Los cuentos que componen El mundo no necesita más canciones (La Parte Maldita, 2017) de María Eugenia Ludueña componen un universo narrativo donde la sutileza es el mayor filo de la mano de nueve relatos protagonizados por mujeres. Manejando con gran habilidad el traspaso de las historias íntimas con el pasado reciente argentino, este libro maneja humores y sensibilidades profundas con la misma cotidianidad e inconsciencia con las que solemos vivir los momentos trascendentes.
Sobre la autora
María Eugenia Ludueña nació en Santa Fe en 1969. Es Lic. en Cs. de la Comunicación (UBA). Es autora del libro de no ficción Laura, vida y militancia de Laura Carlotto (Planeta, 2013). Periodista desde 1992, trabajó en distintos medios. Dirige Presentes, un medio de noticias LGBTI para América Latina. El mundo no necesita más canciones.
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La sutileza en la narrativa
A veces parece que la ficción es un lujo que nos damos los seres humanos, ya que con la realidad es suficiente para narrar historias con la capacidad de captar a cualquier tipo de público. Un poco de ese espíritu puede encontrarse en el libro El mundo no necesita más canciones (La Parte Maldita, 2017) de María Eugenia Ludueña, donde el realismo desarrollado en los nueve cuentos que conforman el libro es un imán para el interés del lector, quien a través del universo de las mujeres protagonistas de los distintos relatos va a poder entender aún más que lo personal es político.
En esa dirección, se puede destacar la sutileza presente en el lenguaje y en los modos elegidos por la autora, donde los relatos avanzan motorizados por una sencillez que esconde un serio y complicado trabajo narrativo. No hay explicaciones de más, ni diálogos obvios, ni detalles demasiado explícitos. La narrativa de Ludueña avanza sin que nos demos cuenta, igual que todos esos problemas cotidianos en los que no nos detenemos a reflexionar: simplemente resolvemos.
Puede leerse, al describir el fin de una pareja: «Ahora toda la información acumulada sobre él se convierte en basura: su vino más querido, los sabores de helado que le gustan, sus músicos y autores de cabecera, una marca de preservativos»; O también, , en relación a una mujer que abandona por un rato la tarea doméstica de la maternidad para ir a una fiesta: «– Chau mami. Que Dios te bendiga./ Era injusto que incluso en sus ratos alguien que no la conocía la llamara así».
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La misma sutileza narrativa en El mundo no necesita más canciones va poder encontrarse a la hora de hablar de la dictadura cívico militar argentina, mostrando cómo el momento más trágico de la historia reciente de un país puede trastocar la intimidad de cada una de las personas. Así, la oscuridad puede verse en detalles íntimos: «Mi abuelo me regaló una foto muy linda de mi papá. Mi mamá la encontró en un bolsillo y me dijo que la mirara bien y la guardara en el corazón, ya me había explicado que no podemos tener fotos». Resulta interesante, en ese sentido, ver al golpe del 76 a partir del relato de una niña que lo vive inocentemente en «La canasta mágica» y, en contraposición, el de una mujer mayor que aún paga las secuelas muchos años después en «La cena».
Con un humor inteligente y delicado aún en los momentos claves de cada una de las historias, Ludueña logra una «épica de la desilusión», tal como sostiene Sonia Budassi en la contratapa. En El mundo no necesita más canciones, en definitiva, se puede ver el mundo en sus distintos niveles en los ojos de mujeres que forman parte de un orden confuso aunque desde el conjunto de la sociedad se trate de invisibilizarlas. Lejos de aportar a la ya caduca idea de la «mirada femenina», este libro es tan universal como el dolor.