A veces la ficción y la realidad se cruzan de maneras muy extrañas. Para el cierre de la semana en que se dictó la resolución de la Megacausa ESMA III, La Primera Piedra propone una reflexión sobre la realidad a partir de un personaje ficcional: el capitán Tomás Kóblic, ex piloto de la Armada que huye de los crímenes que lo involucran a los «vuelos de la muerte». Kóblic fue encarnado por Ricardo Darín en la película homónima escrita y dirigida por Sebastián Borensztein, estrenada el año pasado.
Las pesadillas atormentan al capitán Kóblic (personaje de la película homónima interpretado por Ricardo Darín). Imágenes terroríficas lo acosan adondequiera que esté y ya no es capaz de conciliar el sueño. Cuerpos arrojados al mar desde los aviones: una escena que en los libros de historia, el cine y la literatura se conoce como los famosos vuelos de la muerte. «No tendría que haber volado», le confiesa el protagonista a su amigo Alberto. «Tratá de estar en paz -responde-. Vos sos un buen tipo, Polaco. No te pongas en duda».
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Después de contemplar esta escena cabría preguntarse si alguno de los represores condenados en la Megacausa ESMA III esta semana (tras cinco años de audiencias y vaivenes) sufre esa clase de tormentos a la hora de poner la cabeza sobre la almohada. A lo largo de la historia de los juicios de lesa humanidad, muchos culpables han reivindicado sus actos y no han demostrado ni un ápice de arrepentimiento por los muertos que cargan sobre sus espaldas.
Esta causa marca un punto de quiebre en la historia de los juicios de lesa humanidad, ya que por primera vez se juzgaron los implicados en los vuelos de la muerte («traslados» en la jerga lavada de los militares). El método consistía en la selección semanal de un grupo de detenidos en los centros clandestinos, a quienes se les inyectaba pentotal para dormirlos y luego arrojarlos aún vivos al Río de la Plata
Jorge Eduardo Acosta, Alfredo Ignacio Astiz, Ricardo Miguel Cavallo, Carlos Guillermo Suárez Mason y Adolfo Donda son algunos de los nombres tristemente célebres por su participación en la acción represiva durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica, actos que en muchos casos terminaron con la muerte de las víctimas. Todos ellos junto a otros 24 imputados recibieron la pena de prisión perpetua. Además, 19 recibieron penas entre 8 y 25 años, y 6 de los 54 fueron absueltos a pesar de haber participado en los vuelos de la muerte y otras acciones represivas.
Esta causa marca un punto de quiebre en la historia de los juicios de lesa humanidad, ya que por primera vez se juzgaron los implicados en los vuelos de la muerte («traslados» en la jerga lavada de los militares). El método consistía en la selección semanal de un grupo de detenidos en los centros clandestinos, a quienes se les inyectaba pentotal para dormirlos y luego arrojarlos aún vivos al Río de la Plata desde los aviones.
En los afiches de lanzamiento de la película de Borensztein podía leerse una leyenda a modo de subtítulo: «De la conciencia no hay donde esconderse». En el film, el personaje huía de su complicidad en los crímenes de lesa humanidad y buscaba refugio en un pueblo remoto (y ficticio) de la provincia de Buenos Aires: Colonia Elena. Hoy puede decirse que los pilotos, participantes y cómplices de los vuelos de la muerte tuvieron que enfrentarse no sólo con el espejo de su propia conciencia, sino también con el veredicto final dictado por la justicia. ¿Habrá Colonia Elena para ellos?
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