«Lo que nos une es haber llegado al nivel de conciencia de darnos cuenta que nuestros padres participaron de crímenes de lesa humanidad y no tolerar eso», enfatiza Lorna Milena, miembro del colectivo Historias Desobedientes, que está compuesto por hijas, hijos y familiares de genocidas. Este grupo se organizó durante el año 2017 contra la posibilidad de que sus padres, y los represores en general, comiencen a obtener cada vez más beneficios, como lo fue el 2×1. «Es un proceso, no es que un día te despertás y decís mi viejo era un genocida. Es ir tomando conciencia e ir aceptando que eso es así», señala a La Primera Piedra. (Foto: Juan Manuel Foglia)
— Historias Desobedientes justamente habla de romper con su propia historia, ¿no? ¿Cómo comenzaste este proceso?
— El colectivo inicialmente arranca cuando se juntan Analía Kalinec y Liliana Furió. Ellas pensaban que tenía que haber más hijos pero no aparecían. A raíz del fallo del 2×1 a todos nos estalla la cabeza porque veíamos venir de nuevo lo mismo que ya había pasado: la impunidad. Obviamente, yo fui a la marcha, cada uno de nosotros fue pero de forma independiente. A partir de ahí yo empecé a escribir para contar un poco mi historia desde el punto de vista de que lo que había pasado fue algo muy grave. Esta gente no se arrepintió de nada, no pidieron perdón y hasta el último momento siguieron con lo mismo. No son viejitos que hay que perdonar.
— ¿Y te contactaste con el colectivo?
— Un amigo me pasa la nota que le hicieron a Mariana Dopazo (NdE: la ex hija de Miguel Etchecolatz). Después me quede agazapada mirando la página de Historias Desobedientes hasta que finalmente junté coraje y les escribí. Enseguida ellas se contactaron conmigo y empezó todo esto. El detonante fue ese fallo porque a todos nos paso lo mismo: veíamos que se iba a volver a repetir la historia.
— ¿Buscan sumar a más personas?
— Si. Si hay familiares que sienten que están solos no están solos, acá hay un colectivo. Nos estamos juntando y nos pueden contactar. Somos hijos, hijas y familiares, también hay nietos, ex esposas.
Son crímenes de lesa humanidad, no es cualquier cosa. Son los crímenes más terribles que puede cometer un ser humano, por algo están calificados de esa manera. Y nosotros no podemos aceptar eso de ninguna manera.
— Los casos que componen el colectivo de hijos e hijas de genocidas son muy diversos. ¿Hay puntos en común?
— Hay distintos tipos de relaciones familiares. Hay algunos que tienen padres que eran amorosos, hasta que se enteraron que era un genocida, pero otros tienen unas relaciones de mierda y después todas las variantes que puedan ocurrir en el medio. Lo que nos une y lo que identifica el colectivo es el haber llegado al nivel de conciencia de darnos cuenta que nuestros padres participaron de crímenes de lesa humanidad y no tolerar eso, más allá del vínculo que pueda cada uno haber tenido con su padre. Es una cuestión que tiene que ver con lo social.
— ¿En qué sentido?
— Son crímenes de lesa humanidad, no es cualquier cosa. Son los crímenes más terribles que puede cometer un ser humano, por algo están calificados de esa manera. Y nosotros no podemos aceptar eso de ninguna manera. Ahí viene toda la ruptura de los mandatos de silencio fundamental. Al interior de las fuerzas armadas y de fuerzas de seguridad hay un pacto de silencio, ninguno nunca dijo nada y ese pacto de silencio es trasladado a la familia como un mandato de silencio. Con ese mandato es con el que estamos rompiendo nosotros: empezamos a hablar, a decir, a repudiar lo que hicieron nuestros padres y exigiendo memoria, verdad y justicia. Es decir, que cumplan con sus condenas, que no les den las domiciliarias porque que la única casa para un genocida es la cárcel. Todo eso. Es un proceso, no es que un día te despertás y decís mi viejo era un genocida. Es ir tomando conciencia e ir aceptando que eso es así.
— ¿Cómo se da ese camino?
