Hoy se inaugura en Buenos Aires la muestra fotográfica del uruguayo Federico Ruiz Santesteban, titulada El extraño caso del jardinero. Este proyecto cruza el charco tras haber sido galardonado en la Revisión de Portfolios 2017 y será expuesto en el marco del Festival de la Luz. Además, cuenta con el apoyo del Espacio de Arte Contemporáneo de Montevideo (EAC) y fue declarado de Interés Ministerial por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay (MEC). La cita es en Galería Arcimboldo (Reconquista 761 Dto 14), de lunes a viernes de 16 a 19 hs. Desde el 30 de julio hasta el 17 de agosto.
“Mi cotidianidad no es esta”, advierte Federico Ruiz Santesteban con varias sirenas y bocinazos como música de fondo, desde la mesa de un café situado en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires. “Acá me siento un forastero porque yo vivo en las afueras de Montevideo, en un área verde que de todos modos se ha transformado un poco en los últimos años”. Federico es fotógrafo y arquitecto, nació en Uruguay y actualmente vive en Lagomar (devenido Ciudad de la Costa), esos primeros balnearios ubicados a la salida de Montevideo. Habla con cierta preocupación sobre el crecimiento acelerado de las grandes urbes y el consecuente debilitamiento de las identidades locales. En su trabajo titulado Herbario aborda algunas de esas problemáticas.
Pero lo que hoy nos convoca a charlar con él es El extraño caso del jardinero, un proyecto que cruza el charco después de haber sido galardonado en la Revisión de Portfolios 2017. Se trata de una muestra que apela a la poética visual y recrea universos oníricos a partir del revelado fotográfico realizado en hojas de plantas y pétalos de flores. Ruiz Santesteban se vale de procedimientos alternativos para construir un relato sobre la paternidad y el entorno que fue testigo de esa relación padre-hijo: el jardín familiar. “Este jardín fue creado por mis padres con plantas que venían de la casa de mis abuelos; ahí nací yo, también mis hermanas y hoy está mi hijo Valentín. En mi familia siempre hubo un vínculo muy fuerte con la naturaleza y con las plantas. Las nervaduras de algún modo han marcado nuestra historia familiar y cada planta tiene su relato”, explica Federico.
Un extraño caso
— Esta muestra se titula El extraño caso del jardinero. ¿Por qué?
— La voluntad es poder presentarla ante el público de la misma manera en la que fue construida: como un cúmulo de evidencias de extrañas apariciones. Este juego está inspirado en los relatos de aparecidos, tanto de las mitologías religiosas como paganas. Acá hay un jardín que dice “gracias” y la invitación para quienes asistan a la muestra es que puedan dejar el “cómo se hizo” en un segundo plano para enfocarse en el relato.
— ¿Cuál fue el origen de este proyecto?
— Tiene muchos comienzos. El primero es el que va hacia la técnica y tiene que ver con la voluntad de poder volver a revelar por mis propios medios. Yo arranqué a hacer fotografía a fines de los ’90 con los procesos tradicionales y soy un enamorado del laboratorio. Años después, la crisis económica de Uruguay me impidió seguir trabajando con esos métodos. Afortunadamente llegó la fotografía digital y eso me permitió estar hoy acá charlando con vos; de otra manera, creo que hubiera tenido que dejar la fotografía.
— ¿Eso te llevó a explorar otros mecanismos?
— Sí, quería volver a materializar imágenes por mis propios medios, con la alquimia del laboratorio. Estuve explorando usos alternativos que fuesen de bajo costo y fácil acceso, pero que al mismo tiempo tuviesen que ver con el contexto en el que vivo, porque muchos procesos fotográficos alternativos necesitan determinados químicos y componentes que son muy difíciles de conseguir. Exploré bastante hasta que un día me di cuenta de que la respuesta que buscaba estaba en eso que me hacía sombra: las plantas de mi propio entorno. El principal propósito de este proyecto fue lograr un mecanismo consecuente con lo que soy y con mi contexto.
Las crisis latinoamericanas: el límite como recurso
— A partir de tu relato uno estaría en condiciones de decir que las grandes crisis pueden generar profundos cambios en las formas de arte. ¿Cómo leés esto en tu propia obra?
