«Yo conté que había abortado en el 2011 y no laburé más. Con eso me cagué un poco la vida, porque si la marca no te quiere, la televisión no te llama», relata Marina Glezer. La actriz nacida en 1980 en Brasil durante el exilio de sus padres también asegura que «los 90’s fue una época muy nefasta donde me encontré con un montón de personas muy famosas y yo era muy chica, muy intrépida. Hoy te puedo decir que esas personas famosas se sobrepasaron conmigo a nivel sexual». (Foto de portada: Sergio Bosco)
Sin esquivar nunca una respuesta, Marina Glezer es una de las actrices argentinas más honestas de un lado y del otro de la pantalla. Con una gran versatilidad a la hora de la actuación, siendo recordada por su primer protagónico en El polaquito (2003), su nombre tomó aún más visibilidad tras relatar en el 2011 que se había realizado un aborto a los 18 años, algo que volvió a contar en una carta pública en el 2014. A partir de eso, relata a La Primera Piedra, muchas puertas y oportunidades se le cerraron.
En cierta medida, la vida de Glezer parece estar atravesada por la política y la ideología, y ella lo reivindica siempre que puede. Nacida en Brasil en 1980 durante el exilio familiar en la última dictadura cívico militar en Argentina, su historia personal se mezcla con la de un país tan convulso como Argentina. «En los 90’s creías que el dinero y la fama era todo mientras la policía mataba al chico con el que iba a bailar o te vendían droga en la esquina.», relata sobre su adolescencia en esta extensa charla.
Nacer en la dictadura, crecer en el neoliberalismo
— Al nacer en 1980, en plena dictadura militar y en el contexto del exilio de tus padres, ¿qué recuerdos tenés de tu infancia?
— Recuerdo un exilio muy loco, porque mis padres estaban bien económicamente en el exilio, pero en realidad estaban mal. Era como una pantalla de felicidad la que estaban haciendo en Sao Paulo. Cuando volvimos acá fue terrible, porque los militares habían desaparecido a 30.000 personas y entre ellos había tíos, amigos, escritores, gente que quiero y valoro y hago memoria en sus nombres. La única forma de revivir a un muerto es recordándolo.
— Teniendo en cuenta tu experiencia personal, ¿cómo ves los pedidos de reconciliación que se piden desde ciertos sectores del poder?
— En eso soy bastante terminante, así como no concibo los femicidios, no me reconcilio: no olvido ni perdono al Estado que torturó, desapareció, robó bebés, expropió. Tengo muchos amigos a los que les arrebataron a sus mamás enfrente de sus ojos y es imposible reconciliarse con esa imagen. ¿Quién podría reconciliarse con ese genocida que todavía vive, que picaneó a tu mamá o la violó mientras estaba embarazada? No lo puedo concebir porque leí el Nunca más, leí La voluntad, porque extraño a Rodolfo Walsh o a Haroldo Conti sin conocerlos. El ejercicio de la memoria es muy bueno para destrabar, para revisar lo que te constituye. La gente que quiere olvidarlo, licuarlo, son personas que se van a deteriorar mental y físicamente más rápido. Los milicos pensaban que nos estaban matando, pero nos estaban sembrando: nosotros construimos memoria, verdad, justicia y alegría.
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Los 90’s fue una época muy nefasta donde me encontré con un montón de personas muy famosas y yo era muy chica, muy intrépida. Hoy te puedo decir que esas personas famosas se sobrepasaron conmigo a nivel sexual, pero yo en ese momento creía que era una persona «que había vivido mucho».
— Vos viviste tu adolescencia en la década de los 90’s, en un momento histórico donde el indulto arrasó con todo. ¿Ves similitudes con lo que ocurre ahora?
— El neoliberalismo es parecido en todas sus formas. A los 15 años fui testigo de un caso de gatillo fácil: estábamos corriendo porque rompimos una vidriera y la policía mató a Alejandro Mirabete de un tiro en la nuca en pleno Belgrano. Ese policía salió beneficiado con el 2×1. Los 90’s fue una época muy nefasta donde me encontré con un montón de personas muy famosas y yo era muy chica, muy intrépida. Hoy te puedo decir que esas personas famosas se sobrepasaron conmigo a nivel sexual, pero yo en ese momento creía que era una persona «que había vivido mucho». En los 90’s creías que el dinero y la fama era todo mientras la policía mataba al chico con el que iba a bailar o te vendían droga en la esquina.
