Como lo anuncia su título, Pormenores de Leandro Surce (Kintsugi Editora, 2018) es un libro cargado de detalles sutiles. En diecinueve cuentos, el autor despliega un mundo a veces utópico y a veces cotidiano, pero siempre sorprendente. A lo largo del libro, la potencia escondida en lo que parece mínimo se despliega demostrando de todo lo que pueden ser capaces la observación y la imaginación juntas.
*Por Tamara Grosso
Sobre el autor
Leandro Surce nació en Florida, Buenos Aires, en 1984. Es Licenciado en Ciencia Política (UBA), estudiante de la carrera de Filosofía y editor. Dirige la editorial Kintsugi. Sus cuentos recibieron varios premios y menciones.
Colabora como reseñador en la revista Liberoamérica. Trabaja como profesor de Sociología, Ciudadanía y Filosofía. Pormenores es su primer libro de cuentos publicado hasta el momento.
La fuerza de lo que parece mínimo
El título de Pormenores (Kintsugi Editora, 2018) sugiere que los diecinueve cuentos que forman este libro van a estar centrados en pequeños detalles, en elementos que solo un buen observador puede notar. Y así es. Leandro Surce, con habilidad, cuenta estas historias no desde el punto de vista esperable y más obvio, sino desde uno más particular, específico, como cuando en una fotografía se pone el foco en un elemento del fondo y se desenfoca lo que está en primer plano.
De este modo, un cuento puede girar al rededor de los girasoles pintados en un cuadro que cuelga de la pared, o de la sigilosa tarea de las arañas de tejer de forma constante su tela durante toda la vida. Los cuentos de Surce son sorpresivos, no porque den un giro inesperado al final, sino porque desde el comienzo es posible asombrarse con la mirada sutil y compleja -algo poética- del autor sobre las situaciones, personajes y objetos que despliega. Volviendo al efecto fotográfico del desenfoque, muchas veces los objetos o los detalles -como una flor, una araña o la lluvia- son los protagonistas de estas historias, más que las personas.
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Algunos de los cuentos tienen un aire doméstico y melancólico, como «La flor desesperada», en el que un niño queda encargado durante una noche de cuidar el pimpollo de un cactus hasta que vuelva su madre. Otros son fantásticos y épicos, como «Por amor», que narra los esfuerzos de una pareja de japoneses por impedir el crecimiento desmedido de una criatura misteriosa que tienen como mascota y esconden en su casa. Pero esta variedad no desentona sino que convive, unida por esa búsqueda constante del detalle y la reflexión sobre él.
Como señala Miguel Sardegna en el prólogo, los cuentos tienen una reminiscencia cortazariana (que el epígrafe «¡Cronopios del mundo, uníos!» anticipa), y por eso, se agradece que el último cuento sea un homenaje a Cortázar: se llama «Instrucciones para tomar un ascensor», y la dedicatoria reza «A Julio, perdón y gracias». Este gesto corona el libro con una referencia explícita a un autor que es imposible no recordar mientras se leen los cuentos anteriores, y deja una feliz sensación, como la que queda de leer esos cuentos en los que un detalle mencionado al principio vuelve con fuerza en el final.
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