— Las limitantes se transforman en recursos. Yo soy arquitecto y en muchos casos nosotros partimos de esas limitantes para construir. En lo personal fue una búsqueda desde dos lugares: la fotografía y la arquitectura. Había una necesidad de encontrar métodos alternativos, pero lo alternativo no como snobismo; no la técnica por la técnica o la estética por la estética, sino como una herramienta más factible. En ese aspecto tengo que decir que fui un privilegiado porque la crisis no afectó a mi familia desde lo laboral; fue una consecuencia ínfima al lado de lo que vivió la inmensa mayoría de la población. Hace un tiempo escuché a Jorge Drexler decir que las dictaduras latinoamericanas generaron cosas espantosas y terroríficas, pero también otras un tanto más superfluas que no están sobre la mesa. Por ejemplo: hay generaciones enteras que no tienen una cultura del baile porque era algo que estaba completamente censurado en aquella época.
A mí me parece que hay algo muy positivo en esta época y es la democratización de la herramienta, del lenguaje. Durante mucho tiempo la fotografía fue un campo sumamente elitista debido a los altos costos (al menos en nuestra región). Hoy existe la posibilidad de tener soportes físicos a la mano. Yo soy docente y me parece maravillosa la democratización del acceso.
— Dijiste que había dos caminos. Uno es esta búsqueda desde la técnica, ¿cuál fue el otro?
— El nacimiento de mi primer hijo, Valentín. Y toda la revolución que significa ser padre por primera vez: los miedos, las incertidumbres, las necesidades, las dudas. Empezó siendo como un juego, casi sin querer, revelando; me resultaba maravillosa su reacción ante las primeras fotos. Ahí apareció esta idea de que el jardín le agradecía a él porque siempre andaba cuidándolo, regándolo: él asumió todo esto muy maravillado pero, al mismo tiempo, de manera muy natural.
Providencias naturales
Si la fotografía consiste en capturar una fugacidad, Federico ha logrado cristalizar la infancia del pequeño Valentín en hojas y pétalos del jardín familiar. “Para mí era bien importante poder aprender de él, de su sensibilidad y esa capacidad de asombro a flor de piel que tienen los niños cuando se abre un mundo nuevo frente a sus ojos. Creo que para todos —pero sobre todo para quienes intentamos expresarnos a través del arte— es esencial regar nuestra capacidad de asombro como estrategia”, confiesa Federico. Un dato curioso es que para lograr este resultado artístico se valió tan sólo de los componentes presentes en la naturaleza.
— Se trata de procedimientos naturales, sin tintas adicionadas ni químicos. ¿Podrías explicar un poco en qué consiste esta técnica?
— Las piezas no tienen ningún tipo de químico ni tintas adicionadas. Se trata de lograr la reacción de la clorofila y de otros componentes fotosensibles que habitan en estas especies naturalmente. El proceso puede ser similar al marchitar de una hoja. En la muestra no hay químicos, pero sí una selección como fruto de todos estos años de trabajo: no todas las especies de plantas reaccionan de la misma manera y, aún al interior de cada especie, los ejemplares no reaccionan igual si es un brote recién nacido o una hoja vieja. Todavía no pude encontrar un patrón de conducta y eso me maravilla; tiene algo de incertidumbre, de azar.
— ¿Cómo reaccionan las hojas y los pétalos al paso del tiempo?
— En esta muestra hay ejemplares que tienen seis años de realizadas, y hay otras que estuvieron en la primera muestra y ahora ya no están porque se desvanecen. Posiblemente algunas de las que estén en la muestra de Buenos Aires no estén en la próxima. Ese es otro gesto que me interesa trabajar: la poesía de lo efímero justamente en la fotografía como disciplina, que se funda en esta necesidad de perpetuidad. Creo que está bueno generar ese diálogo con cada espectador: hoy ves algo que quizás la semana que viene no esté o sea de otro color.