— Es muy personal, cada proceso interno es distinto. Es un camino muy solitario también, porque al interior de la familia tenés distintos estados. Hay familiares que niegan todo, otros que no quieren darse cuenta y están los familiares que apoyan lo que pasó, que apoyan directamente el lado Pando de la vida. Nosotros no estamos ahí, de ninguna manera, pero hay quienes tienen familiares que están de ese lado. Eso implica soledad porque pasas a ser la oveja negra de la familia. Entonces cuando te das cuenta que hay más personas que están en la misma situación es todo un encuentro. Es encontrar un lenguaje común en el «No digas nada de lo que pasa en casa», o también, en algún momento, haber sido testigos de cómo cuentan torturas o cosas así como algo anecdótico. Pero además sentir que uno no estaba de acuerdo con lo que hicieron sus padres pero no saber como exponerlo, como decirlo, porque es algo que tiene que ver con una cuestión social y eso hay que hablarlo para lograr que no vuelva a pasar nunca más.
Es un camino muy solitario también, porque al interior de la familia tenés distintos estados. Hay familiares que niegan todo, otros que no quieren darse cuenta y están los familiares que apoyan lo que pasó, que apoyan directamente el lado Pando de la vida. Nosotros no estamos ahí, de ninguna manera, pero hay quienes tienen familiares que están de ese lado. Eso implica soledad porque pasas a ser la oveja negra de la familia.
— Nicolás Ruarte, nieto de genocidas, señaló esta semana en un artículo que justamente como en la familia había muchas personas que tenían ese mismo pensamiento o que estaban convencidos de que “defendieron la patria”, su posición era salir a hablar y visibilizar para que no vuelva a suceder, porque sino se repetiría lo mismo.
— Si los hijos no salen, si no logran transformar esa herencia, los nietos lo van a hacer y si no lo hacen los nietos lo harán los hijos de los nietos porque no es algo que se pueda esconder. Son crímenes de lesa humanidad. No es que podés decir «puede ser que no sea tanto», no, no hay forma. Por más que quieran reconociliación, no se puede. Si no hay justicia, si no hay memoria, verdad y justicia, esto no se puede tapar y dejar ahí guardado porque es una montaña de mierda que va a estallar en cualquier momento. Como sociedad no nos podemos permitir olvidar. Nosotros no nos reconciliamos de ninguna manera. El caso de los nietos es muy esperanzador porque son jóvenes. Todo esto va a seguir porque hasta que no haya verdadera justicia no va a frenar.
— Tanto el 2×1 como el aumento de las prisiones domiciliarias y otros beneficios que reciben los genocidas en la actualidad, ¿son los motivos que los interpelan para hablar?
— Si porque estamos con unos retrocesos en Derechos Humanos que son de terror. Le quieren dar la domiciliaria a Astiz, ¿nos están jodiendo? Es un momento difícil que depende de lo que haga la sociedad para ver si queda ahí o quién sabe hasta donde van a llegar. Ahora todos estamos en alerta y en movilización permanente. No sabemos que va a hacer esta gente porque la región está pasando por esto, como en Brasil. Ellos avanzan y si no se les pone un freno no se qué puede venir. Es tétrico.
Fue gracias a los juicios que ella pudo enterarse, saber lo que pasaba y darse cuenta de cuál fue la actividad de su padre y qué fue lo que pasó durante la dictadura
— Muchos integrantes de Historias Desobedientes empezaron a preguntar sobre el rol de los padres durante la dictadura o conocieron lo que había pasado en verdad a partir de los juicios de lesa humanidad, cuando iban presos o recibían condenas. En este sentido, es interesante contraponerlo con los comentarios de que la «dictadura es algo del pasado», cuando sus propios hijos se enteraron de lo que había pasado recién cuando hubo un poco de justicia.
— Claro. Es el caso de Analía Kalinec. Ella se entera de todo cuando la llama la madre por teléfono y le dice que el padre está preso. No entendía nada. Sabía que trabajaba en la policía pero nada más. Su primera reacción fue pensar «estos zurdos de mierda que ahora son gobierno se están vengando», porque era lo que decía el padre. Cuando la causa la elevan a juicio oral empieza a dudar y comienza su camino de meterse en el horror porque justamente su padre era cariñoso y tenía una excelente relación. Pero de repente se entera de todo. Fue gracias a los juicios que ella pudo enterarse, saber lo que pasaba y darse cuenta de cuál fue la actividad de su padre y qué fue lo que pasó durante la dictadura. Es un ejercicio de memoria. Si se eleva a juicio oral no se puede seguir negando lo que pasó. Ella dio testimonio pero fue desestimado.
