«Poner al negacionismo en el mismo estatuto de verdad que la reconstrucción social del pasado implica un enorme retroceso. No sólo se unifica la violencia genocida con la insurgente, que son incomparables, sino que se hace desaparecer la violencia estructural», expresa Daniel Feierstein a La Primera Piedra. El sociólogo, doctor en Ciencias Sociales y especialista sobre los procesos y prácticas genocidas, señala la importancia del concepto «genocidio» para referirse a la dictadura cívico-militar instalada en 1976 en Argentina dado que, de esta forma, «nos interpela sobre las consecuencias del proceso represivo en cada uno de nosotros» y en el presente.
— Tu interpretación del concepto de genocidio para el caso argentino se ha incorporado en los procesos judiciales de lesa humanidad desde su reapertura en 2006. ¿Cómo la explicarías?
— En los juicios se utiliza la definición de genocidio de la Convención de Naciones Unidas, que plantea que un genocidio es un conjunto de acciones que tienen como objetivo la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Lo que se ha incorporado de mi trabajo es la interpretación de que lo ocurrido en la Argentina constituyó un intento de destrucción parcial del grupo nacional argentino, lo que los perpetradores llamaron un “proceso de reorganización nacional”. Esto es, la búsqueda por transformar a partir del terror la identidad del pueblo argentino, sus valores ético-morales, sus modos de vinculación, sus prácticas cotidianas.
La potencia del concepto de genocidio es precisamente que logra poner el foco en el intento de destrucción del grupo y de ese modo nos interpela sobre las consecuencias del proceso represivo en cada uno de nosotros, no solamente en quienes lo vivieron dentro de los campos de concentración.
— En ese sentido, también remarcás la importancia de denominar al proceso vivido durante la dictadura cívico-militar como genocidio y no como terrorismo de Estado ¿por qué?
— El concepto de terrorismo de Estado o el de crímenes contra la humanidad sólo permiten observar el conjunto de acciones o delitos cometidos pero no la intencionalidad de los mismos. La potencia del concepto de genocidio es precisamente que logra poner el foco en el intento de destrucción del grupo y de ese modo nos interpela sobre las consecuencias del proceso represivo en cada uno de nosotros, no solamente en quienes lo vivieron dentro de los campos de concentración.
— ¿Cómo ves la avanzada negacionista que se visibilizó con la llegada del gobierno de Mauricio Macri al poder?
— Me parece de una profunda gravedad. En verdad la avanzada comienza antes, diría que alrededor de 2007 o 2008, pero en esos momentos era bastante marginal. Los medios de comunicación comienzan a darle cada vez más espacio alrededor de 2014 y con el cambio de gobierno se potenció muchísimo este tipo de planteos, con declaraciones de funcionarios públicos pero también con el tratamiento del tema de modo permanente en el prime time mediático. Allí, se ofrecieron horas y horas a los grupos negacionistas para permitir una difusión masiva de sus planteos, muchas veces sin permitir siquiera la confrontación de los mismos y otras generando climas de griteríos y descalificaciones que impedían cualquier debate. El objetivo en todos estos casos era dar espacio a la ofensiva negacionista e instalar que se trataba de “la otra campana”, una “campana silenciada” que ahora resultaba necesario escuchar, otorgando a las visiones mentirosas y distorsionadas del negacionista estatuto de “interpretación”.
(Leer nota: El curro de atacar la lucha de los Derechos Humanos)
— Al instalarse en los medios, ¿crees que los símbolos más importantes de la lucha contra el genocidio, como lo es hablar de 30.000 detenidos-desaparecidos, están en cuestión?
— Se busca poner esos símbolos en cuestión, sin que todavía se lo haya logrado. Pero ya plantear la discusión como un debate necesario y poniendo al negacionismo en el mismo estatuto de verdad que la reconstrucción social del pasado que se pudo hacer en estas décadas de trabajo implica un enorme retroceso.
— ¿Por qué es peligroso ese mensaje?
— Porque se establece como “opiniones” del mismo estatuto al trabajo de décadas de análisis de testimonios e intentos de elaboración de las consecuencias traumáticas de un genocidio con la opinión de quienes cuestionan la existencia del mismo, el número de víctimas o la magnitud y sistematicidad de la destrucción. Intentos que lo que buscan en verdad es minimizar o relativizar la propia existencia del proceso genocida.
Poner al negacionismo en el mismo estatuto de verdad que la reconstrucción social del pasado que se pudo hacer en estas décadas de trabajo implica un enorme retroceso.
— Esta negación se da luego de una década de avances importantes en materia de memoria, verdad y justicia, ¿por qué crees que se da eso? ¿El kirchnerismo jugó en contra?
— Creo que lo que jugó en contra fue que, desde distintos sectores políticos, dejara de considerarse esta cuestión una política de Estado y se la leyera desde las conveniencias de un partidismo político sectario. Esto tuvo graves consecuencias porque al quedar atrapado en la disputa partidaria o en la confrontación kirchnerismo-antikirchnerismo, se abrió un espacio para que el negacionismo pudiera disfrazar sus consignas de antikirchnerismo y consiguiera una escucha que nunca antes había tenido.
— Hace un tiempo comenzaste a hablar de que lo que se está dando en la actualidad es una actualización de la teoría de los dos demonios. Una teoría de los dos demonios recargada, ¿cómo seria eso?
