Federico León es dramaturgo, guionista, director de teatro (Las ideas, Las multitudes, Yo en el futuro), de cine (Todos juntos, Estrellas), actor y fundador de Zelaya (Zelaya 3134), una casa-jardín ubicada en el corazón del Abasto que fue su casa y hoy funciona como una sala de teatro para 50 espectadores. En uno de los barrios con más mística y arrabal de la ciudad de Buenos Aires, Federico se presta para charlar con La Primera Piedra y cuenta cómo fue esa metamorfosis.
El teatro conquistó la casa
— Zelaya fue tu casa, funcionó como sala de ensayos y escuela, y hoy es un espacio que aloja teatro, cine, música, literatura. ¿Cómo fue esa transición? ¿El teatro fue conquistando la casa?
— Sí. Me pasó lo mismo que con algunas de las obras; en un momento es como que ya estoy adentro del proceso sin darme cuenta. El asunto fue que cada vez se hacía más difícil vivir acá. Mis casas siempre fueron lugar de ensayo, de trabajo, escuela o centro de reuniones. Pero en este caso se excedió ese límite; por eso ya no vivo más acá.
— ¿Cuál fue el punto de inflexión?
— Empezamos a ensayar Las ideas sin intenciones de estrenarla en Zelaya. Esta obra habla sobre un artista en su estudio, entonces en cierto momento apareció la necesidad de hacerla en el mismo lugar donde ensayábamos, es decir, que la casa se pusiera en escena como un actor más de la pieza. La mayoría de las veces uno acumula mucha información y energía en un espacio, pero después se tiene que ir para estrenar en otro lado. Poder terminar el proceso entero en un mismo lugar era algo que quería concretar hace tiempo.
En esta primera instancia hay cosas que pensamos y muchas otras que se dieron. Me parece que eso también puede ser interesante. Romina vino una vez a leer, vio el jardín y pensó que era un buen lugar para hacer Cimarrón. A mí me interesa mucho el jardín como espacio para hacer cosas, por ejemplo.
— Estudiaste con Norman Briski y Ricardo Bartís, dos creadores que —al igual que vos— hacen lo que podríamos llamar un “teatro de autor”, con un sello muy personal. Ellos también abrieron sus propios espacios (Calibán y Sportivo Teatral). ¿Por qué creés que aparece esa necesidad?
— Bueno, a mí me pasa también que hay obras que sé que no voy a poder hacer acá. Esta es una sala para 48 espectadores y hay proyectos que están limitados, incluso físicamente. Las multitudes, por ejemplo, no podría haberla hecho en este lugar porque había 120 actores en escena. Esto no significa que todo lo que escriba se vaya a presentar exclusivamente en Zelaya.
Cruces y puentes: literatura, teatro, cine…
— A partir de este mes no sólo va a estar tu obra Las ideas, sino también Cimarrón de Romina Paula, alguien que también tiene una dramaturgia de autor. ¿Cómo pensaste la programación?
— En esta primera instancia hay cosas que pensamos y muchas otras que se dieron. Me parece que eso también puede ser interesante. Romina vino una vez a leer, vio el jardín y pensó que era un buen lugar para hacer Cimarrón. A mí me interesa mucho el jardín como espacio para hacer cosas, por ejemplo.
— ¿Y el ciclo de cine?
— Venimos intentándolo desde hace un año más o menos. Era difícil porque Fernando Martín Peña siempre está muy ocupado; por suerte, la propuesta le interesó. Arrancamos en enero con un ciclo que él suele hacer en el MALBA: películas mudas con música en vivo. El de ahora es un ciclo llamado Un diccionario de cineastas: de la A a la Z, un director por semana. Entonces él viene con las películas y su proyector de 16 mm desde la casa, todo muy artesanal.
Yo tengo un plan, pero siempre se modifica y termina siendo más interesante el plan B o el C. La verdad es que uno no tiene idea de todo lo que va a ir modificándose durante el proceso. Lo mejor es estar abierto para incorporar todo el material externo. Me gustan estos procesos porque son como una aventura que te va llevando, y nunca sabés bien hacia dónde.
— Ahí está el valor agregado de la propuesta, ¿no?
— Sí, eso es algo que viene desde Las ideas también. Intentamos crear cierta atmósfera de intimidad. Por ejemplo, ponemos una luz sobre Fernando mientras proyecta, así que también se trata de ver a un coleccionista proyectando sus películas. Hay un ritual que va mucho más allá del ciclo.
— También vas a estar al frente de los talleres. ¿Cómo encarás el rol de docente?
— Me parece que es cada vez menos un taller de “actuación” propiamente dicho; no sé cómo llamarlo. Es un trabajo sobre uno. Generalmente son actores, pero también viene gente que nunca actuó y que quiere atravesar un proceso de creación. En estos encuentros es más importante ver cómo funciona uno y qué le pasa a uno dentro de esa dinámica que el ejercicio en sí mismo.
— ¿Qué resultados ves en esos procesos? ¿Cómo se van los alumnos de las clases?
— Un año pasó que la mitad de los alumnos filmaron un corto; otro grupo terminó escribiendo cosas. Me interesa mucho esto de empezar en un lugar y terminar en no sé dónde. Es un seminario de teatro pero no se hacen escenas de la manera tradicional; la premisa es observarse permanentemente y tratar de ponerse en escena, con todo el desorden que es uno.
Mixturas entre realidad y ficción
— ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de tener tu propio espacio?
— Por un lado es muy difícil sostenerlo, pero al mismo tiempo es ideal: manejás los tiempos, vas construyéndolo desde el lugar que vos querés, sos el anfitrión. También tiene una carga: cuando yo vivía acá el camarín era la cocina, terminaba la función y seguía con la ropa del personaje… Esa mezcla entre realidad/ficción aparece mucho en mis obras, me interesa trabajarla. Pero para la vida cotidiana puede ser bastante difícil. Creo que fue sano irme de acá.
— El proceso creativo es algo que aparece mucho en tus obras. ¿Cómo lo pensás?
— Me parece que las obras siempre dan cuenta de cómo fueron hechas. Yo tengo un plan, pero siempre se modifica y termina siendo más interesante el plan B o el C. La verdad es que uno no tiene idea de todo lo que va a ir modificándose durante el proceso. Lo mejor es estar abierto para incorporar todo el material externo. Me gustan estos procesos porque son como una aventura que te va llevando, y nunca sabés bien hacia dónde.
— ¿Cuáles son tus expectativas con Zelaya?
— A mí me gustaría que el lugar sea multidisciplinario. Eso ya está sucediendo porque hay lecturas en el jardín, ciclos de cine, obras de teatro. Me interesa que los amantes del cine también puedan venir a ver una obra de teatro o al revés, que los públicos se mezclen. Por supuesto eso es algo que tendremos que ir construyendo.
— ¿Hay proyectos a futuro en el espacio?
— Sí, está la idea de hacer Avances y retrocesos, un ciclo que convoque a directores para hacer un fragmento de una obra de hace diez o quince años, y otro de algo por venir. Esa idea de avance podría aplicarse a toda la programación de Zelaya: avances de una obra en otra, un tráiler de las lecturas. Me gustaría que las disciplinas puedan cruzarse y los públicos también.