En el marco de la Temporada Internacional del Complejo Teatral de Buenos Aires, se presenta una nueva versión de La tempestad (de William Shakespeare) en el Teatro San Martín. Se trata del fruto de intercambios artísticos entre Argentina y Reino Unido. La directora británica Penny Cherns llega a Buenos Aires para dirigir a actores argentinos en su versión de este clásico. Del 17 de mayo al 5 de agosto. Miércoles a domingos a las 20.30 hs. en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín.
Shakespeare es inmortal porque sus personajes atraviesan dilemas universales, porque son arquetípicos y —al mismo tiempo— de carne y hueso, porque aún en pleno siglo XXI los espectadores de casi cualquier parte del mundo pueden sentarse en la butaca de un teatro y sentirse interpelados, identificados con sus pasiones, obsesiones, miserias, terrores, sueños y desdichas. Hoy, de la mano del teatro oficial, los espectadores porteños tienen la oportunidad de encontrarse con una excelente versión como fruto de un trabajo colaborativo entre Argentina y Reino Unido.
Lo primero que hay que decir es que la versión de la británica Penny Cherns no hace una lectura poscolonial de la pieza de Shakespeare sino que se ubica en el tiempo preciso de su escritura. Por lo tanto, será preciso sumergirse en esa atmósfera para tener una idea cabal de lo que se quiere contar. En este sentido, la traducción a cargo de Marcelo Cohen y Graciela Speranza resulta un elemento fundamental en la propuesta: tanto por su fidelidad a la lengua madre en el pasaje del inglés al español, como por su atento cuidado en la búsqueda de palabras cuya sonoridad fuese similar en ambos idiomas. Estas estrategias permiten sostener toda la carga dramática que aloja el texto y, al mismo tiempo, representan un gran desafío para los actores al momento de recitar.
La versión de Cherns está completamente atravesada por esa mirada prospectiva orientada hacia el futuro. En un páramo donde todo está por hacerse, los personajes son quienes deben (re)inventar sus propias reglas, sus propias leyes, su sistema de relaciones y jerarquías.
La trama es relativamente sencilla; es en los pliegues de los personajes donde se oculta buena parte de la complejidad de esta obra, la última que Shakespeare escribió en solitario. Próspero (Osqui Guzmán), duque de Milán, es expulsado de su tierra en medio de un oscuro entramado de poder que involucra a varios allegados. Tras esa traición queda confinado en una isla perdida junto a su hija Miranda (Alexia Moyano); su fiel servidor, el epíritu Ariel (Malena Solda) y el esclavo nativo, Calibán (Gustavo Pardi). Con ayuda de Ariel, Próspero desata una terrible tormenta que provoca el naufragio de la embarcación de sus enemigos (Marcelo Xicarts e Iván Moschner). Cuando ellos arriban a su nueva tierra, el exiliado deberá optar entre la venganza y la justicia. Esa elección estará atravesada por el romance entre Miranda y el joven Fernando (Martín Slipak), hijo del rey de Nápoles. Esa unión limará asperezas y de alguna manera establecerá la paz entre ambos reinos.
La versión de Cherns está completamente atravesada por esa mirada prospectiva orientada hacia el futuro. En un páramo donde todo está por hacerse, los personajes son quienes deben (re)inventar sus propias reglas, sus propias leyes, su sistema de relaciones y jerarquías; y esto es algo que está muy presente en nuestras sociedades modernas (sobre todo en el Reino Unido, donde aún sigue habiendo soberanos y monarcas). Al mantener la métrica original y el tono poético shakesperiano, los actores inevitablemente se enfrentan a un gran desafío: ¿cómo desolemnizar y desacralizar una trama en donde todo el peso dramático recae en las palabras?
El equipo encuentra una gran respuesta en la corporalidad, el movimiento y lo gestual. Abigail Kessel es la colaboradora artística de Cherns y responsable del movimiento en escena; aquí se nota un trabajo minucioso de prueba y error, en donde ninguna decisión dramática ha quedado librada al azar. La pieza gana musicalidad no sólo en las voces de los actores sino también en sus cuerpos. Queda claro que hacer Shakespeare no ha sido nunca (ni puede ser) tan sólo recitar animosamente un texto; es preciso que los actores encarnen sus personajes con la misma habilidad camaleónica con la que el dramaturgo inglés los talló hace siglos.
Aquí no hay improvisados: Guzmán participó de una versión de Sueños de una noche de verano bajo dirección de Alicia Zanca y experimentó el teatro en verso con El niño argentino de Mauricio Kartún; Solda estuvo en Londres entre 2005 y 2006 haciendo un posgrado de teatro clásico en la misma institución donde se desempeña la directora. El resto del elenco está a la altura de las circunstancias y resuelve esos desafíos con solvencia (Slipak, Xicarts, Moschner y Pardi interpretan a dos personajes, y su habilidad permite que el cambio de rol sea orgánico y no entorpezca el desarrollo del relato).
Otros elementos a destacar: la música colocada en momentos precisos y atinados, el diseño lumínico de Eli Sirlin y la escenografía de Jorge Ferrari, que sin dudas contribuyen a esa síntesis tan bien lograda desde el movimiento y la palabra. Cada nueva versión de Shakespeare abre puertas a realidades paralelas en la cabeza del espectador; esta versión de La tempestad no es la excepción y vale la pena presenciar ese descubrimiento.