Reseñas Caprichosas – «Vidrio» de Juan Rapacioli: la imagen en acción

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El poemario Vidrio (Buenos Aires Poetry, 2017) de Juan Rapacioli transmite imágenes y acciones precisas y crudas, manteniendo un ritmo propio a lo largo de todo el libro. A través de versos cortos y puntuales, la cohesión interna y externa de los poemas es notoria y, al mismo tiempo invisible -como los millones de fragmentos que componen a un vidrio que separa y a la vez deja ver-.



Sobre el autor

Juan Rapacioli nació en Buenos Aires en 1987. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Mar del Plata. En 2006 se fue a vivir a La Plata, donde pasó por la carrera de Comunicación Audiovisual en la Facultad de Bellas Artes. En 2009 publicó el libro de cuentos La estratagema de la libélula. Desde 2010 trabaja en la sección cultural de la Agencia de Noticias Télam. Dispersión (Buenos Aires Poetry, 2015) fue el primer poemario que publicó.


La imagen en acción

Hay algo en relación al vidrio que sigue generando fascinación a pesar de su antigüedad y los avances técnicos/tecnológicos que le sucedieron. Quizás sea su capacidad de separar y dejar ver al mismo tiempo, o su fragil unidad que puede derivar en miles de fragmentos dispersos en el suelo. El poemario Vidrio (Buenos Aires Poetry, 2017) de Juan Rapacioli cumple esa función: separa al lector de su presente inmediato y, a la vez, deja ver otro ritmo poético posible.

«Este texto está cruzado por partículas, pero como un reflejo de lo mínimo, sino de acciones», escribe Mario Arteca en el prólogo y sirve como un primer consejo de lectura de Vidrio: reconocer las pequeñas partes que logran una cohesión que se siente pero no se puede ver a simple vista a lo largo del poemario. Las acciones, muchas veces motorizadas por imágenes crudas, puntuales, dan vida propia a cada poema del libro, a la vez que logra un ambiente compartido entre los distintos textos que lo integran.

(Leer nota relacionada: Reseñas Caprichosas – “Tres impresiones” de Mario Arteca: la agudeza de un ojo que ve)

En esa dirección, puede leerse: «y el cuchillo brillante/ goteando la sangre/ que no puede retener»; o también: «la garganta reseca/ el sudor congelado/ los dedos temblando/ por el ruido en la puerta»; un último ejemplo: «el general toma cocaína/ sobre una mujer desnuda». A veces depositada en los objetos, a veces en las personas, las imágenes de Rapacioli son en cierto sentido cinematográficas, donde lo que da vida no es la explicación, sino lo que se está por descubrir.



Juan Rapacioli


Otro rasgo a destacar de Vidrio es el clima de espera que encierra a todo el libro, donde se respira un estado de transición constante. Ya sea los ancianos en un geriátrico, el traslado de un lugar a otro escapando de la muerte o la espera de la llegada de una epifanía, hay una sensación que se asemeja a las horas previas al amanecer o una tormenta, donde se puede respirar la potencia de la incertidumbre. Escribe Rapacioli: «así espero/ cada mañana/ despertar/ y preguntar/ cómo va a venir».

A modo de cierre, este poemario podría pensarse como una apuesta a una respiración poética propia que se alimenta de reciclar voces de generaciones pasadas. Sin la urgencia de la anécdota, ni un anhelo por la vanguardia, Vidrio demuestra que las generaciones actuales de poetas no pueden definirse etiquetarse bajo una o dos categorías. Quizás empiece a ser trabajo del lector leer a las nuevas producciones con una mirada más liviana de prejuicios.



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