Hace nueve años fue la última vez que se vio con vida a Luciano Arruga, mientras era detenido por la Policía Bonaerense. Luego de estar casi seis años desaparecido, su cuerpo fue encontrado en el Cementerio de Chacarita enterrado como NN. Por la lucha de sus familiares y amigos, su caso permitió visibilizar la cantidad de situaciones y hostigamientos que viven los jóvenes de los barrios más vulnerables por los agentes policiales, la desaparición forzada en democracia y el accionar criminal del aparato represivo estatal. Nueve años después su nombre se convirtió en bandera de lucha contra la impunidad. (Foto de portada: Facundo Nívolo)
Luciano Nahuel Arruga vivía en el barrio 12 de octubre en Lomas del Mirador, a pocas cuadras de la Avenida General Paz que divide la Ciudad de Buenos Aires con la provincia. Él era un pibe de barrio que vivía con su mamá y que sufría el ambiente vulnerable con necesidades básicas insatisfechas en el que vivía como tantos otros jóvenes en su misma situación. Así, él vivía la violencia institucional de un Estado que está ausente en estos sectores pero que solo se presenta en sus barrios con su cara uniformada.
A sus 16 años, la Policía Bonaerense comenzó a hostigarlo para que robara para ellos. Prometían liberar zonas, marcar casas para robar y compartir lo recaudado. Sin embargo, Luciano Arruga se negó rotundamente cada vez que insistieron. Desde ese momento comenzó a ser amenazado, golpeado y detenido de forma constante por los agentes como forma de represalia frente a su negativa.
A sus 16 años, la Policía Bonaerense comenzó a hostigarlo para que robara para ellos. Luciano Arruga se negó rotundamente. Desde ese momento comenzó a ser amenazado, golpeado y detenido de forma constante por los agentes.
El 22 de septiembre de 2008, en ese hostigamiento constante, fue detenido de forma ilegal en un destacamento policial que se encontraba muy cerca de su casa y que se había creado recientemente frente al pedido constante de más seguridad de los vecinos más acomodados de la zona. Allí lo detuvieron durante nueve horas a pesar de que el espacio no estaba habilitado para eso.
En la cocina de este destacamento fue torturado gravemente mientras su hermana, Vanesa Orieta, y su mamá, Mónica Alegre, que se encontraban allí escuchaban sus gritos de dolor. Su familia, conociendo la persecución que sufría Luciano fue a buscarlo. Mientras pedía ayuda y ante la desesperación de su hermana y su mamá, los agentes no lo querían liberar por una supuesta falta de papeles. En el 2015, por este hecho, el policía Julio Diego Torales fue condenado a diez años de prisión, a pesar de que se sabe que al menos participaron ocho efectivos en las torturas, tal como señala la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI).
El 31 de enero de 2009, Luciano Arruga fue visto por última vez con vida mientras era detenido por la Policía Bonaerense. Luego de esa noche, estuvo desaparecido por cinco años y ocho meses hasta el 17 de octubre del año 2014 cuando se encontró su cuerpo enterrado como NN en el Cementerio de Chacarita. La Justicia recién ese año había aceptado la presentación del Habeas Corpus. El cuerpo de Luciano Arruga jamás se hubiese encontrado sino fuese por la lucha incansable de sus familiares y amigos, organizaciones de derechos humanos, sociales y populares, y la presión social que levantó el caso.
El 31 de enero de 2009, Luciano Arruga fue visto por última vez con vida mientras era detenido por la Policía Bonaerense. Estuvo desaparecido por cinco años y ocho meses hasta el 17 de octubre del año 2014 cuando se encontró su cuerpo enterrado como NN en el Cementerio de Chacarita.
Aquel 17 de octubre de 2014 se constató que sus huellas coincidían con la de un cuerpo enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita y se supo lo que pudo conocerse mucho antes si las instancias del Estado por las que pasó su cuerpo no hubiesen colaborado en el encubrimiento. Luciano Arruga fue atropellado por un auto en la General Paz, cerca de su casa y por un lugar que conocía a la perfección. Con la investigación se supo que el conductor que lo atropelló -que había denunciado este hecho ni bien ocurrió- vio a alguien corriendo, huyendo de algo y no lo pudo esquivar. También vio que había un patrullero con las luces bajas en la colectora. Aún al día de hoy, no hay nadie condenado por su desaparición y muerte.
El caso de Luciano Arruga permitió visibilizar que la desaparición forzada era una modalidad que seguía persistiendo en democracia a pesar de que se creía que con el fin de la dictadura cívico-militar eso ya no existía. La desaparición seguía siendo una herramienta que las fuerzas represivas mantenían en vigencia para garantizar la impunidad de su accionar. Así se conoció que Luciano Arruga era un nombre más de casi 200 desapariciones de las cuales el Estado era responsable desde 1983 y que se dieron en los distintos gobiernos constitucionales que se sucedieron.
A su vez, también permitió visibilizar la realidad que viven los sectores populares con el brazo armado del Estado. Los hostigamientos, las detenciones arbitrarias, las amenazas, las torturas, los fusilamientos por gatillo fácil, las desapariciones forzadas y el crimen organizado por los mismos agentes estatales son una constante en los barrios más vulnerables, mientras que desde los medios de comunicación y los discursos oficiales se fomenta el pedido de una «seguridad» que solo llega en forma de balas a los sectores populares.
El caso de Luciano Arruga se convirtió en bandera, principalmente por la lucha de sus amigos y familiares pero quizás también porque se negó a robar. El detalle sobre el porqué de su desaparición es un dato que nunca dejo de mencionarse en ningún medio. En este sentido, cabe preguntar ¿si hubiese accedido a robar hubiese valido su desaparición? ¿Si el contexto social y económico no le brindaba otra salida que robar para la policía para satisfacer necesidades que veía insatisfechas desde su infancia, hubiese valido su muerte en manos de la policía? ¿La excusa de robar ya valía para que lo hagan correr por la Avenida General Paz desesperado?
Los discursos que señalan «no robar» como un valor en este caso, acusan a aquellos que no tienen otra salida, cuando la pregunta y la investigación debería apuntar a un Estado que no solo no garantiza los Derechos Humanos para todos los sectores sino que encima solo se hace presente para matar. Nueve años después, se seguirá luchando por justicia y por visibilizar el accionar represivo que se vive en los barrios populares porque a Luciano Arruga, como a tantos otros jóvenes, lo mató la policía y lo desapareció el Estado.