El rechazo a la legalización del aborto demostró el fuerte peso que la religión continúa teniendo sobre la sociedad y la influencia de la Iglesia Católica a la hora de definir políticas públicas. Sin embargo, y al contrario de lo que se cree, el catolicismo no siempre tuvo la misma posición sobre la interrupción voluntaria del embarazo. ¿Cuál es la historia? ¿Qué es lo que se esconde detrás del discurso eclesiástico? (Foto: Nadia Díaz)
El peso de la Iglesia Católica en Argentina fue decisivo durante el debate por la legalización del aborto. Al igual que sucedió con muchas otras legislaciones que buscaron modificar el modelo cultural conservador y machista difundido por la religión, se llevó adelante una fuerte cruzada desde las jerarquías eclesiásticas. Una campaña que, comandada también desde agrupaciones de laicos, se declaró en defensa de la vida, concepto monopolizado al que se le dio un sentido absoluto que deja de lado la realidad de miles de cuerpos gestantes y su derecho a decidir. Bajo esta bandera, la Iglesia propone su discurso como «objetivo» e «imparcial», cuando en realidad es el resultado de una larga historia de control y dominación sobre la sexualidad, la reproducción y la libertad de las mujeres.
La Iglesia Católica propone su discurso sobre la defensa de la vida como «objetivo» e «imparcial», cuando en realidad es el resultado de una larga historia de control y dominación sobre la sexualidad, la reproducción y la libertad de las mujeres.
Para el catolicismo, el embrión no fue siempre equiparado a una persona, ni el aborto considerado un asesinato. De hecho, la idea sostenida por estos sectores de que la vida comienza a partir de la fecundación no se apoya en una postura unívoca, o en antecedentes bíblicos, sino que es relativamente nueva. Fueron numerosos los debates teológicos y las teorías que se enfrentaron en el propio seno de la institución a lo largo de la historia, hasta que se definió una posición que ganó valor debido a la centralización de poder papal en el Vaticano, lo que llevó a desestimar otros pronunciamientos y clausurar toda discusión existente al interior de la Iglesia.
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Tal como se explica en La Historia de las Ideas Sobre el Aborto en la Iglesia Católica: Una Relación Desconocida (Católicas por el Derecho a Decidir, 1985) de Jane Hurst, las opiniones del catolicismo sobre el tema han variado a lo largo de dos mil años. Las posturas que prevalecieron durante los primeros seis siglos d.C no tenían una opinión marcada sobre la existencia de la vida, sino que se oponían al aborto fundamentalmente porque excede la concepción de la sexualidad destinada exclusivamente a la reproducción. «La Iglesia siempre se ha opuesto al aborto no solamente porque sospecha que puede ser homicidio, opinión que se sigue discutiendo, sino porque es la prueba de un pecado sexual», dice Hurst. «El aborto voluntariamente realizado indica que la pareja que se unió no lo hizo con la intención de procrear», agrega.
Las posturas que prevalecieron durante los primeros seis siglos d.C no tenían una opinión marcada sobre la existencia de la vida, sino que se oponían al aborto fundamentalmente porque niega una concepción de la sexualidad destinada exclusivamente a la reproducción.
Durante los primeros años de la Edad Media, interrumpir un embarazo era considerado pecado para el catolicismo, pero no equiparable a un asesinato: incluso llevaba penitencias menores a las que representaba por ejemplo el adulterio, tal como se puede también encontrar en varios pasajes bíblicos. Es en esta época en donde empieza a postularse la tesis de la «hominización tardía», que habla de un alma que sería infundida en el embrión varias semanas después de la concepción, idea ampliamente aceptada y difundida por pontífices y teólogos como Tomás de Aquino. Aunque no existía aún una opinión homógenea sobre el aborto, algunas de las primeras leyes canónicas que se publicaron en el siglo XII hablaban de homicidio solo para el caso de «fetos formados»(considerados así alrededor de 45 días después de la concepción), y otras para cuando se buscaba «satisfacer la lujuria y con odio premeditado».
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Si bien se observan incongruencias y falta de acuerdo respecto a la cuestión, cabe destacar que fue también durante la Edad Media en donde surgió por primera vez la asociación entre aborto, anticoncepción y brujería, lo que – entre muchos otros factores -, dio lugar a la quema de miles de mujeres en la hoguera. Tal como describe Silvia Federici en su investigación El calibán y la bruja, esta masacre emprendida por la Iglesia Católica fue una reacción contra quienes planteaban un desafío a la estructura de poder. La sexualidad y la reproducción se encontraban bajo la órbita eclesiástica y estatal, y por lo tanto el control sobre el propio cuerpo y toda conducta que se alejara del estereotipo femenino – incluida la maternidad – era criminalizada, objeto de condena y tortura.
