«Que el lenguaje sea capaz de conmover me resulta fundamental», afirma Laura Wittner, quien recientemente acaba de publicar el libro Lugares donde una no está (Gog y Magog, 2017) que reúne toda su obra publicada entre 1996 y 2016. «Empecé a escribir poesía a los 22 años y lo sigo sintiendo como algo íntimo», señala al respecto. Además, sus recuerdos sobre el grupo literario 18 whiskys y la importancia de la musicalidad en la poesía.
Sobre la autora
Laura Wittner nació en Buenos Aires en 1967. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, coordina talleres de poesía y de traducción y trabaja como traductora para diversas editoriales. Algunos de sus libros publicados son Las últimas mudanzas (2001), La tomadora de café (2005), Lluvias (2009), Balbuceos en una misma dirección (2011) y La altura (2016). Es también autora de libros para chicos: Cahier du temps (2006); Cumpleañeros (2007); Gato con guantes (2009), Eso no se hace (2015) y Veo Veo – Conjeturas de un conejo (2015), entre otros.
20 años de poesía
La publicación de Lugares donde una no está está (Gog y Magog, 2017) de Laura Wittner pone en escena a una de las exponentes de lo que se conoce como la «poesía de los 90’s» que siempre se movía en espacios subterráneos, con su ritmo propio, algo que puede notarse a simple vista en sus poemas. Compañera de Fabián Casas, Darío Rojo, José Villa, entre otros, en el grupo 18 whiskys, su estilo tiene una voz propia rompe con cualquier lógica unificadora de los poetas de esa época.
«No es que leamos mal los signos./ Es que las cosas no son signos./ Andan solas, tan sueltas/ que pueden deshacerse», escribe en un poema la autora. Ese uso minucioso del lenguaje, con un corte de verso particular, marca una línea que recorre toda la obra de Wittner desde sus primeros poemas hasta los incluídos en La altura (Bajo la Luna, 2016). En ese libro, por ejemplo, puede leerse: «El festejo es prudente y en voz baja:/ paso de mano el remo/ ajusto la funciones medio a tientas».
La publicación de Lugares donde una no está está (Gog y Magog, 2017) de Laura Wittner pone en escena a una de exponentes de lo que se conoce como la «poesía de los 90’s» que siempre se movía en espacios subterráneos, con su ritmo propio.
Dos aspectos cabe destacar de la edición de Lugares donde una no está: el primero es la posibilidad de acceder a poemas que permanecían, en muchos de los casos, inaccesibles para los lectores debido a su edición en plaquetas y libros de muy baja tirada -algo habitual en la poesía-. En segundo lugar, la inclusión de «algunas» traducciones y reflexiones ayudan a completar el universo poético de Wittner y a disfrutar aún mas sus poemas.
«Esa especie de magia que se produce con el lenguaje»
—Para vos, ¿qué es la poesía?
—Creo que cada vez que me hacen esta pregunta invento otra respuesta. Mi sensación, y puedo aplicarla tanto a lo que escribo yo como a lo que escriben otros y me llega profundamente, es que es un filtro que sirve para reordenar el mundo. Con este filtro la vida se hace más tolerable, la poesía reordena los elementos y les da algo de sentido. Y en ese orden entra también la música. Que el lenguaje sea capaz de conmover me resulta fundamental. Es esa especie de magia que se produce con el lenguaje.
— ¿Qué sentiste al mirar en retrospectiva todos tus poemas en Lugares donde una no está?
— Para empezar, me dio impresión. Durante algunos años me propusieron hacerlo y yo no quería, porque me parecía raro, me daba una sensación de final, como si la obra reunida tuviera que ver con estar muerto. Desde Gog y Magog me insistieron con mucho cariño y a principios de este año estaba medio mal, me pareció que tener un proyecto así me iba a hacer bien. También se puede tomar como el sello de la vejez (risas). Pero sigo escribiendo, tengo poemas inéditos, así que la cosa sigue. Yo empecé a escribir poesía a los 21 años y lo sigo sintiendo como algo íntimo; por eso siempre me parece increíble que alguien me comente algo sobre un poema mío.
La poesía es un filtro y un reordenamiento del mundo. Es como si yo ahora viera todo con ese filtro. La poesía hace que la vida sea más tolerable, le da algo de sentido.
— Revisando desde el primer poema hasta el último, ¿notaste algún cambio en tu escritura?
— Quiero creer que hay algunos cambios, aunque reconozco que no soy demasiado experimental; cuando intento forzar la forma no me gusta mucho el resultado. Veo una línea que se sostiene, aunque también ciertas intensidades del principio que no sé si ahora puedo alcanzar. Pero en general no veo una gran diferencia; como cuando me preguntan qué se siente tener 50 años y en mi mente tengo 30. Sí hay cosas que se construyen y se refuerzan con la experiencia, con el oficio, con todo lo que va leyendo. Yo empecé a trabajar mis cuentos a los 13 años con un escritor que se llamaba Juan Carlos Martini Real; entonces me acerqué temprano a la conciencia sobre el uso del lenguaje, la métrica, la música. Aunque en esa época escribía cuentos, con la poesía empecé después.
— Muchos escritores suelen decir que empezaron escribiendo poesía y luego fueron a la narrativa. En tu caso parece ser lo contrario.
— Creo que cuando escribía narrativa tenía una cosa con el lenguaje que iba en la dirección de la poesía aunque yo no lo supiera. En los viejos libros de lectura de la primaria siempre había poemas, y estaba el Himno Nacional en su versión completa. Yo disfrutaba de aprenderlos de memoria. Publiqué un libro de cuentos a los 17 años, eran totalmente barrocos.
