyendo: ese parece ser el ritmo en este proceso creativo. La amistad de Aurora y Blanca se alimenta de cartas, poemas, libros y fragmentos de sus diarios íntimos. ¿Acaso es posible prescindir de las palabras? Mariano Tenconi Blanco les rinde homenaje poniéndolas en primer plano, aunque —y es importante destacarlo— sin necesidad de opacar la labor interpretativa de las actrices: en la pequeña sala Orestes Caviglia, Vega y Lois despliegan toda su artillería dramática, gestual, vocal y corporal convirtiéndose en verdaderas deidades escénicas, y aportan los niveles de sutileza o espectacularidad que cada escena demanda.
En esta puesta Mariano Tenconi Blanco demuestra que dramaturgia, literatura e interpretación no tendrían por qué ser planetas distantes en la galaxia creativa ni estar divorciados. Aquí el texto-sustrato es excelente, pero la interpretación del dueto femenino sin dudas lo potencia y enaltece. La incorporación de música en vivo a cargo de Ian Shifres (piano/teclados) y Elena Buchbinder (cuerdas), la voz en off de la gran Cecilia Roth y los visuales proyectados sobre una pantalla gigante motorizan el relato, lo cargan de poesía, habilitan nuevos sentidos y lo enriquecen sin devorar nunca el trabajo actoral que se desarrolla al frente. La vida extraordinaria es una obra extraordinaria porque —además de todo lo expuesto hasta aquí— toca cuerdas sensibles sin empalagos y juega con astucia en ese delicioso contrapunto de trascendencia y ridiculez que tienen todas las vidas humanas.
Aquí se llora de emoción y de risa con la misma intensidad. Esa ya es una buena razón para acercarse al Cervantes a disfrutar de esta propuesta. Sencillamente imperdible.