En 1978, en medio de un genocidio atroz, se ponía en marcha el Mundial de Fútbol en un país que se mantenía sumido en un silencio total, el horror y una desigualdad social que acrecentaba acorde a que iban sucediendo las desapariciones de personas. A 40 años de aquella Copa del Mundo y a días de un nuevo encuentro internacional de Fútbol, en La Primera Piedra recordamos esta fecha histórica porque cuando en la Argentina se quiere, la pelota se mancha con sangre.
«Ahora el mundo sabe que Argentina, cuando quiere, puede»
En 1978 la dictadura cívico-militar parecía abarcarlo todo con el terror y la muerte. Desde marzo de 1976, dos años atrás, se movía como quería. Realmente, como quería. A pesar de las resistencias que fueron surgiendo en aquellos años, los militares junto a los cómplices civiles de todos los sectores concentrados y de poder como la Iglesia, empresarios y políticos, tenían asegurado el silencio y la complicidad social, judicial y mediática.
Con centros clandestinos de detención, tortura y exterminio en todo el país, la organización de los movimientos obreros, estudiantiles y populares fue aniquilada. Con estos campos de concentración, que hoy se conocen que fueron más de 700, la «gobernabilidad» y el poder totalizante estaba bajo control. Sin embargo, era necesario actualizar un consenso que comenzaba a resquebrajarse.
Las denuncias internacionales aumentaban a medida que el exilio de familiares y militantes acrecentaba, pero también de los sobrevivientes que comenzaban a contar lo vivido en los cientos de centros clandestinos de detención. Allí, se comenzaron a realizar campañas para que el mundial no se realice en el país a lo que el gobierno de facto respondió con dos frases célebres que siguen retratando una época: «Los argentinos somos derechos y humanos» y «La campaña anti argentina del exterior».
«Mostraremos al mundo como somos los argentinos»
En este contexto, y a medida que aumentaban los intentos internacionales por denunciar la masacre que estaba sucediendo en el país, el Mundial de Fútbol en Argentina se volvió política de Estado. El país había sido designado como la sede del torneo cinco años antes, en otro contexto institucional. Sin embargo, los comandantes de la dictadura cívico-militar así lo iban a aprovechar.
En aquellos años, como cada vez que llega un nuevo mundial, el nacionalismo se exacerbó. Apoyado por los medios, las publicidades y los representantes del país, el torneo de fútbol internacional siempre llega como elemento consagrador de aquello que, en teoría, «somos». Este sentimiento del ser nacional funciona como elemento unificador de la patria. De una patria que invitaba a «todos» a sumarse a esta fiesta nacional. Sin embargo, como siempre que se habla de todos, se habla de un «nosotros» y, también, de un «otro» que se excluye. En este caso no todos estaban invitados a la fiesta.
Los «subversivos», los militantes y todos aquellos que vayan contra la moral «republicana» y cristiana, y a pesar de lo establecido en sus documentos, estaban negados del ser argentino: estaban negados de ser. Y, a su vez, no estaban. Eran, justamente, desaparecidos. ¿Cómo se puede hablar de una fiesta nacional cuando el Estado secuestra, tortura y extermina? ¿Cómo se puede mantener el mito de una fiesta en plena dictadura si en ese mismo momento hombres y mujeres eran torturados?
Esta Copa del Mundo fue la primera que organizó Argentina y exacerbó pasiones que promovieron un silencio que permitió ocultar la desaparición y el exterminio de miles de personas. Además del horror de la muerte y el genocidio en marcha, también permitió silenciar el modelo económico que estaba condenando a las grandes mayorías de la población a la exclusión, la pobreza y el hambre.
«Pido a Dios, Nuestro Señor, que este evento sea realmente una contribución para afirmar la paz que todos deseamos para todo el mundo; esa paz dentro de cuyo marco el hombre puede realizarse plenamente como persona, con dignidad y libertad”, anunciaba Jorge Rafael Videla en aquella inauguración del Mundial y saludaba: «Bienvenidos a esta tierra de paz, libertad y justicia que se siente honrada con vuestra presencia». Ese mismo día, João Havelange, el presidente de la FIFA de aquellos años, aseguró: «Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina».
