Luego de la aprobación del proyecto de ley de aborto en la Cámara de Diputados, se replicaron en las redes sociales una serie de comentarios misóginos hacia las mujeres que apoyan la interrupción legal del embarazo. En estas repudiables publicaciones, personas que en el último tiempo predicaron el lema de «defender las dos vidas» desean la muerte y toda clase de violencias para quienes reclaman el derecho a decidir. ¿Qué es lo que en realidad molesta? (Fotos: Nadia Díaz)
«En mi guardia los abortos se harán sin anestesia», publicó en su muro de Facebook un anestesiólogo del Hospital de la Madre y el Niño de la provincia de La Rioja, el pasado viernes 15 de junio. Solo había pasado un día luego de que la Cámara de Diputados diera media sanción al proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, tras un largo debate parlamentario acompañado por miles de personas en los alrededores del Congreso. El repudiable comentario – festejado también por varias personas – se difundió rápidamente en las redes sociales, logrando que el caso llegara a oídos del Ministerio de Salud riojano que, horas después, expresó su rechazo y resolvió su despido, además de dejar en clara su posición contra toda clase de violencia obstétrica y a favor de los derechos de género.
«En mi guardia los abortos se harán sin anestesia», publicó en su muro de Facebook un anestesiólogo del Hospital de la Madre y el Niño de la provincia de La Rioja, el pasado viernes 15 de junio. Solo había pasado un día luego de que la Cámara de Diputados diera media sanción al proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo,
«El Ministerio de Salud, a través del Hospital de la Madre y el Niño, repudió los dichos expresados por un médico anestesista de dicha institución habiendo resuelto desafectarlo de manera inmediata y elevar comunicación a la Asociación de Anestesia de la provincia, al Consejo de Médicos y al Colegio Médico de la provincia”, dice el comunicado. «Como referentes de la salud pública, garantizamos el derecho a la salud de todas las mujeres de nuestra Provincia, que acudan a los hospitales públicos y centros de salud», concluye. Este no fue el único caso que tuvo repercusión en las redes sociales: con pocas horas de diferencia respecto del primer comentario, otro médico de La Rioja perteneciente al Hospital regional Dr. Enrique Vera Barros publicó también en Facebook: «#CuentenComingo (Para reventarle la cabeza a palos así aprenden a ponerse un forro. Las envuelvo en celofán..)».
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Estos tampoco se trataron de episodios aislados: en los últimos días, fue constante la presencia en redes sociales de comentarios y actos violentos por parte de quienes enarbolan la bandera de «las dos vidas» hacia mujeres que defienden la legalización del aborto y hacia todas aquellas que optarían por interrumpir su embarazo. También tuvieron repercusión los dichos que circularon en Twitter en referencia al trágico episodio que terminó con la vida del hijo y la esposa del senador de Formosa, Luis Naidenoff. Al haberse expresado a favor del proyecto de ley, fueron varios quienes publicaron repudiables frases como «justicia divina». Las amenazas de muerte, violación y las más crueles formas de violencia demuestran que, lejos de querer salvaguardar la vida, lo que desata la ira del núcleo más duro del machismo es que las mujeres reivindiquen la libertad sobre sus cuerpos, fuera de los límites marcados por la cultura patriarcal.
Las amenazas de muerte, violación y las más crueles formas de violencia demuestran que, lejos de querer salvaguardar la vida, lo que desata la ira del núcleo más duro del machismo es que las mujeres reivindiquen la libertad sobre sus cuerpos y sus vidas, fuera de los límites marcados por la cultura patriarcal.
Apoyados en la idea de maternidad como mandato, estos discursos forman parte de la reacción misógina ante la autonomía que reclaman las mujeres, en este caso en las dimensiones sexual y reproductiva, y buscan disciplinar y someter a quienes se atreven a desafiar el sistema establecido. Se trata también de un patrón visible en el último tiempo: las luchas feministas y la reafirmación de las identidades disidentes han suscitado toda clase de episodios agresivos por parte de quienes no aceptan la diversidad y continúan viendo a las mujeres como objetos que deben amoldarse a normas inamovibles. Así surgen, por ejemplo, las amenazas de las denominadas «violaciones correctivas» que, como hemos mencionado en La Primera Piedra, son comunes para todas aquellas que se atrevan a alzar la voz o desafiar el «orden».
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Pero además, las reacciones mencionadas de los profesionales de la salud ponen en evidencia una cara de la violencia machista muy común a la hora de hablar de los derechos reproductivos: la maternidad no sólo como una obligación, sino también como algo que se transita con dolor. Frases como «si te gustó lo dulce, ahora aguantate lo amargo», que continúan siendo una agresión común durante el parto – de acuerdo a los registros del Observatorio de Violencia Obstétrica llevado adelante por la agrupación Las Casildas -, implican una condena que la mujer recibe por el placer sexual, y que es la misma que los sectores machistas ponen en quien decide abortar.
Frases como «si te gustó lo dulce, ahora aguantate lo amargo», que continúan siendo una agresión común durante el parto implican una condena que la mujer recibir por el placer sexual, y que es la misma que los sectores machistas ponen en quien decide abortar.
Tanto uno como otro caso – la violencia durante el parto y el rechazo a la interrupción legal del embarazo – hablan de un control sobre los cuerpos de las mujeres y de su libertad sexual, reservada para el varón. De esta manera, se anula la voluntad y la capacidad decisoria: una vez más, la mujer es cosificada para que responda a los mandatos tradicionalmente asignados por la cultura. Así, no solo se ponen en juego ciertas formas legítimas de ocupar el espacio público, sino también de comportarse en el ámbito privado, donde el deseo continúa siendo estigmatizado.
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Que miles de mujeres organizadas exijan soberanía sobre sus cuerpos rompiendo con uno de los tabúes más arraigados en nuestra sociedad implica un cambio crucial en el denominado «sentido común» y eso es algo que molesta. Es marcar un límite a la vergüenza y a la culpa como mecanismos centrales en una relación de poder en la que las mujeres fueron históricamente oprimidas. Es, también, desnaturalizar la violencia con la que se intenta someter a todas aquellas que reclaman por su autonomía, que probaron tejer redes inquebrantables.