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El aborto y la lucha feminista
— En relación a lo que relatabas recién, ¿cómo vivís el momento actual de la visibilización del feminismo en los medios?
— Bueno, en cierta medida fue una de las primeras que se incendió con ese tema: yo conté que había abortado en el 2011 y no laburé más. Las marcas no se van a identificar con una actriz que abortó, porque la gente que está en contra no va a ir a comprar esa ropa. Con eso me cagué un poco la vida, porque si la marca no te quiere, la televisión no te llama.
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— ¿Te afectó mucho a nivel laboral el haber contado tu experiencia personal?
— Me afectó un montón. Es muy triste vivir en una sociedad donde la gente que consume espectáculos no se quiera comprometer con profundizar debates y que crean que aquel que expresa lo que siente, que quiere equidad de derechos, está en contra suyo. Me gustaría vivir en una sociedad donde todo fuera más justo. Si decís eso, vas a la hoguera. ¿Cómo vas a igualar a las ricas con las pobres? Las ricas pueden abortar, pero que las pobres se caguen muriendo. Ahora estamos en este momento y en esta posibilidad de país, y eso a mí me duele, me provoca ganas de crear alternativas diferentes. Mis convicciones tienen que ver con mi ideología, yo tengo mucho para decir.
Yo conté que había abortado en el 2011 y no laburé más. Las marcas no se van a identificar con una actriz que abortó, por que la gente que está en contra no va a ir a comprar esa ropa. Con eso me cagué un poco la vida.
— Con lo que te pasó a vos, ¿notás que dentro del ámbito de la actuación no todos pueden animarse a decir lo que piensan para evitar que les pase lo mismo?
— Sí, se cuidan y no me parece mal. No voy a juzgar a colegas que no se quieran exponer políticamente. De todas formas, es muy difícil separar lo que es uno en el trabajo y fuera del trabajo. Uno es a través de lo que hace, más que a través de lo que dice. Después cada uno hace lo que quiere y lo que puede.
— Mirando en retrospectiva las repercusiones que tuvieron tus dichos en ese momento, ¿qué pensás que pasaría ahora con el movimiento feminista mucho más visibilizado?
— Hubiera sido mejor capaz, pudo haber sido una falta de timing, nunca fui buena para eso (risas). Ahora con las sororas hubiera sido más fácil quizás. De todas formas, varios de los colegas llamaron para solidarizarse. De todas formas, me corrí un poco de la causa, porque si antes apenas había un vestigio de que se pudiera debatir el aborto en el Congreso, ahora es una posibilidad totalmente alejada.
Recuerdo que con mis dichos, al toque escuché al actual presidente decir que él estaba «a favor de la vida», cuando ese no es el debate real. Tiene que haber una ley que te permita interrumpir el embarazo, porque no es una vida. Nadie me lo puede prohibir a mí porque fui y lo hice y todas abortamos.
— ¿Sos pesimista al respecto?
— Recuerdo que con mis dichos, al toque escuché al actual presidente decir que él estaba «a favor de la vida», cuando ese no es el debate real. Tiene que haber una ley que te permita interrumpir el embarazo, porque no es una vida. Nadie me lo puede prohibir a mí porque fui y lo hice y todas abortamos. Las mujeres se mueren por abortar, sobre todo aquellas que no tienen recursos. Me da mucho odio. Corrí mi militancia en crear espacios culturales donde se pueda hablar de ese y otros temas que tengan que ver conmigo.
La actuación y el presente de la cultura en Argentina
— Desde muchos sectores se habla de un momento de crisis para la cultura nacional, incluso en lo que a ficción en cine y televisión se refiere, ¿vos como lo vivís?