Poética visual y surrealismo criollo
El extraño caso del jardinero fue uno de los proyectos seleccionados por el Espacio de Arte Contemporáneo de Montevideo y expuesto allí en 2016. Además, tuvo una expansión muy grande a nivel regional e internacional gracias a las redes sociales, y a raíz de esa difusión Federico fue invitado a participar de una muestra colectiva de fotógrafos uruguayos (Ojos del Uruguay) que recorrió Austria, Portugal y Angola. La muestra en Buenos Aires surge como consecuencia del premio recibido en el Foro de Portfolios 2017 del Festival de la Luz.
— La muestra va a contar con una parte interactiva. ¿Cómo es eso?
— En esto tuvo mucho que ver Fernando Sicco, curador de la muestra. Fue muy importante generar la espacialidad y una manera particular de mostrar el material. La consecuencia de esa búsqueda es una muestra pseudo-científica: hay una vitrina donde se presentan los hallazgos, pero además nos parecía importante que la gente pudiera entrar en contacto con los materiales porque hay algo de escepticismo al principio. Muchos dicen “¡esto es Photoshop!”. La parte interactiva consiste en una pila de hojas secas donde vas revolviendo, jugando como un niño y —si hurgás— cada tanto podés encontrar alguna de estas hojas, tocarla, mirarla a la luz y dejarla para que otros puedan hacer lo mismo. Tengo que agradecerle a Valeria Ratti, una amiga que me ayudó a juntar hojas en Buenos Aires porque imaginate que cargarlas en el Buquebus iba a ser bastante complicado…(risas).
— ¿Cuáles son tus referentes en el ámbito de la fotografía?
— Podría nombrar a Chema Madoz y Duane Michals que trabajan con esta cuestión de lo fantástico; John Herschel que fue quien documentó los primeros trabajos con pigmentos naturales; más acá en el tiempo obras contemporáneas como Dahn, Ackroyd y Harvey. Admiro muchísimo a grandes fotógrafos uruguayos como Roberto Fernández o José Pilone. Y de Argentina también: Marcos López, que habla del “surrealismo criollo” como una continuidad del realismo mágico de García Márquez llevado a la imagen; eso me parece sumamente potente. Me interesa esa apuesta a la fotografía como herramienta para la poesía visual y para construir discursos oníricos. Muchas veces se acota a lo documental, pero lo cierto es que la fotografía tiene un vuelo que va mucho más allá.
— ¿Ese interés por los mundos oníricos proviene de una necesidad de distanciarse del género documental?
— Me encanta lo documental; de hecho me formé con un fotoperiodista y mi primera experiencia laboral en el campo de la fotografía fue en un periódico. Lo adoro como género. Con respecto a lo onírico, posiblemente tenga que ver con esto del contexto: siempre me fascinaron las mixturas entre lo onírico y lo real, y también la búsqueda de otro abordaje de la fotografía. Me encanta la poesía visual y me gusta asumir la fotografía como una herramienta poética. Es un lugar que me fascina como norte.
— ¿Qué lugar ocupa la fotografía hoy, en la era de las imágenes y la instantaneidad?
— El gran debate de la fotografía es qué hacer con la superabundancia. Creo que todos estamos de acuerdo en esto: hay cierto hartazgo de la imagen. Las posiciones más críticas dicen que ya se sacó todo lo que había que sacar y que ahora sólo queda revisar lo que ya se sacó. A mí me parece que hay algo muy positivo en esta época y es la democratización de la herramienta, del lenguaje. Durante mucho tiempo la fotografía fue un campo sumamente elitista debido a los altos costos (al menos en nuestra región). Hoy existe la posibilidad de tener soportes físicos a la mano. Yo soy docente y me parece maravillosa la democratización del acceso [Federico está al frente de su propia escuela de fotografía, Gato Peludo]. Creo que la fotografía todavía nos ayuda a detenernos y a retener eso que pasa rápidamente. Al margen de esto, me parece que todos nos debemos una cultura visual que vaya en sintonía con las nuevas herramientas. Cortázar decía que somos analfabetos visuales.
— ¿Cómo esperás esta muestra?
— La espero con mucho agradecimiento, con mucha alegría y muchas ganas de estar presente en la sala esperando a la gente. La posibilidad de poder exponerla en Buenos Aires y llegar al público de este lado del charco me tiene muy contento.