— ¿Cómo te acercaste al género?
— Empecé a escribir poesía cuando en la facultad me hice amiga de José Villa, Daniel Durand, Fabián Casas. Ahí empecé a leer más poesía y a descubrir autores que no conocía. Justo por esa época me fui a vivir tres meses a Estados Unidos, en los suburbios de Maryland, donde todo era muy tranquilo, medio que me quería matar. Así que me hice socia de la biblioteca del barrio y sacaba libros de un montón de poetas estadounidenses. Empecé a escribir los míos, también.
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La base de lo que yo pienso sobre la poesía vienen de esas conversaciones con el grupo de 18 whiskys y ese entusiasmo que había.
— Recién nombrabas a varios de los integrantes de 18 whiskys. ¿Qué recuerdos tenés de esa época? Sobre todo teniendo en cuenta el mito que se generó al rededor.
— Sí, mito y también bronca (risas). Muchos años después me di cuenta de que surgía ese mito y me pareció rarísimo. Para mí los chicos de la Whiskys fueron el primer grupo de amigos con quienes compartimos gustos. En Letras prácticamente no había poesía en toda la carrera; era la época de la teoría literaria, que a mí no me interesa demasiado. Mi recuerdo de la época es hermoso, era un grupo de pertenencia muy fuerte. Además éramos jóvenes, por lo que nos la pasábamos de la casa de uno a la casa de otro. Ahí aprendí muchísimo, la base de lo que yo pienso sobre la poesía viene de esas conversaciones con el grupo de 18 whiskys y ese entusiasmo que había. Antes no se conseguían tantos libros y traducciones como ahora, por lo que cada hallazgo merecía una reunión. Visto ahora parece muy idealista, pero de verdad fue algo muy lindo.
— Pasando a lo que se suele llamar como «poesía de los 90’s», ¿cuál es tu visión?
— Nunca le pude ver esa cosa unánime. Cuando se empezó a usar ese rótulo dije listo, estoy vieja, me etiquetaron. Ahora hay mucha gente que escribe, mucho más movimiento.
— ¿Por qué pensás que la poesía no logra penetrar a un público más masivo? Está la frase hecha que afirma que «la poesía no se vende».
— No tengo una idea muy formada sobre eso. Sí conozco desde siempre eso de que me digan “ah, yo poesía no leo”. A mí me sorprende esa gente que lee muchísimo, y textos muy complicados, pero no lee poesía. Para mí nunca hicieron el intento o se quedaron con una visión particular sobre la poesía. Me ha pasado de leerle poemas a esas personas y que se pongan a llorar. Lo contemporáneo que se escribe acá creo que es entendible para cualquier persona que quiera leerlo y me parece que ahora se está rompiendo un poco con ese miedo. Suena pretencioso decir que la poesía la puede comprender cualquiera, pero yo pienso eso, porque viene de la canción popular, del relato rítmico. De ahí a que se venda, ya es otra cosa.
— Siendo jurado de la Bienal Arte joven de Buenos Aires, ¿qué visión tenés de las generaciones actuales de poetas?
— Yo veo que hay variedad, me encanta que haya tanta gente que escriba poesía. Veo búsquedas muy personales, que no se replican entre sí. En un momento, mucho de lo que leía online me parecía poesía sin peso, sin tensión, sin algo que decir. Pero últimamente veo cosas que escribe gente muy joven y que realmente me gustan mucho.
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Suena pretencioso decir que la poesía la puede comprender cualquiera, pero yo pienso eso, porque viene de la canción popular, del relato rítmico. De ahí a que se venda, ya es otra cosa.
— A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
— Soy totalmente presa del impulso, soy desorganizada. Lo único que me es imprescindible es el café. Cuando escribo a mano, prefiero hacerlo con una pluma o algo que escriba lindo. Muchas veces tengo la sensación de estoy por escribir y no siempre puedo hacerlo en el momento. A veces la conservo. Siempre el poema surge de una imagen mínima. Si no lo anoto, puedo llegar a olvidármelo, o que ya no me parezca relevante.
— ¿Cuál es tu relación con Internet?
— No uso demasiado las redes sociales, salvo Twitter. Creo que ahí se me fueron varios poemas, porque antes anotaba las ideas al menos, pero ahora, con la inmediatez de escribir en Twitter ( humor, broncas, cosas cotidianas) a veces pierdo posibilidades de poemas. Más allá de eso, no suelo subir poemas míos, sí de otros.
— Por último, para alguien que está dando sus primeros pasos en la escritura, ¿qué consejos le podrías dar?
— No me salen los consejos, a mí. Yo tengo mi manera, pero me cuesta pensar que ésa sea la que funciona para otros. A mí la escritura me surgió de una manera muy espontánea, nunca pensé si se iba a publicar, quién lo iba a leer. Eso te da tiempo de recapacitar y de releer. Tal vez ahora sea demodé. A mí todos los cambios me llevan una adaptación de 10 o 15 años: cuando era chica y mis padres compraron un televisor a color, yo seguí mirando la chiquita a blanco y negro por varios años. Soy medio conservadora para cosas absurdas. Pero de todos modos, si tengo que dar un consejo, es leer mucho, ésa es la forma de meterse dentro de la corriente del lenguaje. Sí recomiendo leer en voz alta; lo propio y lo ajeno. Además, hay que ejercitar el oído y la musicalidad, saber por qué se elige una palabra y no otra. El que es escribe poesía suele ser más consciente de eso, pero en la narrativa no lo veo tanto. Incluso algunos narradores muy celebrados: usan palabras que cualquier poeta sabría que no hay que usar, porque son contraproducentes para el texto.