Los poemas que integran La casa vacía (Caleta Olivia, 2018) de Celina Feuerstein proponen una intimidad desgarradora, donde la cuestión central del libro es el tema de las pérdidas y cómo resignificarlas. Habitar los lugares vacíos, entonces, puede ser el desafío de la poesía ante el inevitable paso del tiempo. La familia, el amor, la muerte y la búsqueda de la alegría a pesar de las ausencias, encuentran en el lirismo de la autora una nueva forma de aparecer.
Sobre la autora
Celina Feuerstein nació en Buenos Aires en 1959. Es Lic. en Psicología y trabaja como psicoanalista. Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas literarias y antologías. La casa vacía es su primer libro de poemas.
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Habitar las pérdidas
«Hoy me dijeron que despedida es / dejar/ de pedir/ y entendí tu ausencia/ de otro modo», escribe Celina Feuerstein en uno de los poemas que promedia La casa vacía (Caleta Olivia, 2018), marcando el tono del libro en su conjunto. Compuesto por tres partes, la autora busca las respuestas que se esconden detrás de las pérdidas y las ausencias, esos quiebres que interrumpen los precarios órdenes sentimentales de nuestra vida.
Motorizados por un lirismo íntimo y desgarrador, que no tiene miedo de nombrar a las cosas de forma directa cuando resulta necesario, los poemas de este libro se van sucediendo con la misma sutileza y melancolía que los antiguos álbums familiares. Por ejemplo, puede leerse: «¿Cómo puede estirarse/ la memoria/ expandirse/ casi infinita/ cuando todo se encoge/ y se pierde?».
De esta forma, las tres partes que integran La casa vacía -«La casa vacía», «Como una bola de fuego» y «El brillo»- marcan una misma búsqueda a partir de diferentes historias y protagonistas, donde el pasado, el presente y el futuro no son compartimientos estancos, sino que se cruzan por voluntad del deseo y la memoria. Escribe la autora, en ese sentido: «Todo se mueve/ y gira como un trompo/ enorme/ y mortal».
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Otro factor que es importante resaltar del poemario de Celina Feuerstein es el vínculo fluido que existe entre las tragedias sociales y las privadas, donde la presencia de un padre sobreviviente a la Segunda Guerra Mundial va a servir como un recordatorio clave: el afecto y la voluntad no solucionan por sí solos las grandes tragedias, pero sí ayudan a sobrellevarlas.
Habitar las pérdidas, entonces, puede ser una forma de seguir adelante a pesar de lo irremediable. Para eso, la importancia de la mirada es fundamental: «Te pedía que me mires me inquietaba/ no encontrarme en tus ojos», escribe Feuerstein, reafirmando que un par de ojos que no nos miran también son una casa vacía. «¿Cuántas veces perderé/ lo que perdí?», se pregunta en otra parte del libro, como explicándose a sí misma y al lector que hay cosas que nunca se terminan. Las ausencias, por supuesto, son una de ellas.
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