— La llamo teoría de los dos demonios recargada porque utiliza los argumentos principales y las lógicas estructurales de la teoría de los dos demonios pero en un nuevo contexto y con otros objetivos, para el caso mucho peores. El eje de la teoría de los dos demonios siempre fue la equiparación de “las violencias”, la insurgente y la genocida, que son vistas como dos caras de lo mismo. Pero, más importante que eso, el poner a dichas violencias por afuera de la sociedad. Los violentos serían los otros, los extremistas de izquierda o de derecha, mientras que la “gente común” aparecería como ajena y extraña al conflicto social.
— ¿Cómo sería la recargada entonces?
— La versión recargada de esta teoría recupera estos planteos pero los articula con el negacionismo, planteando que una campana ya fue escuchada demasiado, vendría a ser la de las víctimas del genocidio, y que ya es hora de recuperar a “las otras víctimas”, que vendrían a ser las víctimas de la insurgencia, a la que erróneamente califican como “terroristas”. Entonces si bien se recupera la idea de la equiparación y la alienación de la “gente común”, en la versión original de los dos demonios se planteaba, pese a todo, que la mayor gravedad radicaba en la violencia estatal. En esta versión recargada resultaría que lo más grave habría sido la violencia insurgente y que la “memoria completa” que se reclama debiera centrarse en la condena y castigo de quienes, paradójicamente, son algunos de quienes sufrieron con mayor dureza la violencia genocida. Como si no alcanzara con ello, la versión recargada de los dos demonios pretende instalar la negativización de estos sobrevivientes del genocidio, con la excusa de que su violencia es equivalente a la de los genocidas y bajo la mentira de que “no fue juzgada”, como si no hubiesen existido las persecuciones, enjuiciamientos, exilios, torturas, desapariciones y asesinatos de los miembros de las organizaciones insurgentes.
Resulta entonces en estas visiones que tomar una fábrica o arrojar personas vivas al mar luego de torturarlas y apropiarse de sus hijos serían prácticas equivalentes pero, además, no se observan ni los objetivos ni las condiciones de ninguna de dichas prácticas y siempre aparece ausente la violencia estructural que desató la violencia insurgente y que fue acrecentada por la violencia genocida.
— ¿Con que argumentos se puede discutir a quienes hablan desde esta teoría?
— El eje es poder quebrar las simplificaciones que hacen con respecto a lo que llaman “la violencia”. Porque en ese concepto no sólo se unifica la violencia genocida con la insurgente, que son incomparables, sino que se hace desaparecer la violencia estructural. Resulta entonces en estas visiones que tomar una fábrica o arrojar personas vivas al mar luego de torturarlas y apropiarse de sus hijos serían prácticas equivalentes pero, además, no se observan ni los objetivos ni las condiciones de ninguna de dichas prácticas y siempre aparece ausente la violencia estructural que desató la violencia insurgente y que fue acrecentada por la violencia genocida: el hambre, las muertes por enfermedades evitables, las políticas de vivienda, entre otras cuestiones. Desarmar esta simplificación de la concepción de la violencia es fundamental para confrontar con cualquier versión de la teoría de los dos demonios, pero muy en especial con esta versión recargada.
— Hay prácticas represivas que persisten en democracia, ¿crees que son actualizaciones de lo vivido durante la dictadura cívico-militar?
— No, creo que es importante distinguir situaciones diferentes. Lo que se está viviendo con el gobierno de Cambiemos es un cambio único desde 1983 porque pone en cuestión consensos construidos en el momento del inicio de la recuperación institucional, como la negativa a la represión abierta al conflicto social, la subordinación de las fuerzas armadas y de seguridad al poder político, la imposibilidad de las fuerzas armadas para participar del conflicto interno, entre otros elementos. Eso en sí mismo tiene una enorme gravedad. Pero dicha gravedad no lo iguala con un régimen dictatorial y genocida. Es parte de una simplificación ponerlo en esos términos y no ayuda a comprender las especificidades ni la gravedad de la situación. La realidad es compleja y no puede leerse en clave binaria. El macrismo implicó un fuerte retroceso en muchos temas, en algunos semeja lo ocurrido en los años ’90 y en otros es incluso más grave. Pero no tiene punto de comparación con una dictadura genocida.
— La memoria está siempre en movimiento. ¿Cómo se puede fortalecer este proceso de memoria, verdad y justicia?
— Creo que por una parte defendiendo el proceso de juzgamiento a los genocidas, que constituye una conquista histórica del pueblo argentino y que ha tomado dimensiones y características únicas en nuestro país. Es central participar de las audiencias, mantenerse informado y comprender que estamos viviendo una experiencia histórica realmente simbólica en ese sentido. También la precisión conceptual puede ayudarnos en este sentido, de allí mi insistencia en la calificación como genocidio, que permite mayor potencia para confrontar las lógicas argumentales del negacionismo. El rol de los medios de comunicación y de las instituciones educativas también es crucial, pero no para instalar modos políticamente correctos de denominación del pasado sino para permitir una permanente discusión sobre el mismo y sobre las consecuencias del pasado en nuestro presente, una discusión que debe ser dinámica e incorporar los cambios que van ocurriendo en los modos de representación.
— ¿En qué sentido?
— Creo que Manuel Reyes Mate lo dejó muy claro en relación a la experiencia del nazismo en Europa: sólo puede elaborarse el pasado si comprendemos que la tragedia es el punto desde el cual pensar el presente, sólo desde allí puede existir alguna posibilidad de elaboración.