La reaparición de Que de lejos parecen moscas (Alfaguara, 2018) de Kike Ferrari demuestra que la novela policial y el género negro están recuperando el terreno perdido en la última década. Con un relato crudo y con un ritmo constante, repleto de drogas, sexo y negocios oscuros, el autor deja imantado al lector de principio al fin, generando que el libro pueda ser leído de una sentada. Además, Ferrari logra utilizar la ficción para dar cuenta de un presente social y político de manera eficaz.
Si hubiera que elegir un género para retratar un momento histórico, la crónica podría ser el que consiga más votos. Sin embargo, la ficción -lo cual incluye a la poesía- también puede cumplir con creces esa función. Un claro ejemplo es Que de lejos parecen moscas (Alfaguara, 2018) de Kike Ferrari, donde la novela policial sirve para retratar realidades cotidianas de un presente tan variado como impredecible.
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La republicación de esta novela ganadora en la Semana Negra de Gijón en el 2012, relata, a partir de la historia de un nuevo rico, el señor Machi, un caso lleno de intriga y adrenalina se abre al lector: ¿qué hacer cuando un cadáver fue puesto en el baúl de nuestro auto? ¿Y si el cuerpo encontrado estuviera plagado de elementos que apuntan a incriminarnos? Las preguntas se complejizan aún más cuando se tiene una vida llena de traiciones y negocios tan oscuros como el género negro elegido por Ferrari.
¿Qué hacer cuando un cadáver fue puesto en el baúl de nuestro auto? ¿Y si el cuerpo encontrado estuviera plagado de elementos que apuntan a incriminarnos?
En esa dirección, y con un estilo fresco y lúcido, el autor logra evitar los lugares comunes que la novela policial puede traer consigo, para que en su lugar aparezca una narrativa fluida y directa. El mérito en ese sentido es doble, ya que al evitar los gags del género, se puede hacer endeble el relato, pero Ferrari sabe construir una historia que imanta al lector desde el principio gracias a las postales de un presente que son fácilmente reconocibles para el lector aunque los nombres de los protagonistas aparezcan cambiados.
Las referencias son claras, aunque no obvias, y eso es lo que seduce aún más. El propio Ferrari da dos pistas claras, ubicadas justamente al principio y al final del libro. El relato comienza con el conocido epígrafe de Rodolfo Walsh: «Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya». En el otro extremo, una vez terminado el libro, Ferrari aclara y oscurece al mismo tiempo: «Aclaración: lo que acabás de leer es una obra de ficción, cualquier parecido con personas o situaciones de la vida real bla, bla, bla».
Drogas, sexo y negocios turbios motorizan un relato que se nutre de la brevedad y del suspenso, donde el presente y el pasado dialogan para enriquecer y engordar Que de lejos parecen moscas. A través de ese recurso, una Argentina compleja y profunda aparece en escena: los desaparecidos, los grupos paramilitares de la democracia, los negocios oscuros de la noche, el fútbol y el boxeo como nichos de estafas y la vida de los nuevos ricos que, como cantaba Soda Stereo, nunca van a llegar a ser del jet-set.
Una Argentina compleja y profunda aparece en escena: los desaparecidos, los grupos paramilitares de la democracia, los negocios oscuros de la noche, el fútbol y el boxeo como nichos de estafas
Que de lejos parecen moscas logra demostrar la variedad que muestra la literatura argentina actual, donde la novela policial y el género negro gana terreno al mismo tiempo que surgen nuevas voces y lineas estilísticas. Ferrari evidencia, en definitiva, que no hay nada más atractivo que ver constantemente el riesgo de perder el control de una vida, tal como le sucede al exitoso señor Machi en el libro.
Ser blanco, heterosexual, machista y millonario, en definitiva, no siempre asegura tener todo bajo el control. Como se puede ver en Que de lejos parecen moscas, puede ser la fórmula perfecta para que ocurra exactamente todo lo contrario a la tranquilidad.