¿Por qué se silenció el rol de las mujeres en la Guerra de Malvinas?

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En la reconstrucción colectiva de uno de los episodios más tristes de nuestra historia reciente, hubo mujeres que jugaron un papel fundamental y que, sin embargo, continúan sin ser reconocidas. Enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas y especialistas en terapia intensiva estuvieron presentes en mar y tierra, brindando atención sanitaria a los heridos que regresaban de las Islas Malvinas. ¿Por qué tuvo que pasar tanto tiempo para que se hablara de la presencia de las mujeres en la guerra?



La invisibilización del rol de las mujeres en numerosos episodios de la Historia universal y argentina es una constante que hasta hace no mucho tiempo parecía imposible de revertir. Hoy eso está cambiando gracias a las luchas de los movimientos feministas en la sociedad y a la necesidad de desarmar los papeles tradicionalmente asignados por la cultura machista, de mostrar la actividad de las mujeres – antes oculta – en todos los ámbitos. En este sentido, la Guerra de Malvinas no fue la excepción: tuvieron que pasar muchos años para que finalmente se reconociera la presencia de veteranas que tuvieron una participación activa en el conflicto bélico y que fueron excluidas de la memoria colectiva. 

Tuvieron que pasar muchos años para que finalmente se reconociera la presencia de veteranas que tuvieron una participación activa en la Guerra de Malvinas y que fueron excluidas de la memoria colectiva.

El trabajo de la escritora y periodista Alicia Panero jugó una función esencial para recuperar esta parte olvidada de la historia. Su libro Mujeres invisibles, editado en 2014 y de difusión gratuita mediante la plataforma digital Bubok, reúne testimonios de aquellas trabajadoras de la salud de entre 15 y 30 años de edad, que recibieron a los heridos y los contuvieron emocionalmente tras ser evacuados de las islas. Fueron trabajadora de la salud, entre ellas enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas y especialistas en terapia intensiva que, a diferencia de las enfermeras británicas que ya eran profesionales, recién estaban iniciando su carrera.


Enfermeras del buque hospital Almirante Irízar



Las mujeres que participaron de la guerra fueron distribuidas tanto en tierra como en mar. El buque hospital más grande que tuvo Argentina, el ARA Almirante Irízar, contó con siete enfermeras civiles voluntarias que se embarcaron el 4 de junio y que estuvieron presentes en la zona de conflicto a partir de la cual se las debe reconocer como veteranas, acorde a la ley. Al igual que las trece ubicadas en el Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia, tenían entre 21 y 24 años. Éstas últimas pertenecían a la Fuerza Aérea y recibían a alrededor de treinta soldados por día, trasladados en barcos y en aviones. Según los testimonios recopilados por Panero, uno de los recuerdos más vívidos de aquellas mujeres es el de los heridos llamando a sus madres en cuanto se abrían las puertas del avión.

Las mujeres que participaron de la guerra fueron distribuidas tanto en tierra como en mar. El buque hospital más grande que tuvo Argentina, el ARA Almirante Irízar, contó con siete enfermeras civiles voluntarias que se embarcaron el 4 de junio.

También hubo varias mujeres que, al momento de iniciar la guerra, se encontraban en las enfermerías de los buques de la Marina Mrcante y otras que trabajando en Puerto Belgrano, en la configuración de buques en hospitales de mar. Tenían entre 15 y 16 años y eran aspirantes a enfermería: en aquel momento, la Armada había abierto un curso para que las mujeres ingresaran a la carrera durante el Secundario. En una entrevista para Radio Continental, Panero incluso describe el caso de una mujer que se había dado de baja seis meses antes de que iniciara el conflicto, pero aún así, la Armada consideró que seguía «bajo bandera», la fue a buscar a la casa y la obligó a trabajar los 74 días que duró la guerra y posteriormente atendiendo heridos.

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Sonia Escudero, enviada desde el Hospital Aeronáutico Central al Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia./ Fuente: «Mujeres invisibles»



Panero también muestra otra cara oculta que surge con la visibilización de las mujeres en la guerra: el maltrato y el acoso que sufrieron por parte de los hombres en los puestos de trabajo. En una entrevista para Infobae cuenta cómo las trabajadoras el Irízar fueron en un principio aisladas porque se decía que «las mujeres a bordo son mala suerte». Por otra parte, la autora concluye que las pertenecientes a la Fuerza Aérea fueron las que más sufrieron abuso verbal: «En un traslado de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia, el comandante tuvo que llevar a la cabina a cinco mujeres de la Fuerza Aérea, porque no paraban de gritarles cosas machistas y piropos [sic] subidos de tono. No querían que estén ahí. También la pasaron mal en el hospital porque no estaban muy informadas de lo que estaba pasando. Y mientras esperaban a los primeros heridos hacían vida de cuartel. No las tenían bien».

Además de la atención sanitaria, fue muy importante el apoyo y el vínculo emocional que las mujeres construyeron con los soldados: ellas eran el primer contacto que recibían después de haberse estado en la zona del conflicto.

Además de la atención sanitaria, fue muy importante el apoyo y el vínculo emocional que las mujeres construyeron con los soldados: ellas eran el primer contacto que recibían después de haberse estado en la zona del conflicto. Según afirma Panero para Radio Continental, el silenciamiento del rol de las mujeres fue inmediato. En ningún momento se les proporcionó atención médica o psicológica, ni se les permitió comunicarse con sus familias durante unos días. Pero además – y como sucedió durante mucho tiempo después – se les prohibió que hablaran sobre el tema, principalmente porque habían visto las condiciones en las que volvían los soldados, mientras que los medios de comunicación, en complicidad con la dictadura cívico-militar habían construido una imagen distorsionada de los hechos.

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Enfermeras en la sala de terapia intensiva del Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia./ Fuente: «Mujeres Invisibles»



Estas mujeres, que vivieron también el horror y la crudeza de la guerra fueron omitidas en la reconstrucción colectiva sobre uno de los episodios más tristes de nuestra historia reciente. En la actualidad, y tal como relata Panero en su libro, de las más de 24 mil pensiones de veteranos de guerra que paga el Estado, no son más de diez las mujeres que la reciben y que se encuentran contempladas en la legislación. El problema es que en la ley argentina solo se considera dentro de esta categoría a quien se encontró dentro de cierto perímetro de las islas, desconociéndose así la labor de estas mujeres. Lo único que recibieron a treinta años del conflicto fue una medalla que se envió a sus casas.

Muchas comenzaron a hablar del tema más de dos décadas después: había quienes descreían de su experiencia, producto de tantos años de silenciamiento y del machismo que desvaloriza la palabra de la mujer. Luego de un nuevo aniversario del comienzo de la guerra, es fundamental no olvidar el pasado reciente, pero también recuperar el papel que tuvieron las mujeres en la guerra, para que tengan el reconocimiento que se merecen y dejen de ser invisibilizadas, como sucede en una sociedad patriarcal que continúa discriminando por la sola pertenencia al género.



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