Michel Noher es un actor de 35 años que parece elegir minuciosamente los proyectos en los que se embarca. Hoy se lo puede ver en el fenómeno prime time de Telefé —100 días para enamorarse— pero también en la sala de Nün Teatro Bar con El hijo eterno, una obra que se ha convertido en un verdadero suceso dentro del circuito independiente, agotando localidades con varias semanas de anticipación. Su comprometida interpretación le ha valido una nominación a los Premios ACE en la categoría de “Mejor Actuación en obra para un solo personaje”. La Primera Piedra charló con Michel antes de una de sus funciones.
Las cosas no siempre se dan tal como imaginamos, y ese quizás sea uno de los ejes más importantes que aborda el texto del brasileño Cristóvão Tezza (O filho eterno) porque se trata de un padre primerizo que no puede aceptar la idea de tener un hijo con síndrome de Down. Sin embargo, en la experiencia de Michel Noher con esta pieza parece suceder exactamente todo lo contrario: “Era el recorrido que imaginábamos antes de empezar, y eso es lindo porque muchas veces uno imagina cosas que después no se dan del modo en que uno las pensó”. Días atrás la gira arrancó por Ramallo y Santa Teresa, y en septiembre seguirá por la tierra en donde creció el actor: Bariloche. “Nunca hice teatro allá así que estoy feliz. Espero que vengan todos mis compañeros de colegio”, comenta Michel entusiasmado.
«Cuando se me presentan desafíos así… no puedo evitarlos. Me atraen»
— El texto de esta pieza es profundamente literario. ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones ante la lectura y cómo buscaste la teatralidad?
— Lo primero que me pasó con el texto fue que me pareció bellísimo: muy poético y descarnado, sincero, profundo. La verdad quedé encantado. Yo soy muy lector, y literariamente me pareció tan bonito que lo siguiente fue preguntarme cómo convertir eso en teatralidad. Primero fue una novela escrita por Tezza y después la compañía brasileña Atores de Laura hizo la adaptación para teatro. Mi viejo vio esa obra, le gustó mucho, surgió la posibilidad de traerla para acá y vino el director que hizo la puesta original [Daniel Herz]. En general, cuando se me presentan desafíos así… no puedo evitarlos. Me atraen.
— Ya que hablás de desafíos, ¿cuál fue el mayor?
— Justamente eso: convertir esta novela que todavía puede leerse en escena, emocionalidad y situaciones reales. Por supuesto que lo primero fue aprenderse el texto: es un montón y muy específico. No da espacio al chapuceo por las palabras que tiene y por cómo está escrito; hay una métrica muy particular.
— Tratándose de un unipersonal, la interacción con los espectadores desde el cuerpo y la mirada es permanente. ¿Cuánto modifica el público cada una de las funciones?
— Esta obra es un relato, y así lo trabajamos con Daniel Herz y Nacho Ciatti [director y asistente]. Al ser un relato, está dirigido a alguien y se transforma en un diálogo. Para mí la obra varía muchísimo noche a noche, dependiendo de lo que ocurra en la sala. Hay una energía y cierta respiración colectiva. Eso me sirve también para sacarme un poco de responsabilidad; en ese sentido es muy liberador. Hay veces que sale mucho más dramática, profunda y densa; y otras veces se vive eso mismo pero de manera más leve, de la mano de este narrador omnisciente. Por supuesto que yo voy hacia donde la obra tiene que ir, pero para mí es algo que está ocurriendo con la energía de ese cuerpo colectivo.
El hijo eterno aborda temáticas muy particulares como la paternidad o el síndrome de Down, pero la manera en la que esos tópicos están planteados permite leerla también desde un registro más amplio: “Podés no ser padre, podés ser mujer, podés ser viejo y la obra te va a tocar igual porque habla del amor, de la dificultad de amar a un otro por lo que el otro es. En ese sentido también puede convertirse en algo sanador”.
«Para mí la obra, más que de un padre con un hijo, habla de la dificultad de amar a un otro por lo que el otro es»
— ¿Cómo leés vos esta pieza?
— Creo que como todo buen texto es metafórico: si bien habla de un chico con síndrome de Down y su padre, a partir de eso podés leer la vida misma. Para mí la obra, más que de un padre con un hijo, habla de la dificultad de amar a un otro por lo que el otro es. El síndrome de Down funciona para evidenciar la diferencia, pero esa diferencia se da en muchos niveles y es inevitable. Entre dos personas hay diferencia. Cada persona es única e irrepetible, y a veces es muy difícil superar las diferencias para descubrir el amor. Yo creo que nunca lo hice, pero me parece hermoso que podamos plantearlo. Sabemos que el autor sí lo logró.
— ¿Cómo te llevás con la parte autobiográfica que tiene el texto? Sabemos que esta fue la experiencia de Cristóvão Tezza con su hijo.
— Eso da un sostén muy lindo para mí a la hora de acercarme al texto, y también tuve la suerte increíble de que Tezza haya tenido el interés de venir a la Argentina para ver la obra. Vio el primer ensayo general que hicimos y pude decirle su texto en la cara… ¡y en español! Fue muy emotivo. Son momentos irrepetibles que se viven en nuestra profesión. Él terminó llorando y yo casi que también.
