El camino emprendido por el feminismo para denunciar las desigualdades continúa provocando la agresión de amplios sectores de la sociedad. Muchas son las amenazas que reciben a diario las mujeres por desafiar el orden establecido, pero hay una que se repite con particular ensañamiento: la «violación correctiva». ¿Qué hay detrás de todo esto? (Foto: China Díaz Fotografía)
Amenazas de violación, asesinatos, linchamientos. Las reacciones misóginas y agresivas contra toda expresión del feminismo se repiten incansablemente y se filtran en las redes sociales cada vez que se presenta la oportunidad. La violencia aumenta de nivel ante cada nuevo paso del movimiento para desnaturalizar el sentido común. Donde antes había silencio, ahora hay miles de mujeres que se enfrentan al orden establecido y que ya no están dispuestas a aceptar abusos, maltratos y toda clase de desigualdad basada en los roles de género históricamente constituidos.
Muchas son las respuestas y los insultos con los que se busca deslegitimar al movimiento y anular todo gesto de voluntad, pero hay uno particularmente que se repite de forma constante: la amenaza de la «violación correctiva».
Después de años de opresión, que marquen límites a los agravios y que defiendan la libertad de decisión sobre su cuerpo y su vida es algo que molesta y que desata la ira enraizada en lo más hondo del machismo. Muchas son las respuestas y los insultos con los que se busca deslegitimar al movimiento y anular todo gesto de voluntad, pero hay uno particularmente que se repite de forma constante: la amenaza de la «violación correctiva». «Te hace falta una buena pija». Frase repetida hasta el hartazgo por quienes rechazan toda clase de disidencia y no aceptan las elecciones contrarias a lo que consideran como parte de la «normalidad». Las identidades que no se construyen para el placer del hombre son así castigadas, avalándose el abuso sin ninguna clase de condena.
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La «violación correctiva» es una práctica aberrante que sigue vigente en varios países del mundo. Supone un mecanismo de disciplinamiento sobre los cuerpos, ejercido para «rectificar» el deseo y los comportamientos e insertarlos al interior de los parámetros de la heteronormatividad. El hombre aparece así como quien tiene el «poder transformador» de «corregir» todo lo que no encaja con los límites patriarcales, reduciendo a la mujer a un mero objeto que puede ser forzado y manipulado para ocupar el espacio público «como corresponde». Se trata de la máxima expresión de una sociedad falocéntrica, que concibe al órgano sexual masculino como símbolo de dominación y autoridad, marcando así una supuesta superioridad del género.
La «violación correctiva» es una práctica aberrante que sigue vigente en varios países del mundo. Supone un mecanismo de disciplinamiento sobre los cuerpos, ejercido para «rectificar» el deseo y los comportamientos e insertarlos al interior de los parámetros de la heteronormatividad.
En Argentina, la figura de «violación correctiva» no está contemplada en la legislación como forma específica de abuso, sufrida en particular por la comunidad LGBTTIQ. Esta situación salió a la luz con el caso de Analía Eva de Jesús, mejor conocida como «Higui», ilegalemente detenida el 16 de octubre de 2016, por defenderse de diez hombres que intentaron violarla por su orientación sexual. “Te vamos a empalar tortillera”, le gritaron al tirarla al piso y romperle los pantalones y el bóxer. Higui no sólo no fue revisada por los médicos, sino que además fue procesada por homicidio simple y privada de su liberad por casi ocho meses. “Quién te va a querer violar a vos, si sos horrible”, le decían los policías. La acción conjunta de varias organizaciones de mujeres a lo largo del país logró conseguir su excarcelación, el 12 de junio de 2017.
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Pero esta forma de sometimiento demostró estar fuertemente arraigada en la cultura como parte de la lógica natural del machismo, aplicada a quienes se atrevan a desafiarlo. Le pasó, por ejemplo, a Marina, una de las chicas que en enero de 2017 hizo topless en un balneario de Necochea, provincia de Buenos Aires – hecho que dio lugar al tetazo, en repudio al injustificado operativo policial que tuvo lugar durante aquella ocasión -. “Me dicen que me van a violar, a cortar las tetas”, había expresado la joven a Tiempo Argentino. El mismo nivel de violencia se puede encontrar en las redes sociales en todos los casos en los que el cuerpo de una mujer parece no cumplir con los estándares de «lo femenino», como sucede con los comentarios que se reproducen ante las fotos de chicas que deciden no depilarse.
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El mismo nivel de violencia se puede encontrar en las redes sociales en todos los casos en los que el cuerpo de una mujer parece no cumplir con los estándares de «lo femenino», como sucede con los comentarios que se reproducen ante las fotos de chicas que deciden no depilarse.
“Las vamos a matar a todas mujeres de mierda”, fue uno de los tantos mensajes recibidos por las organizaciones feministas que exigieron la cancelación del show de Yayo en Bahía Blanca y Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en julio de 2017. «Que sea la última vez que se metan con Yayo porque la próxima le voy a decir a mi tío santiagueño que se las viole a todas ustedes gordas putas«, se puede leer entre las cientos de amenazas que recibieron por Facebook. La reacción se desencadenó luego de que denunciaran la violencia simbólica de un espectáculo creado sobre la base de estereotipos sexistas, que no hacen otra cosa que reproducir el discurso sobre el que se sustenta la cultura patriarcal.
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La violación como correctivo termina por extenderse así a toda mujer que se atreva a alzar la voz. Esto se puede ver también en los comentarios originados a partir de una foto subida a Instagram por La Primera Piedra, en referencia al caso Nahir Galarza. «Una buena pija te hace falta para dejar de decir pavadas«. “Creo q las minas q piensan como vos son unas resentidas que no se las cogen nadie de lo ignorantes y feas que deben ser y bue sale los espécimen como vos que se van reproduciendo…no les queda otra que hacerse feministas tortas revolucionarias», puede leerse entre cientos de respuestas e insultos que se repitieron en la red social, contra Nahir Galarza y toda mujer que daba su opinión a favor del feminismo.
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La construcción de la propia identidad de género, de la corporalidad y la sexualidad parecen ser, aún hoy, tabúes encorsetados por las reglas de un sistema machista y falocéntrico que encuentra en la diversidad un factor inaceptable y peligroso. En el abuso visto como un ajusticiamiento hay así una operación doble: la de «poner en su lugar» a toda mujer que se niega a cumplir con un rol prefabricado por la sociedad y la de un disciplinamiento general. Una amenaza latente para quien se atreva a pensar distinto o a denunciar todo lo que pueda llegar a perjudicar el funcionamiento de un modelo.
La construcción de la propia identidad de género, de la corporalidad y la sexualidad parecen ser, aún hoy, tabúes encorsetados por las reglas de un sistema machista y falocéntrico que encuentra en la diversidad un factor inaceptable y peligroso
Que la violación sea así avalada entre el núcleo más duro del machismo y prometida en redes sociales sin ninguna clase de condena muestra el largo y urgente camino que los movimientos feministas aún tienen por delante. Una batalla cultural iniciada desde hace tiempo que finalmente está dando resultados en la escena pública, y que demuestra la imposibilidad de seguir callando.