El libro Tres impresiones (Añosluz, 2017) de Mario Arteca reúne el trabajo poético-crítico del autor a través de los años, demostrando que el paso del tiempo no siempre significa el corrimiento de un camino. Con una mirada atenta, sensible, cada poema abre un mundo de especificidades que, gracias a la agudeza literaria de Arteca, da batalla a la homegeneización sentimental del presente.
Sobre el autor
Mario Arteca nació en La Plata en 1960. Es escritor, periodista radial y gráfico. Publicó varios libros, entre los que se destacan Guatambú (2003), Horno (2010), El pekinés (2011), El pronóstico de oscuridad (2013), Hotel Babel (2014) y Noticias de la belle époque (2015).
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La agudeza de un ojo que ve
¿Sería soportable la vida si pudiésemos ver de qué está hecha cada cosa? ¿Qué pasaría si al detenernos en algo pudiésemos determinar las miniaturas que lo componen, su orden específico, su trascendencia personal? La respuesta a esa pregunta es difícil de encontrar, pero la poesía suele tener ese interrogante de manera asidua, tal como se puede ver especialmente en Tres impresiones (Añosluz, 2017) de Mario Arteca.
Con una poesía calma, con su propia musicalidad y espesor, el autor da cuenta a través de sus versos de otras obras de artes plásticas, como si cada poema sirviera de un catálogo breve y profundo. En esa interjección de búsquedas (la del pintor y la de poeta), se erige un nuevo sentido. En esa dirección, Tres impresiones reúne tres libros separados por años, «pero no por actitud», tal como destaca el poeta uruguayo Roberto Appratto. Así, Hexágono y diagonal (2016), Nuevas impresiones (2009) y La impresión de un folleto (2003) forman un libro necesario en un mundo donde la mirada parece ocupar un rol cada vez más pasivo.
En una contemporaneidad donde todo parece reducirse a un talle único, este libro hace gala de las especificidades que conforman el mundo del sentido: desde las búsquedas del artista, la emocionalidad de un espectador y el arte que puede anidar en una crítica, todo es puesto en relieve en los versos de Arteca. Escribe, por ejemplo: «La pintura es un fenómeno, un objeto/ de experiencia, pero sin sucumbir/ a un sistema: siempre en lo desconocido,/ en el asombro»; O también: «La escritura fija lo que se ha dicho, caracterizada/ por una permanencia a veces relativa».
Tal como destaca Sol Echeverría en el epílogo de esta edición, entrar a los versos de Mario Arteca es similar a introducirse en el silencioso eco de un museo, donde cada objeto repite las voces de su época. Esa diversidad hace a Tres impresiones un libro con múltiples estilos, pero que apuntan en una misma dirección: disecar el arte, para encontrar nuevos enfoques en su interior. En ese sentido, se puede leer: «Uno no examina, nada más/ se recobra de la sacudida motivada/ por la audacia óptica,/ y el brillo/ literal que posee cualquier obra».
La agudeza de un ojo que ve más allá de lo habitual es el combustible que motoriza a este libro, que nos hace sentir incómodos al principio hasta ganar una conformidad pocas veces vivida con anterioridad. «Hasta aquellos que se sublevaron/ contra la poesía no hacen más/ que moverse en área controlada», afirma el autor, demostrando que este libro es la necesaria excepción a esa regla.