Los seis cuentos que componen Carrusel (Kintsugi, 2018), de Enrique Decarli, proponen un lenguaje particular, que deja abierto el sentido para que sea el lector, en última instancia, quien termine de completar las imágenes. Con cuentos de largo aliento, el ritmo narrativo propuesto por el autor introduce al lector en una suerte de encantamiento del que es difícil salir, incluso minutos después de haber terminado el relato.
Sobre el autor
Enrique Decarli nació en Buenos Aires, en 1973. Es abogado y músico. Desde 2008 dicta talleres de lectura y narrativa. Algunos de sus relatos fueron publicados en diferentes revistas. Es autor de los libros de relatos: Desde la habitación del sur (Quito, Libresa, 2009), Big Bang (Buenos Aires, Textos Instrusos, 2013), Jauría (Eloisa Cartonera, 2014), Bengalas (Paisanita Editora, 2014) y Flipper (Paisanita Editora, 2017).
Tantas lecturas como lectores
Cualquier libro, por más literal que se pretenda, sabe que está sometido a la lectura siempre impredecible del lector. Sin embargo, hay algunos que tensan ese recurso hasta el máximo, como es el caso de Carrusel (Kintsugi, 2018), de Enrique Decarli. Los seis relatos que integran este libro narran historias que nunca son del todo explicadas, coqueteando tanto con el género realista como con el fantástico, algo que ya podía rastrearse en la obra del autor, sobre todo en Bengalas (Paisanita, 2014).
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Con personajes seductores, las historias que forman parte del libro poseen una característica en común: la sensación de introducirse en una trama que ya empezó y que necesita de nuestro esfuerzo para que no nos sintamos expulsados. Decarli, en ese aspecto, es generoso: nos invita a sumarnos en la conversación en el momento más álgido e interesante, por lo que el lector entra a gusto en el desafío propuesto.
«El libro ofrece toda la escala cromática entre lo que solemos tener por realidad y por fantasía», escribe Silvina Gruppo en un prólogo tan puntual y preciso que sin su presencia, Carrusel no sería lo mismo. El diálogo constante entre lo dicho y lo no dicho, lo que se explicita y lo que se deja cubierto de un manto de ambigüedad, es un recurso que enriquece a la obra de Decarli en su conjunto y hace que este sea un libro que va a contramano de lo que se espera de un relato de cuentos hoy en día.
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Ahora bien, algo que caracteriza a Carrusel es el ritmo narrativo propuesto por el autor, quien desarrolla esta habilidad más allá de la historia que se esté contando. Esa musicalidad hace las veces de un canto de sirena que nos hace olvidar que estamos dejando atrás las aguas claras del verosímil y que, de repente, nos encontramos rodeados por un bosque de formas difusas. Un ejemplo: «Y antes de buscar el mojón consideró desabrocharse dos botones de la camisa. Arremangarse hasta los codos. Fumar, apoyado en el auto, la ácida gratitud de un sobreviviente». O también: «Dos golpes suaves. La puerta se abría hacia adentro y asomaba medio cuerpo de mujer y una cara entera. La cara no tenía cara de sonda. No era Jorgelina. Pero no importaba».
Para ser leído con calma, abandonando la ilusión de una lectura liviana, Carrusel de Enrique Decarli deja su huella en el lector, quien sigue imantado en la vibración propuesta por cada relato, necesitando de varios minutos para continuar con el que sigue. Eso, lejos de ser una debilidad, es una de las fortalezas de este libro: obligarnos a repensar qué es lo fantástico y qué es lo real, sobre todo para saber, después de todo, qué tan flexible es nuestra percepción de las cosas.