El enemigo interior es una película de Eran Kolirin donde se exponen crudamente todas las tensiones que se viven al interior de las fronteras del Estado de Israel. El director opta por condensar esas tensiones en el núcleo de una familia tipo clase media: una madre profesora de literatura, un padre recientemente retirado del ejército y dos hijos adolescentes que por momentos llevan una vida completamente ajena a la de sus padres. El film plantea interesantes puntos de vista, pero no profundiza ninguno y elige quedarse en el momento expositivo.
El enemigo interior comienza con la despedida de David del ejército luego de 27 años de servicio. Pero su regreso a la vida civil no será sencillo porque inevitablemente se encontrará con una «nueva Israel», donde impera la lógica mercantil, la competencia voraz y la obsesión por el dinero. Él confía en que podrá hacerse un camino profesional como «empresario» vendiendo suplementos dietarios, pero el proyecto fracasa porque no cuenta con el espíritu de comerciante.
En las primeras escenas se lo ve en medio de una reunión motivacional organizada por la empresa, en donde el «gurú de los negocios» enseña que los fines siempre deben estar por encima de los medios. «Tener éxito implica hacer cosas desagradables, cosas que te avergüenzan. Todos queremos tener éxito, pero la pregunta es: ¿realmente estamos dispuestos a hacer algo al respecto?». Y ese interrogante es el que atraviesa a todos los personajes de esta película, micro-retrato de la realidad israelí.
«Éste es un film acerca de gente buena que vive en una realidad mala», dice Kolirin. Y efectivamente, por voluntad propia o mero desconocimiento, los personajes de esta historia toman decisiones desacertadas que —de una u otra manera— impactan sobre el resto: David mata por accidente a un obrero árabe; su esposa Rina tiene un affaire con uno de sus alumnos; Omri, el hijo, decide vengarse del estudiante por publicar fotos de su madre; y la joven Yifat se opone a la militarización de Israel y a la estigmatización del pueblo árabe.
El director intenta cuestionar el sentido de esas decisiones tomadas en una realidad que sólo admite roles de víctima o verdugo. En este punto, resulta interesante recuperar las palabras del Kolirin: «Por mi parte, amo y odio al mismo tiempo el lugar donde nací y vivo. A medida que pasan los años, acepto esta contradicción como dada, ni buena ni mala. Es la única realidad que tengo».
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