¿Qué escribió Marina Tsvietáieva después de la primera guerra mundial y antes de la revolución rusa? ¿Qué hacía, cómo y dónde vivía? Estas preguntas motivaron a Natalia Litvinova a recopilar y traducir al castellano una serie de poemas escritos por la poeta entre 1915 y 1916. ¿Qué dicen esos poemas de una de las voces rusas más importantes del siglo XX?
*Por Tamara Grosso
Sobre la autora
Marina Ivánovna Tsvietáieva nació en Moscú en 1892. Vivió en Rusia hasta 1922, año en que se exilió junto con su hija Ariadna para reencontrarse con su marido Seguéi Efron, oficial del ejército blanco. Vivió en Berlín, Praga y París, y regresó a la URSS en 1939, pero se ahorcó dos años después, en 1941, en Elabuga. Se la considera una de las voces líricas rusas más importantes del siglo XX, aunque gran parte de su obra debió ser rescatada por su hija Ariadna del olvido.
Sobre la traductora
Natalia Litvinova nació en Gómel en 1986, es argentina de origen bielorruso. Además de traductora es escritora. Publicó Esteparia (Ediciones del Dock, 2010) reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editor, 2012), Grieta (Gog y Magog, 2012) reeditado en España y Costa Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2014), Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014) y Siguiente vitalidad (Audisea, 2015). Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos del Siglo de Plata.
Una casa con doble vidrio
Noche Mía, rival mía (Llantén, 2017) es una recopilación de los poemas que la poeta rusa Marina Tsvietváieva escribió entre 1915 y 1916. ¿Por qué limitarse a esos dos años? Según explica Natalia Litvinova —quien compiló y tradujo estos poemas—, eso fue porque el libro surgió de una pregunta: ¿Qué escribió Marina Tsvietváieva después de la Primera Guerra Mundial y antes de la Revolución de Octubre? ¿Dónde estaba durante esos años y cómo vivía?
Litvinova llegó a esta selección luego de una investigación sobre la vida de la autora, que incluyó una visita a la casa en la cuál Tsvietváieva vivió en Moscú en esos años: una casa grande, según ella misma parecida a un barco, con una habitación luminosa para sus dos hijas y una con once esquinas para ella. Y, como remarca Litvinova, una casa con doble vidrio, «un espacio amplio para separar el afuera del adentro».
Esa separación entre lo privado y el afuera puede ser muy ilustrativa para leer la obra de Tsvietváieva: mientras que una Rusia convulsionada la tocaba de cerca a ella y a su familia, Marina escribía cientos de poemas al año con una creatividad implacable.
En esa casa, luego de la revolución, Tsvietváieva viviría la hambruna que la haría vender sus muebles, el frío que la haría vivir dos años en la cocina, y la tragedia de la muerte de su hija menor, Irina, en un albergue al que la entregó con la esperanza de que pudieran cuidarla y alimentarla mejor. Pero antes de eso, antes de que la revolución comenzara, escribió estos poemas.
La poesía de Marina Tsvietváieva
Si la historia de la autora y el contexto histórico parecen suficientes razones para generar curiosidad por su literatura, aún más razones pueden encontrarse en los textos en sí.
La poesía de Tsvietváieva es fresca, lúcida y en cierto sentido adelantada a su época: no duda en cuestionar a la autoridad, a ciertas convenciones o incluso a dios. Sin embargo al mismo tiempo el tono es íntimo. Habla de sus deseos, sus decisiones o su insomnio —de lo que ocurre de el doble vidrio para adentro.
La mejor manera de comprender la fuerza que hay en sus poemas es leerlos: en este sentido, la traducción al castellano de Llantén ayuda, porque acerca el contenido a un lenguaje coloquial, sencillo, familiar. Algunos poemas pueden servir de ejemplo de lo que puede encontrarse en este libro.
Tres poemas de Marina Tsvietáieva
No obedezco los mandamientos, no recibí la comunión.
— Mientras no se cante por mí una letanía, —
seguiré pecando — como peco — como pecaba: ¡con pasión!
¡Con los cinco sentidos — que Dios me dio!
¡Amigos! ¡Cómplices! ¡Ustedes, cuyas instifaciones queman!
— ¡Ustedes, secuaces! — ¡Y ustedes, tiernos maestros!
Jóvenes, vírgenes, árboles, constelaciones, nubes, —
ante Dios, en el Juicio final, ¡responderemos juntos, toda la Tierra!
—
Me gusta saber que no estás loco por mí
y que yo no estoy loca por vos,
que el pesado globo terrestre
no se derrumbará bajo nuestros pies.
Me gusta que pueda ser ridícula y desenfrenada
sin temerle a las palabras,
que no tenga que sonrojarme
cuando se rocen nuestras manos.
Me gusta que puedas abrazar
a otra mujer delante de mí
y que no me mandes al infierno
por besarme con otro.
Y que no me llames cariñosamente
ni en la noche ni en el día.
Y que nunca, en el silencio de una iglesia,
nos cantarán el Aleluya.
Con la mano en el corazón te doy las gracias
por amarme tanto sin saberlo siquiera,
por mis noches tranquilas
los escasos encuentros
y los no paseos bajo la luna,
por el sol que no existe encima de nosotros,
por no estar loco por mí,
por no estar yo loca por vos.
—
No puedo navegar un barco para siempre,
tampoco el ruiseñor cantar.
Tantas veces quise vivir
¡y tantas morir!
Cansada de este juego,
como del bingo en la infancia,
me apartaré,
feliz de no creer
que existe un mundo mejor que este.