Fue a partir de la Era Premoderna (1500-1750) cuando la teoría de la hominización inmediata – la idea de que el feto tiene un alma desde la concepción – fue ganando terreno, mutando al mismo tiempo los castigos eclesiásticos. En 1869, la Iglesia se pronuncia con un documento publicado por el Papa Pío IX, equiparando al aborto de forma oficial con un homicidio y estableciendo la pena de la excomunión para todo aquel que lo practicara. Esta declaración recibió el apoyo del Código de Ley Canónica en 1917, siendo la postura sostenida por el Vaticano hasta el día de hoy. Así, y como resultado del poder y autoridad que había ganado el papado durante los años anteriores, por decisión de Pío IX, se dejaron de lado las otras teorías religiosas y se zanjó el debate.
Fue a partir de la Era Premoderna (1500-1750) cuando la teoría de la hominización inmediata – la idea de que el feto tiene un alma desde la concepción – fue ganando terreno, mutando al mismo tiempo los castigos eclesiásticos.
Este cambio de posición también se encuentra estrechamente relacionado con el contexto histórico. Como explica el politólogo José Mauel Morán Faúnedes en El aborto como derecho de las mujeres. Otra historia es posible (Ediciones Herramienta, 2013), los dos antecedentes inmediatos fueron las primeras aplicaciones de los microscopios para la observación de óvulos fecundados y la doctrina de la Inmaculada Concepción que establece, según el credo católico, que todos los seres humanos reciben el alma desde la concepción. A esto se suman los trabajos de la genética en los que la Iglesia se apoyó a partir del siglo XX para afirmar que un feto es un ser independiente de sus progenitores, discurso que tomó para dar un carácter «científico» a su posición, presentándola como una «verdad objetiva», en lugar de un argumento religioso.
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Por otra parte, fue necesario también un viraje político alrededor del valor asignado a la palabra vida, tal como la define la Iglesia, para considerarla un derecho de carácter jurídico. Existen numerosas evidencias de que la doctrina religiosa no siempre defendió la noción de la inviolabilidad de la denominada vida al apoyar por ejemplo la muerte por legítima defensa o incluso la pena de muerte. El escenario actual se consolidó a partir de un largo camino que pasa por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Revolución Francesa y culminó en la segunda mitad del siglo XX, pasando por la idea de que todas las personas son para el Estado «bienes sociales» y futuros individuos productivos funcionales al sistema capitalista.
A diferencia de lo que muchos postulan, los únicos aspectos que prevalecieron a través de la Historia fueron el castigo del aborto en relación a la sexualidad no destinada a la reproducción y las deliberaciones alrededor del feto, pero jamás sobre las mujeres, su cuerpo y sus decisiones.
Lo cierto es que, como describe en su libro Hurst, no existió en la Iglesia una tradición clara que condene el aborto como un homicidio sin excepción a lo largo del tiempo, condición necesaria para lo que la institución religiosa denomina una «enseñanza infalible» – como algunos representantes eclesiásticos lo presentan hoy en día -. A diferencia de lo que muchos postulan, los únicos aspectos que prevalecieron a través de la Historia fueron el castigo del aborto en relación a la sexualidad no destinada a la reproducción y las deliberaciones alrededor del feto, pero jamás sobre las mujeres, su cuerpo y sus decisiones, que siempre se desestimaron.
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Utilizar un discurso científico no hace a los argumentos de la Iglesia más legítimos o «neutrales», como se pretende, sino que por el contrario esconde un entorno cultural que se construyó sobre las opresión histórica de las mujeres, de lo cual la ciencia tampoco está exenta. Presentar estos argumentos como una verdad absoluta invisibiliza el control sobre los cuerpos y los destinos unidos para el patriarcado a la maternidad. Para la Iglesia, y para el modelo de cultura desarrollado a lo largo del tiempo, el aborto no solo ataca su percepción biologicista de la vida, sino también las formas de poder que ahora mujeres y cuerpos gestantes buscan desarmar para reclamar la autonomía que les pertenece.