Las crónicas autobiográficas que integran Los actos públicos (Letras del Sur, 2017) de Walter Lezcano muestran el otro lado de la docencia: una resistencia cotidiana contra el abandono generalizado de una sociedad que ya no se encandila con las luces del progreso. Cargada de sentimientos, la narrativa del autor relata de manera ágil y potente lo que es enfrentarse cara a cara con lo que muchos otros prefieren ignorar.
Argentina es un país extenso que en su interior podría contener pequeños países como ocurre en Europa. Sin lugar a dudas, el país más nutrido sería el de la provincia de Buenos Aires, particularmente el conurbano. Enorme y diverso, miles de historias esperan a ser contadas y Walter Lezcano se encarga de encarar una: la educación pública como una forma de resistencia al olvido generalizado.
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¿Qué es lo que despierta el interés de alguien en ser profesor? Como pasa con casi todas las profesiones, solo los que la ejercen tiene la respuesta. Pienso en cirujanos, ingenieros o psiquiatras, ¿cuándo decidieron que ese era su futuro? Responder eso no es sencillo y quizás sea imposible, porque hay una multiplicidad de factores que alteraron ese producto. En Los actos públicos, Lezcano comienza relatando desde su infancia para tratar de encontrar todos los pasos que lo depositaron en frente de 30 chicos que no quieren verlo. Después de leer El túnel, de Ernesto Sábato, Lezcano tuvo una epifanía.
Lezcano, honesto con el lector, muestra las dos caras la moneda: la violencia de no llegar a fin de mes -tanto alumnos como profesores- y la certeza de hacer lo posible para cambiar las cosas.
«Cuando terminé de leer la novela, me pregunté: ¿por qué si la lectura es algo tan copado, en la escuela lo enseñan como si fuera una mierda inservible?», se preguntó el autor en su temprana adolescencia y prendió la chispa de su futuro: ser profesor de Lengua y Literatura. Ahora bien, eso es solo una parte de la historia y quizás la más simple. Después seguirán años de incertidumbre social, laboral y económica, tanto a nivel personal como social. Lezcano, honesto con el lector, muestra las dos caras la moneda: la violencia de no llegar a fin de mes -tanto alumnos como profesores- y la certeza de hacer lo posible para cambiar las cosas.
Cada llegada ante un nuevo curso parece dar el primer paso para subirse a un ascensor que está en otro piso. Pero los docentes lo dan a pesar de que el Estado, desde hace decenas de años, mira para otro lado. La escuela pública se convirtió en una contenedora de actos públicos: personas que saben que la lucha está casi perdida, pero en ese casi anida toda la esperanza. Escribe Lezcano al respecto: «Y pensaba, ahora mientras escribía, en el descuido que destruye lo hermoso de este mundo. Y que me canso de confirmarlo todo el tiempo, en los detalles ínfimos, cotidianos, que son los que hay que reconstruir antes de pensar en cosas más ambiciosas».
Lezcano no baja línea, pero sabe qué es lo que decide mostrar. Así, de repente el lector se encuentra con escenas que desatan el estupor de cualquiera, pero que sus protagonistas viven como autómatas cumpliendo un horario.
Como se sabe, lo personal es político. Y en Los actos públicos eso queda demostrado, cuando la educación pública no puede ser ese plan lleno de Ceos que quieren vender desde el nuevo Gobierno: mientras gente de traje se sienta a discutir planes de estudios, los alumnos y los profesores ven las formas de sobrevivir en un sistema que los necesita y lo expulsa al mismo tiempo. A eso, hay que sumarle los detalles domésticos y los estados de ánimo que pueden teñir el día de gris antes de terminar de abrir los dos ojos. ¿Cómo pararse ante un aula así?
Leer atentamente este libro significa prepararse para entender la complejidad del mundo que nos rodea y la hipocresía con la que se convive. Lezcano no baja línea, pero sabe qué es lo que decide mostrar. Así, de repente el lector se encuentra con escenas que desatan el estupor de cualquiera, pero que sus protagonistas viven como autómatas cumpliendo un horario. La música, el amor, la cerveza y, sobre todo, la literatura son amuletos en los que Lezcano descansa para soportar esa realidad de tan solo una parte del conurbano bonaerense, pero que a la vez parece un país entero.