— ¿Esto tiene que ver con el proyecto de ley que presentaron hace unos meses para que ustedes puedan declarar?
— Si, porque el Código Procesal Penal prohíbe que los hijos o familiares directos denuncien o declaren contra un imputado. En ese caso había muchos testimonios entonces igual fue condenado y tienen dos cadenas perpetuas. El problema son los casos en que no hay ningún testigo como es el caso de Pablo Verna. El único testigo es él porque la función del padre era inyectarlos antes de tirarlos de los aviones. No hay testigos de eso. Él lo sabe porque se enfrentó y su padre se lo confesó.
Si no hay justicia, si no hay memoria, verdad y justicia, esto no se puede tapar y dejar ahí guardado porque es una montaña de mierda que va a estallar en cualquier momento. Como sociedad no nos podemos permitir olvidar. Nosotros no nos reconciliamos de ninguna manera.
— A nivel personal, ¿vos estás en la búsqueda de saber cómo fue el rol de tu papá?
— Sí. Yo no se cual fue la actuación concreta que tuvo mi padre porque nunca fue imputado de nada. Aparte él murió en el 2008, así que si había algo que le iba a llegar no lo sabemos. Sé que ideológicamente coincidía porque lo conocía, tenía la costumbre de contar muy divertido cuestiones que tenían que ver con sesiones de tortura, después me di cuenta de que hablaba. Cómplice fue, si hizo algo más no se pero es un proceso que se complica porque todos los organismos oficiales que podían ayudarme a buscar información están siendo desmantelados, me lo dijeron en la misma Secretaría de Derechos Humanos. Así que tengo que ir por otro camino para saber qué hizo realmente.
— ¿Cómo fue darte cuenta de que tenías un padre que estaba implicado en el genocidio?
— El primer click se me hizo en una sesión de terapia en el 2000. Yo creía que mi viejo trabajaba en la parte de comunicaciones, entonces él no estaba implicado, y una psicóloga me dice: «Sí, claro todos estaban en comunicaciones». Eso me disparó un click. Después me empecé a informar de qué forma actuaban, cómo eran las tácticas, y todos participaban en todo como estrategia: es una forma de diluir las culpas y responsabilidades. La primera reacción que tuve fue de no querer saber nada: si estuvo ahí, sé que algo hizo pero prefiero no saber nada. Eso siguió así cuando se estaba haciendo justicia, pero cuando de repente hay retrocesos ya no me puedo quedar en esa posición.
— ¿Con él no llegaste a hablar del tema ?
— No. Cuando era adolescente y todavía vivía en el ámbito familiar mi mirada del mundo era la misma que la de él. Uno se cría en ese ambiente, absorbes esa ideología, hasta que empezás a salir a la calle y ves que las cosas no son tan así como te las cuentan. Ahí hice mi propio camino y construí mi propia mirada. De entrada lo que quise fue irme de la casa de mis viejos, vivir sola y hacer mi propia vida. Entonces, todo eso quedo atrás para mi. Igual teníamos discusiones de política mientras yo vivía allá porque ni bien empecé a trabajar, a estudiar, a ver el mundo, mi mirada se iba a yendo cada vez más a la izquierda. Un día aparecí con un diario de Página/12 y me dijo de todo. Políticamente nunca coincidimos. Pero nunca lo increpé por lo que haya hecho él.
— ¿Cómo vivís todo esto al interior de tu familia?
— De familia queda mi mamá, mi hermana y mi sobrina. Lo hablé con mi vieja, le dije lo que estaba haciendo. Ideológicamente hay una coincidencia con ellas pero no llegan a pensarlo a mi viejo siendo parte actuante de eso. Ahí hay una negación que no pueden pasar.
— Es la primera vez que van a la plaza un 24 de marzo organizados como hijos de genocidas, ¿cómo lo viven?
— Yo ya marché sola. Pero estamos muy movilizados porque no queremos molestar a nadie. Se comunicaron de algunos organismos, pedimos adherir al documento pero vamos a marchar solos. Tenemos una sensación de expectativa para ver que pasa porque es la primera del 24 aunque ya estuvimos en otras como las de Santiago Maldonado. Es muy movilizante. Para cada uno es distinto. En el 2016 no pude ir a la Plaza, tenía unas sensaciones encontradas de vergüenza y culpa, sentía que no era mi lugar estar ahí pero en el 2017 volví. Este va a ser especial, vamos a ver que nos depara el destino.