— Buena parte de esta obra se sustenta en tu cuerpo. ¿Cómo trabajaste el texto desde la corporalidad?
— Hay una propuesta de espacialidad muy concreta y creo que es valiosa para la obra. La silla, por ejemplo, por momentos es un mueble, un personaje o un lugar. Me parece que esa base que nos trajo Daniel fue fundamental. Después tuvimos que investigar sobre mi cuerpo y lo que yo puedo dar. Tuve la oportunidad de ver una grabación de la puesta brasileña y siento que es muy distinta, pero justamente por esto que decíamos antes sobre las diferencias: la idiosincrasia y la personalidad no son las mismas.
— Una vez contaste que en un taller de clown, Claudio Martínez Bel había comparado al actor con alguien que intenta entretener a un dragón para que no se lo coma. ¿Cuáles son tus estrategias a la hora de seducir al dragón cada noche?
— Hay algo que el director planteó desde el inicio y me costó bastante entender, pero ahora que lo entiendo lo disfruto mucho más en escena. La obra traza un camino para generar cierta seducción en el público y, al mismo tiempo, todo lo contrario: por momentos uno tiene que quedarse muy solo en escena, diciendo cosas que por lo general el público no va a querer acompañar, y mientras menos acompañen mejor está funcionando. Eso es parte de la curva de la obra, pero es muy loco trabajarlo desde ese lugar porque en general lo que el actor quiere es seducir para que el público acompañe al personaje.
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“Mi sensación dentro de la escena es que en cualquier momento todo se puede ir al carajo»
En cada función Michel Noher enfrenta a su público completamente solo, amparado en (o librado a) un texto muy potente que demanda gran intensidad al momento de la interpretación. “Mi sensación dentro de la escena es que en cualquier momento todo se puede ir al carajo. Estar frente a ese dragón es entender que, por el solo hecho de estar ahí, ya se fue todo al carajo; ni siquiera hace falta que te coma”, confiesa jocoso.
— En este momento estás transitando dos personajes que de alguna manera se vinculan con la aceptación: Fidel debe aceptar el hecho de sentirse atraído por un hombre a sus 35 años, y el protagonista de la obra debe aceptar a un hijo con síndrome de Down. ¿Cómo los trabajaste?
— Creo que la diferencia es que Fidel no acepta sus sentimientos y el personaje de la obra no acepta sus circunstancias. En ese sentido son infantilidades muy distintas. Fidel me parece un tipo muy valiente en el proceso que está viviendo; es alguien de mi edad que descubre por primera vez en la vida que hay un hombre que lo atrae. Y no sólo se anima a tener una vivencia sino a generar una relación, a aceptarse. Es muy fácil para mí entender esa dificultad porque no sé como me vería yo en una situación así. Los dos personajes tratan la aceptación, pero creo que lo hacen desde lugares muy distintos: Fidel es mucho más contradictorio que el padre de la obra.
— ¿Cómo interpretás el título?
— En la primera lectura para mí ese “hijo eterno” era el padre, justamente por la infantilidad que le impide aceptar las circunstancias. Fue lindo porque en una de las charlas que tuve con el director me dijo que nunca lo había pensado así: para él tenía que ver con el hijo que nunca puede salir de esa situación de vulnerabilidad. Eso es parte de las preguntas que deja abiertas el texto.
A la hora de analizar la escena del circuito independiente, Michel la define como un terreno fértil, activo, y agradece que haya ideas tan innovadoras y diversas. Cuenta también que el público de El hijo eterno es muy ecléctico (amantes del under, fanáticos de 100 días o interesados en la temática del síndrome de Down), y que las giras le dan la oportunidad de encontrarse con espectadores menos habituados a ver teatro por fuera de las propuestas comerciales que suelen llegar al interior del país.
Además del teatro y las giras, Michel interpreta a Fidel en 100 días para enamorarse: un profesor de literatura muy progre y con métodos de enseñanza poco ortodoxos pero que, aún así, padece agudas contradicciones internas a la hora de aceptar sus propios sentimientos. “Lo de 100 días es espectacular porque el éxito es algo que ocurre poco, y mucho más cuando está lleno de contenido. Además acá hay una bajada de línea que es muy liberadora”, destaca.
Y como no desprecia ninguna de las múltiples formas de la ficción, hace poco filmó El desentierro (de Nacho Ruipérez) en España, junto a un elenco de primera línea que incluye a Leonardo Sbaraglia, Jan Cornet, Ana Torrent y Fele Martínez. En nuestras tierras también hay proyectos para la pantalla grande, de la mano de Paula de Luque: se trata de una adaptación de la novela policial de Marcelo Figueras inspirada en la vida de Rodolfo Walsh, El negro corazón del crimen. Pero aún esperan concretar la financiación para materializarlo. Tan activo como la escena under que él mismo describe, Michel se despide para concentrarse en la función que está por venir, con el vértigo consabido y las sorpresas que depara cada noche.