En agosto la editorial Blatt&Ríos lanzó la última novela de Pablo Katchadjian, En cualquier lado. Aquí el autor de El Aleph engordado y El Martín Fierro ordenado alfabéticamente busca el sentido en medio de una acción que avanza sobre múltiples escenarios y diversas voces narrativas. La pulsión por contar está gobernada por el instinto, y cada pasaje revela un acto de invención tan libre como minucioso.
Sobre el autor
Pablo Katchadjian nació en Buenos Aires en 1977. Publicó las novelas La libertad total (Bajo la luna, 2013),Gracias (Blatt & Ríos, 2011) y Qué hacer (Bajo la luna, 2010). También libros de género más dudoso como El caballo y el gaucho (Blatt & Ríos, 2016), La cadena del desánimo (Blatt & Ríos, 2012), Mucho trabajo (Spiral Jetty, 2011), El Aleph engordado (IAP, 2009) o El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (IAP, 2007), y cuatro libros de poesía: el cam del alch (IAP, 2005), dp canta el alma (Vox, 2004) y, en colaboración con Marcelo Galindo y Santiago Pintabona, La Gioconda (Iván Rosado, 2016) y los albañiles (IAP, 2005). Su obra fue traducida al inglés, francés y hebreo. En Blatt & Ríos dirige la colección La nariz.
El sentido en pequeñas dosis
“Eran carpas sobre carpas sobre carpas: varios niveles de carpas, unos sobre otros, unidos por escaleras improvisadas con trapos y alambres”. Esta cita podría definir buena parte de lo que ocurre al sumergirse en la novela de Katchadjian, salvo por el componente de improvisación. En cualquier lado (Blatt&Ríos, 2017) presenta una arquitectura minuciosa que respeta el instinto del artista pero, al mismo tiempo, evita caer en el puro gesto improvisado.
La acción de esta nouvelle puede transcurrir, efectivamente, “en cualquier lado”: comienza en una feria, sigue en un túnel de telas que desemboca en una calle; pasa luego a una oficina, a la casa de Diodora y a una cancha de fútbol; se desplaza hacia “lo de la tímida”, a una fiesta y a espacios cada vez más inverosímiles: la facultad de Geología, una procesión funeraria, un cuadrilátero de box, un bar, una fuente, Faranoia, un campo de batalla, la orilla de un río, baños termales o la casa de una vieja cautiva.
El narrador también puede estar agazapado “en cualquier lado”, al acecho: en las primeras páginas alguien narra en primera persona los paseos difusos con Diodora, una aficionada a los venenos que busca la inmunidad total bebiéndolos en pequeñas dosis. Luego el punto de vista se traslada a Gato, que es el mismo narrador y, a la vez, la burda construcción de un grupo de oficinistas lisonjeros. Las otras figuras fuertes son Teresa —una mujer joven con gran capacidad de liderazgo que comanda el ejército de los mercenarios— y Jorge, el hijo de Diodora.
Aún así, quizás el título de la obra no refiera a la multiplicidad de espacios o puntos de mira que emergen desde cada rincón del relato, sino a la ubicuidad del sentido. El sentido de las cosas, ciertamente, puede estar “en cualquier lado”, incluso en los escenarios o personajes que componen una novela. Katchadjian busca y encuentra (al menos un) sentido; lo captura, lo desarma y luego lo disemina entre las páginas de su obra en pequeñas dosis, tal como Diodora procede con sus venenos.
“Todo cambia para no cambiar”, advierte uno de los soldados en medio de la trifulca. “En realidad no cambia, es así, en movimiento”, responde otro. Si la vida es en sí misma confusa y dispersa, ¿por qué una novela tendría que ser clara, lineal? Las derivas y tensiones son aquello que prima en estas cien páginas. Se dice por ahí que todas las generalizaciones se rompen en cuanto uno se atreve a pensarlas en profundidad; la vida y la literatura también. Esos añicos componen los mejores pasajes de la novela de Pablo Katchadjian, un autor al que vale la pena acercarse.