La figura de Rodolfo Walsh está envuelta en una serie de mitos que, en muchos casos, lo lavan de su contenido fuertemente político, combativo y comprometido con la realidad. Las descripciones sobre su rol se quedan ahí: un buen periodista. Sin embargo, a 41 años de su asesinato en manos de un grupo de tareas de la ESMA, en La Primera Piedra recordamos cómo fue el proceso que lo convirtió en un militante revolucionario.
Rodolfo Walsh, lejos de la figura del superhombre construida a su alrededor y vaciada de contenido político, fue escritor literario, periodista y militante revolucionario. Su recorrido desde sus primeras producciones literarias y su rol más comprometido mediante investigaciones fundamentales como lo fueron Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo? y El Caso Satanowsky, permitieron que atraviese un proceso de transformación interno que desembocó en su participación en Montoneros y en su militancia revolucionaria. Esta decisión estuvo lejos de ser una arbitrariedad, sino que fue acompañada de diversos sentidos y también de muchas contradicciones con su posición privilegiada -«burguesa»- en la sociedad.
Desde el comienzo de su carrera se encontró interesado en crear y escribir para los sectores populares, lejos de los moldes literarios de la época, pero también de los periodísticos. «El periodismo es libre, o es una farsa, sin términos medios”, es la frase-lema que sintetiza en algún punto su modo de pensar y de llevar adelante la militancia de la verdad en un oficio como el periodismo.
En aquellos momentos, luego de escribir Operación Masacre, supo ver cómo jugaban las dinámicas de poder con el trabajo periodístico, que muchas veces estaba lejos de la verdad. Ahí entendió las lógicas de un sistema que, en muchos casos, elegía callar u ocultar. “Mis colegas periodistas de los grandes diarios podrían tomarse el trabajo que yo me tomé, en vez de copiar lo que les dicta el teniente coronel fusilador”, señalaba en la Introducción de la primera edición del mencionado libro, en 1957.
Rodolfo Walsh eligió romper con todas esas formas, al servicio de los de abajo: literatura y periodismo para pobres. En la publicación de ¿Quién mató a Rosendo? de 1969 aseguraba: “Esta denuncia ha transcurrido en el mismo silencio en que transcurrió ‘Operación Masacre’. (…) Tanto en un caso como en otro se asesinó cobardemente a trabajadores desarmados (…) En mayor o menor grado estos hombres representaban una vanguardia obrera y revolucionaria. Tanto en un caso como en otro los verdugos fueron hombres que gozaron o compartieron el poder oficial (…) Ese silencio de arriba no me importa demasiado. Tanto en aquella oportunidad como en ésta me dirigí a los lectores de más abajo, a los más desconocidos. Aquello no se olvidó, y esto tampoco se olvidará”.
Esa transformación interna fue producto de acercarse a aquellos sectores para los cuáles escribía. Además, entender las lógicas que lo mantenían en la clandestinidad desde sus primeras investigaciones, mucho antes de 1976 porque con su trabajo denunciaba a los mismos sectores que siempre detentaron poder. Cuando comenzó su carrera literaria y periodística mantenía una fiel creencia en la justicia y en la posibilidad de realizar denuncias desde su individualidad, mediante la búsqueda de la verdad y con el aporte de pruebas, sin embargo comprendió que eso nunca sucedía. Ese choque con la realidad, con el tiempo, lo llevó a optar por tomar un camino militante revolucionario y, luego, ser parte de una organización guerrillera.
En este sentido, en 1968 escribe: “Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco noble, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo”. Sin embargo, eso no ocurrió sin contradicciones: «Me está faltando coraje. Lo que sucede es que me paso al campo del pueblo, pero no creo que vamos a ganar: en vida mía, por lo menos. ¡En vida mía! Porque ésa es la clave: lo que pase después no me importa mucho, y entonces sigo siendo un burgués, más recalcitrante aún».
El mismo era preso de sus dudas: «Lo que no soporto en realidad son las contradicciones internas. Las normas de arte que he aceptado —un arte minoritario, refinado, etc.— son burguesas; tengo capacidad para pasar a un arte revolucionario, aunque no sea reconocido como tal por las revistas de moda. Debo hacerla». En esas expresiones se puede ver el difícil camino que fue para Rodolfo Walsh asumirse como participe de una militancia revolucionaria que abogue por un proyecto colectivo que modifique las estructuras socioeconómicas del sistema. Es que, sin ir más lejos, en 1955 él defendió la llegada de la Revolución Libertadora, una dictadura que golpeó fuertemente sus principios por la verdad.
«Paso directamente a la verdadera revolución, en la cabeza de la gente, no en las noticias de los diarios. La toma de conciencia colectiva». A partir de aquel momento devino toda su historia militante posterior: su participación en proyectos de comunicación que sean una herramienta para la lucha de los pueblos, la creación de herramientas que sirvan en pos de este proyecto como la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) y la necesidad de divulgar la información con los medios, artesanales, al alcance.
En muchos sectores la figura de Rodolfo Walsh es incomoda. Sin ir más lejos se sigue hablando y recordando de su rol como periodista en Operación Masacre sin avanzar y profundizar en las decisiones y trabajos que realizó durante las décadas del ’60 y ’70 que fueron de alto contenido político y combativo. Sin embargo, esa construcción políticamente correcta del periodista comprometido pero ingenuo y demócrata está lejos de ser una representación del verdadero Rodolfo Walsh.
En ese mismo sentido es que se ubican sus contradicciones y la enorme lucha que él se da consigo mismo para llegar a ser un militante revolucionario. A pesar de la negación se seguirá insistiendo: Rodolfo Walsh era intelectual, militaba en Montoneros, una organización guerrillera, y trabajaba en pos de la transformación social. Se sumó a la organización a los 46 años de edad y fue una pata fundamental, política y militarmente estratégica.
En su famosa Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar del 24 de marzo de 1977, arremete contra el gobierno genocida pero también señala un mensaje que puede leerse para entender su compromiso revolucionario: «Aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas”. Una frase que bien puede aplicarse a la actualidad.