Hoy se estrena El testamento, película escrita y dirigida por el israelí Amichai Greenberg, con actuación de Ori Pfeffer. La historia gira en torno a aquellas consecuencias del Holocausto que se extienden hasta la actualidad. Un investigador judío obsesionado con la sospecha de la existencia de cuerpos enterrados en una fosa común en un pequeño pueblo de Austria y un dato inesperado que desatará serios problemas en torno a su propia identidad.
Quizás el conflicto interno en el personaje protagónico —Yoel Halberstam (Ori Pfeffer)— sea el elemento más potente en el relato de Greenberg y aquel que, de algún modo, motoriza todo el suspenso de la trama. Yoel es judío ortodoxo, historiador e investigador del Instituto del Holocausto en Jerusalén (cuya monumentalidad ha sido capturada magistralmente en exquisitos planos de las instalaciones y los estantes de una biblioteca que parece ser infinita); él se encuentra obsesionado con la posibilidad de que exista una fosa común en Lendsdorf, pequeño pueblo de Austria.
Las primeras escenas dan cuenta de la contienda judicial entre el investigador y un grupo de propietarios que, ante la falta de evidencia, pretenden construir sus proyectos arquitectónicos sobre esos terrenos. A partir de la demanda de la jueza, Yoel comienza una búsqueda obsesiva, frenética y a contrarreloj con el fin de presentar las pruebas suficientes que permitan detener la construcción. Pero en el camino de su investigación aparece lo inesperado: un testimonio clasificado de su propia madre en donde ella declara no ser judía. ¿Cómo seguir el camino hacia la verdad cuando su vida entera ha sido una completa mentira?
Este es el principal dilema ético sobre el cual se sustenta el thriller dramático de Greenberg, porque Yoel deberá optar entre el peso de las tradiciones familiares y lo que él llama la «verdad absoluta» como un bien común al cual todos merecen acceder (y que él, bajo sus preceptos religiosos, condensa en la figura de Dios). Con una buena actuación de Pfeffer —quien logra ese rostro sutilmente apesadumbrado a lo largo de todo el metraje—, la película consigue mantener el suspense de esa búsqueda la mayor parte del tiempo.
Lo que se ve en pantalla, finalmente, es el conflicto interno de este personaje, sus permanentes oscilaciones entre aquellos rasgos identitarios que lo han definido toda su vida y una verdad que supera cualquier atisbo de individualismo. Su perturbación se desparrama por los espacios que recorre: el instituto, la inmensa biblioteca, la sala de archivos (muy similar a una jaula subterránea, donde trabaja junto a su colega), su nueva oficina, los tribunales o el bosque en el que presuntamente se encuentra la fosa común.
Un film que logra apostar al suspenso y salirse del puro drama (aunque por momentos se pierde el ritmo), para poner sobre la mesa una reflexión en torno a la verdad y los sacrificios que muchas veces deben hacerse en su nombre.