— Siempre trabajé de manera independiente, así que no conozco otra manera de hacer las cosas. Siempre que hay pocos recursos es cuando la creatividad se potencia, cuando te vinculás con gente que realmente quiere producir. Por eso yo nunca voy a dejar de hacer, ahí es donde está mi alma. De todas formas, pienso que hay una crisis tremenda: hay un montón de amigos que se quedaron sin trabajo, de espacios que cerraron. Pienso en la Ley de Medios, en cómo se trabajó y fue una de las primeras cosas que se anularon. Sin el fomento del Estado es muy duro promover el arte y la cultura. Este Gobierno se encarga solamente del espectáculo, es cambiar Estado por mercado.
— Empezaste a trabajar desde muy chica, ¿en qué momento lo tenías decidido? Se recuerda mucho tu papel en El polaquito (2003), una de las películas que cierra lo que se llamó «el nuevo cine argentino».
— Tengo el recuerdo de siempre haber querido ser actirz, en algún momento también pensé en ser periodista. Empecé a estudiar con Norman Briski, ahí encontré la vocación. Antes de El polaquito hice otra película que también era de esa corriente. Siempre fui muy curiosa, muy culo inquieto, ahora estoy un poco más tranquila. Amo la industria del cine nacional, me lo conozco entero: te podría citar la filmografía de los directores argentinos. Con «La pelu» de El polaquito creo que conseguí algo que siempre quise: un personaje que estuviera vivo. Después fue difícil trabajar con personajes femeninos que fueran potentes. Ahora espero las historias donde las mujeres nos reivindiquemos.
Con «La pelu» de El polaquito creo que conseguí algo que siempre quise: un personaje que estuviera vivo. Después fue difícil trabajar con personajes femeninos que fueran potentes. Ahora espero las historias donde las mujeres nos reivindiquemos.
— ¿Cómo fue tu formación como guionista?
— Me estuve preparando mucho: desde Mauricio Kartún hasta Romina Paula y Cynthia Edul, pasando por Lisandro Rodríguez y Santiago Loza y después terminando con Pablo Ramos y Marta Bertoldi. Cuando yo escribo, reivindico mi género, hay algo de las mujeres que me parece muy potente. Me encanta la energía femenina como algo de la naturaleza.
— Solés hacer papeles muy diferentes uno del otro. Pienso en tu papel en Roma (2004), que fue poco después de El polaquito.
— Sí, Alicia. Lo preparé un montón ese papel. En todas las películas de Aristarain hay una Alicia. Cada vez que hago un papel trato de que sea versátil. También pasa que, al no trabajar en papeles de ese tipo tan seguido, siempre estoy cambiada cuando hago un personaje. Trabajo poco y concreto como actriz. A eso hay que sumarle que desde que hice pública la carta, en el 2014, sobre mi experiencia con el aborto, quedé bastante al margen de lo comercial.
Dirigir es algo increíble, es como si pudieras torcer la cabeza 180 grados y verte la espalda, el culo. Te quedás pensando: «¿Yo hice esto alguna vez?». Es muy enriquecedor poder estar del otro lado, te da mucha elasticidad para cuando volvés a actuar.
— Ahora estás incursionando en la dirección, ¿siempre tuviste esa intención?
— Siempre fui muy fan del cine y cuando empecé como actriz soñaba que iba a dirigir mi primera película a los 50 años. Ahora soy capaz de decirte que la voy a dirigir a los 40. Se fue dando de forma natural, a los 30 dirigí mi primer corto. Con un amigo escribimos un guión y se dio de forma natural como un río. Dirigir es algo increíble, es como si pudieras torcer la cabeza 180 grados y verte la espalda, el culo. Te quedás pensando: «¿Yo hice esto alguna vez?». Es muy enriquecedor poder estar del otro lado, te da mucha elasticidad para cuando volvés a actuar.
— Por último, ¿cuáles son tus próximos proyectos?
— Estrenamos el 23 de febrero la obra Salón de belleza en el Teatro NÜN (Velazco y Araoz, CABA) los viernes a las 21hs. Es una obra que escribo, dirijo y produzco. Después estoy terminando mi tercer cortometraje, llamado El señor del tiempo, pero supongo que tendrá novedades a partir de mayo. Del otro lado de la pantalla, ahora sale una película que hice hace unos años en Brasil y en julio y agosto probablemente me vaya a ser una serie a San Pablo. Ojalá salga algo más acá en Argentina.