¿Qué pasa cuando el fútbol no es un juego limpio?
77.000 eran los espectadores de aquella inauguración del Mundial en el estadio de River Plate, ubicado a diez cuadras de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros de detención y exterminio más grandes de la dictadura cívico-militar y por el que, en ese entonces, se encontraban detenidas cientos de personas. Entre los asistentes a este evento mundial había una gran diversidad de público argentino: cómplices del genocidio, ignorantes de lo que estaba sucediendo y/o víctimas en su más amplio sentido.
La inauguración del torneo cayó un día jueves. Allí, las rondas de las Madres de Plaza de Mayo eran incipientes y lejos de estar acompañadas eran llamadas «locas». Ese 1 de junio de 1978, siguiendo lo publicado en la web Papelitos78 realizada entre el colectivo de periodistas NAN y Memoria Abierta, un periodista holandés, Frits Jelle Barend, en vez de asistir a la cita fijada en el estadio se acercó a Plaza de Mayo a conocer la otra cara que no mostraban las coberturas del Mundial.
Daniel Tarnopolsky a quien le arrebataron y desaparecieron a toda su familia -sus dos hermanos, su cuñada, su madre y su padre-, recuerda recibir las noticias del Mundial y pensar que estaban todos «idiotizados». «Me destruyeron la vida, me arrancaron los míos, me exiliaron y a nadie le importa, solo juegan al fútbol», señala como un recuerdo de aquellos años en Betina sin aparecer (Editorial Norma, 2011).
«Para mi era algo maravilloso que el Mundial estuviera sucediendo. Pero esa situación tan increíble, tan difícil de entender. Videla dando el mensaje de paz. Estaba escuchando a un asesino y a la vez estaba queriendo que fuera lo mejor que le pasara a nuestra selección de fútbol, cuando esta dictadura utilizaba ese Mundial para ocultar sus crímenes», señaló Claudio Morresi, hermano de Norberto Morresi, desaparecido desde 1976, en una de las Visita de las Cinco que realizan en el Museo Sitio de Memoria ESMA desde el año 2016, testimonio que se repone en un reciente libro del Museo.
Bronca, odio, anhelos, pasión, locura futbolera. Todas esas sensaciones se mezclan en estos pequeños momentos de distintas historias, pero así como ellos, muchas otras personas sintieron estas mismas contradicciones sin estar implicadas directamente. Otros hombres y mujeres simplemente disfrutaron de un torneo de fútbol y lo siguen recordando así. Sin embargo, el gobierno genocida no fue ingenuo a la hora de hablar de paz y de mostrar una unión mediatizada por la pelota.
Estas contradicciones entre el dolor y la pasión popular fueron moneda corriente en el torneo de un deporte que significa muchas cosas en el pueblo argentino. Sin embargo, a pesar de que una gran cantidad de personas desconocían esta realidad, otros sectores si lo conocían, sobre todo quienes maniobraban el rumbo del país y eran parte de este genocidio que se intentaba suavizar. Por ello, a pesar de la pasión y alegría del pueblo, fue un evento cómplice de la muerte.
Este hecho permite repensar, una y mil veces, qué pasa cuando los sectores gobernantes -civiles y/o militares- necesitan del poder movilizador del fútbol. ¿Cuántas cosas se pueden ocultar detrás de un torneo que frena al país pero también al mundo entero? ¿Qué intenciones se pueden hallar por detrás del discurso idiotizante de la unión? Este milagro que ocasiona un deporte que mueve masas a nivel internacional será usado cada vez que sea necesitado para hegemonizar el poder o mantener el control social.
Sin embargo, claro está, las personas que viven esta «fiesta» de la cultura popular en cualquier contexto histórico no son receptores pasivos. Se experimenta, se vive, se discute y se pelea con la pantalla que se intenta imponer ante el intento silenciador de los sectores de poder. Hay millones de historias detrás de este torneo que consagró a la selección masculina de fútbol argentino como campeón del mundo, miles de contradicciones y cientos de sensaciones que no se pueden simplificar.
Lo único que está claro es que los sectores de poder sabían muy bien de que se trataba: un Mundial al servicio del genocidio.