En Actors Studio Teatro (Av. Díaz Vélez 3842), el espacio a cargo de Carlos Gandolfo que funciona como teatro y escuela, se presenta una nueva versión de Macbeth, una de las piezas más conocidas de William Shakespeare. La excelente calidad de los actores que conforman este elenco dirigido por Roberto Aguirre hace de esta una gran propuesta entre las múltiples opciones de la cartelera porteña.
Macbeth, Lady Macbeth y las tres brujas malévolas quizás sean de los personajes dramáticos más conocidos en la historia universal de la dramaturgia. La riqueza de esta historia, su componente trágico y el profundo contenido moral que habita en cada uno de los personajes no son ninguna novedad, y nadie descubriría América al mencionarlos. Sólo Shakespeare pudo hacerlo.
La versión de Roberto Aguirre y la interpretación de este elenco integrado por Amanda Bond, María del Carmen Sánchez, Miguel Nocera, Daniel Silveira, Gonzalo Martínez Castro, Mauro Salez y Diego Gallardo, están a la altura de un texto legendario porque logran hacerle frente a uno de los mayores desafíos que esta tragedia plantea: generar en los espectadores la imperiosa identificación con un asesino.
En este Macbeth la música está en los cuerpos de los actores, y quizás este sea el pequeño (gran) hallazgo en la puesta. El ritmo al enunciar sus parlamentos, las risas frenéticas, los gritos estrepitosos e incluso la percusión de sus pechos o el canto y las melodías que atraviesan toda la obra como un puñal sutil destinado a derribar las paredes que encierran a estos personajes
Un vestuario sobrio que no dice demasiado para que los cuerpos que lo habitan puedan estallar en todos los niveles de su expresividad (trajes negros para los hombres y vestidos de gala para las dos mujeres, completamente atemporales). Una escenografía despojada. Un diseño lumínico ajustado que se limita a señalar los distintos focos de atención en medio del estallido escénico. Y la música, un elemento más importante que las prendas, la escenografía o las luces.
Porque en este Macbeth la música está en los cuerpos de los actores, y quizás este sea el pequeño (gran) hallazgo en la puesta. El ritmo al enunciar sus parlamentos, las risas frenéticas, los gritos estrepitosos e incluso la percusión de sus pechos o el canto y las melodías que atraviesan toda la obra como un puñal sutil destinado a derribar las paredes que encierran a estos personajes en sus deseos más perversos.
Macbeth sigue siendo una tragedia, se la reviva en la época en que se la reviva. Hoy nos habla de nuestras propias tragedias, de la falta de escrúpulos por alcanzar las posiciones de poder, del arrebato que conduce a sus personajes a ejecutar actos impensados en pos de sus objetivos. La labor de María del Carmen Sánchez como ese gran personaje que constituye Lady Macbeth merece ser destacado por los matices que le brinda a su criatura.
Se trata de una gran propuesta para reencontrarse con la pura teatralidad. Esa teatralidad no se hallará en una escenografía pomposa, en prendas ostentosas o en luces estridentes, sino en los cuerpos de los actores. La teatralidad es aquí la gran protagonista.