El poemario Tundra (Añosluz, 2018) de Gabriela Clara Pignataro es un grito en tiempos de cólera, una apuesta a la extensión en la época de la brevedad y un manifiesto poético en relación a la política cuando el marketing gana cada vez más terreno. En un equilibro entre el compromiso inevitable y el desapego necesario, surge una voz tan propia como generosa y empática para demostrar que la belleza se encuentra aún en los escenarios más adversos, casi siempre creados por el propio ser humano.
Sobre la autora
Gabriela Clara Pignataro nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1985. Escribe, es actriz y fotógrafa. En 2013 estrenó su opera prima de experimentación teatral biodramática en “Archivo Emocional Desclasificado”. Publicó La última oleada se llevó todo menos esto (Editorial Subpoesía 2013), Eso que no se parte es una respuesta (Difusión Alterna 2014), Muta (Nulu Bonsai 2014), Floresta (LFS 2015), Esto pasa: Poesía en Buenos Aires.Antología (Llanto de Mudo 2015). Se encuentra trabajando en Proyecto «La belleza random de los días» de investigación fotográfica analógica y en su primera novela. Su poesía fue traducida al francés y al portugués.
Toda disconformidad es poética
Existen tantos poemas como personas que los escriban: por ejemplo, así como los hay urgentes, también aparecen poemas necesarios y, en menos oportunidades, poemas con voz propia. Ahora bien, es difícil encontrar la unión de esas tres cualidades como ocurre en la poesía de Gabriela Clara Pignataro. En esa dirección, Tundra (Añosluz, 2018) es una clara muestra de la riqueza que puede generar el cruce entre lo estético y lo político, entre la poesía y el feminismo.
«Hermana,/ la tormenta que se aproxima/ somos nosotras centelleantes,/ estamos en camino», puede leerse en las primeras páginas del poemario y ya hay una advertencia para el lector: este no es un libro liviano, frente a sus ojos van a aparecer consignas claras que cargan, a su vez, una potencia estética. Más adelante, se lee: «entonces podré caer/ pero nunca doblegarme/ para que tropezar/ deja vu, no sea reincidir/ sino entender la velocidad de la curva».
Pocas veces la política tuvo tanta potencia poética como en los versos de Pignataro, conformando una apuesta valiente que utiliza a la naturaleza no como una metáfora, sino como lo que realmente es: el escenario en el que nuestros días se van destiñendo y la principal testigo de las injusticias creadas y reproducidas por el ser humano. La autora, ante ello, tiene una metodología: «me desarmo entre las cosas/ para aprenderme en su olor». Al mismo tiempo, tiene bien en claro una cuestión: «El animal en uno recuerda más de lo que puede nombrar».
Otro factor que merece ser destacado es la tensión entre el compromiso y el desapego. Mientras se deja bien en claro la necesidad de de abrir los ojos frente a un mundo en el que resulta casi imposible estar conforme, también se refleja la necesidad del desapego emocional a la hora de cerrar etapas personales. Lo personal es político y poético al mismo tiempo en este libro: «hago crecer el bosque/ para olvidarme de vos»; también: «el pelo cae sobre baldosas frías/ la cercanía de tu olor oscuro/ se fue en las pelusas/ que la peluquera barrió/ esta tarde/ y ahora arroja con apuro/ a las manos de los basureros».
Por último, cabe hacer referencia a la complejidad seductora que atraviesa a la poesía de Gabriela Clara Pignataro. «Quiero que me saquen una foto y no me puedan clasificar», escribe al final de Tundra y sirve para definir -de manera parcial, claro- su propia obra. Consciente de estar realizando un libro incómodo para su época, sabe de su necesidad estética y políitca y corre el riesgo de exigirle al lector un compromiso similar al que la llevó a la escritura. Sabiendo que la guerra nunca estará ganada del todo, estos poemas disfrutan cada batalla ganada con la alegría de quien descubre en sus propias palabras la puerta hacia una epifanía.