El libro Conversaciones con Washington Cucurto (Blatt & Ríos, 2017) de Facundo Soto propone un viaje en profundidad a la obra de uno de los escritores claves de la literatura contemporánea. En constante movimiento, Cucurto siempre se mostró crítico de los lugares comunes del ambiente literario y los prejuicios que encasillan, proponiendo cambios en su forma de escribir y entender el mundo. «Las libertades son difíciles de clasificar», sentencia en ese sentido.
Escribir sobre Washington Cucurto nunca es fácil. Autor que no se detiene ni se aprovecha de lo obtenido para construir su carrera literaria y que Fabián Casas, compañero de ruta de Cucurto, me dijo una vez: «Vos le hablás y él siempre está mirando el taxi que viene por encima de tu hombro». Eso queda en evidencia en el inmenso trabajo que hizo Facundo Soto al entrevistarlo en profundidad y que dio como resultado final estas Conversaciones con Washington Cucurto (Blatt & Ríos, 2017).
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A través de un diálogo sincero y descontracturado, que no descuida la búsqueda de hurgar en profundidad dentro de la cabeza de un escritor tan particular como Cucurto, el libro avanza de manera fluida y atrapante, casi como si se tratara de ficción. Deteniéndose en cada libro publicado por Santiago Vega (nombre real del escritor) desde 1998 hasta el 2015 con La serie negra (Paisanita Editora, 2015), Soto demuestra su espíritu curioso, digno de un ávido lector.
A través de un diálogo sincero y descontracturado, que no descuida la búsqueda de hurgar en profundidad dentro de la cabeza de un escritor tan particular como Cucurto, el libro avanza de manera fluida y atrapante.
Fruto de ese carácter íntimo que tiene Conversaciones con Cucurto, se pueden ver no solo los orígenes literarios y las mañas de un escritor, sino una cosmovisión mucho más completa que explica el ruido que generó la aparición de Cucurto en el ambiente literario, el cual provocó una onda expansiva que sigue hasta el día de hoy (aunque muchos aventuraban una vida corta a sus libros). «Cuando yo comencé a escribir los poetas me decían que a mí no me iba a leer nadie, de acá a unos años, porque iba a ser ilegible», confiesa en las primeras páginas del libro.
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Uno de los conceptos claves que se va desmenusando a lo largo de las diferentes entrevistas que Soto le hace a Cucurto es su idea en relación al fuego del hacer en su escritura, sin detenerse a pensar en pros, contras, estrategias de marketing o lo que la crítica pueda llegar a decir de sus libros. Cucurto, como se sabe, no tiene pelos en la lengua: «Pareciera que leer es una actividad exclusiva de los intelectuales. O sino la otra, si leés libros resulta que sos un intelectual. Vaya estupideces propias de la clase media, prejuiciosa, egoísta y sobre todo pretenciosa«, contesta cuando es preguntado sobre por qué no se considera un intelectual.
En ese sentido, cabe destacar la decisión del entrevistador de preguntar y repreguntar, muchas veces dando lugar a respuestas de Cucurto donde se pueden leer críticas a los interrogantes o a las interpretaciones que el mismo Soto hace. Lejos de querer ocultar cualquiera de esas circunstancias, el escritor que hace las veces de periodista las expone y muestra una de las facetas más claras de Cucurto: su sinceridad y su forma tajante de decir las cosas, no con la idea de generar polémicas, pero sí para que queden bien claras sus ideas.
Cucurto, como se sabe, no tiene pelos en la lengua: «pareciera que leer es una actividad exclusiva de los intelectuales. O sino la otra, si leés libros resulta que sos un intelectual. Vaya estupideces propias de la clase media
Multifacético y flexible, Cucurto es además uno de los mayores conocedores de literatura latinoamericana de la generación actual de escritores argentinos. Además de los referentes nacionales como Ricardo Zelarayán o el propio Fogwill, en la biblioteca sentimental del autor de Cosas de negros hay una gran cantidad de nombres, tal es es el caso del cubano Reinaldo Arenas: «Es mi escritor favorito. Con el que más aprendí. Me gusta todo de él. El mundo alucinante es quizás el libro que más me guste». Además, el libro cuenta momentos fundacionales de su carrera: ¿cómo surgió el seudónimo? ¿Cómo tomó Cucurto la censura de su libro Zelarayán por la entonces Secretaría de Cultura de la Nación a principio de los 2000? ¿Siempre fue bien visto por sus contemporáneos?. Este libro da una respuesta.
No es exagerado decir que Cucurto abrió el camino a una gran cantidad de poetas y narradores, aún a muchos que quizás nunca leyeron nada de él en profundidad. Este libro demuestra que, promediando la década de los 40, el autor del seudónimo tiene mucho para decir y también para escribir, aunque él mismo piense lo contrario: «No voy a llegar a los 50 años escribiendo. Ni siquiera sé si voy a llegar a los 50 años (…) Para mí la literatura es algo que tiene que ver con la juventud, con la vitalidad, con la alegría», sostiene.
«No voy a llegar a los 50 años escribiendo. Ni siquiera sé si voy a llegar a los 50 años (…) Para mí la literatura es algo que tiene que ver con la juventud, con la vitalidad, con la alegría», sostiene Cucurto.
Sin embargo, el mágico y misterioso mundo de Cucurto muestra que la juventud es un estado en la mente (como dice Babasónicos) y todavía queda mucha para este autor. ¿Cuál es su truco? Difícil saberlo, pero una posible respuesta se puede encontrar en su constante contacto y lectura de los autores jóvenes, cuyos trabajos difunde con la ya mítica editorial Eloísa Cartonera.
Al lector curioso que se acerque a Conversaciones con Washington Cucuro se va a encontrar con un escritor que hace mientras vive y trabaja -eso queda claro en el carácter íntimo de estas charlas, cargada de interrupciones familiares y cotidiana- y que afirma que «las libertades son difíciles de clasificar». En definitiva, Cucurto aún tiene la sangre en movimiento para poder seguir escribiendo hasta cuando quiera. Esperemos que sea por mucho más tiempo.