Aunque muchos no lo sepan, Rodrigo de la Serna estudia guitarra desde los 18 años, se formó de manera sólida en los estilos criollos y ha sabido rodearse de excelentes músicos que comparten su gusto por las tímbricas autóctonas. En 2005 nació el Yotivenco, un cuarteto criollo de guitarras conformado junto a Juan Hermelo, Blas Alberti y Fabio Bramuglia, que tiene en su haber un disco de estudio y varias giras internacionales. El viernes pasado llenaron el Teatro Astral por segunda vez en el año, y al finalizar coparon la avenida Corrientes con los mejores sonidos de nuestra música criolla en una propuesta que De la Serna definió desde el escenario como un verdadero “corso a contramano de la industria cultural”.
No te olvides del pago si te vas pa’ la ciudad/Cuanti más lejos te vayas, más te tenés que acordar/Cierto que hay muchas cosas que se pueden olvidar/Pero algunas son olvidos y otras son cosas nomás. Estos versos pertenecen a una de las chamarritas más memorables de Alfredo Zitarrosa, y quizás sean los que mejor condensen la esencia de la propuesta ofrecida por el Yotivenco: un amplio recorrido a través de la diversidad genérica, tímbrica y estilística de nuestra música criolla, una vuelta al propio pago.
Rodrigo de la Serna tenía 23 años y era el protagonista de una de las series televisivas más recordadas —Okupas— cuando en la casa de su compañero de elenco Franco Tirri (el “Chiqui”), apareció Juan Hermelo con su tambor de candombe a cuestas. Según el actor, toda la mística del Palermo Viejo más sentimental mora en los versos de Borges, en los de Carriego y en el bigote de su amigo. “Todo lo que sé de candombe lo aprendí de Juan”, confesó frente al público del Astral. La incorporación de Blas Alberti le aportó una impronta académica a la calle que traía aquel dúo de varieté milonguera, y con Fabio Bramuglia vinieron los toques de la vieja guardia: “Si a Fabio le dan una guitarra te la devuelve con más acordes, yo no sé cómo hace”, bromeó De la Serna.
A ritmo de candombe y palmas efervescentes, el Yotivenco atravesó las puertas del Astral y llevó la fiesta criolla a la calle Corrientes
Las sonoridades de estas tres guitarras (Alberti, Bramuglia y De la Serna) y guitarrón (Hermelo) son capaces de atravesar las fronteras políticas y extenderse mucho más allá de lo esperado. Por eso los ecos del cantautor uruguayo también encontraron su lugar en este repertorio. “Es una patria grande la que venimos a honrar esta noche”, anunció el anfitrión al inicio de la velada.
El recorrido comenzó con una milonga campera —“En blanco y negro”— seguida de una ciudadana —“Milonga del consorcio”—, que dieron paso al tango “Pucherito de gallina” y a la “Milonga de mis amores”, ejecutada a gran velocidad. “Tardecitas estuderas” fue la chamarrita dedicada especialmente a su abuelo (don Coco de la Serna) y al Bajo Belgrano, barrio donde se crió. Con las estrofas de “Milonga lunfarda” Rodrigo desplegó todas sus dotes interpretativas y vocales a pesar de una angina inoportuna, y al compás de «Mozo guapo» una pareja de desconocidos se animó a enredarse en algunos pasos de baile.
El itinerario continuó con una vuelta por el paisaje sonoro oriental representado en dos canciones de Zitarrosa: “Qué pena” (la más romántica de la noche dedicada a los corazones rotos) y “Pa’l que se va” (cuyos versos abrieron esta crónica). A continuación el cuarteto desplegó toda su destreza técnica con algunos gatos cuyanos de Juanjo Domínguez, con quien compartieron escenario semanas atrás: “A doña Cata” y “Del plumerillo” fueron las piezas elegidas.
“La patria es cultura y la cultura es patria”, anunció categóricamente De la Serna en uno de los momentos discursivos más altos de la noche. “Esta es la música que nos da identidad, patria, así que gracias por resistir”
En el siguiente segmento se sumó el bandoneonista Pedro Kiszkurno para interpretar “El conventillo”. Después Rodrigo se desprendió de la guitarra y, micrófono en mano, entonó “Tirate un lance” con la gracia y picardía que lo caracterizan. También hubo espacio para la murga y el candombe, dos géneros esenciales en la cultura uruguaya que aquí desaparecieron con el exterminio de la población negra. El sonido de los tambores y el bajo eléctrico prepararon el escenario para un coro de murga que apareció cantando desde el pasillo de la platea.
Y como si esto fuera poco, un breve apagón dio pie al siguiente segmento musical protagonizado por la orquesta a cargo de Kizskurno, autor de unos arreglos de gran sutileza. Jorge Sequeira (bandoneón), Juan Cuellas (piano), Matías D’Amico (contrabajo), Gregorio Wilkinson y Miriam Skotland (violines) despertaron los mejores sonidos de sus cuerdas, teclas y fuelles. Luego regresó De la Serna para entonar los últimos temas de la noche: “Tinta roja”, “Bandoneón arrabalero” y “Barrio de tango”. El broche de oro —como no podía ser de otra manera en una velada dedicada a la música criolla— fue un célebre tango de Carlos Gardel, “Melodía de arrabal”, que reunió a todos los participantes del concierto sobre el escenario.
La esencia de la propuesta ofrecida por el Yotivenco: un amplio recorrido a través de la diversidad genérica, tímbrica y estilística de nuestra música criolla.
En un final digno de toda fiesta popular, los cuatro guitarristas se calzaron tambores y desfilaron entre los miembros de la platea: una escena que cualquiera podría contemplar en febrero sobre los tablados populares montevideanos, pero bastante atípica por nuestros pagos. A ritmo de candombe y palmas efervescentes, el Yotivenco atravesó las puertas del Astral y llevó la fiesta criolla a la calle Corrientes. Celulares en alto y retinas atentas para registrar el momento, destellos de flashes en cada rincón y narices pegadas contra las ventanillas de los colectivos fueron las fotos de este cierre opulento.
“La patria es cultura y la cultura es patria”, anunció categóricamente De la Serna en uno de los momentos discursivos más altos de la noche. “Esta es la música que nos da identidad, patria, así que gracias por resistir”, exclamó luego de pedir un aplauso para el público presente. Gracia, picardía, precisión, armonía, comunión, fiesta popular, resistencia e identidad cultural son algunas palabras que podrían resumir la noche del viernes y esta propuesta que intenta volver a las raíces no con ánimo de homenaje o rescate, sino bajo el firme propósito de aportar su propio grano de arena (decisivo, por cierto) a la hora de mantener vivas aquellas expresiones que nos dan identidad. El Yotivenco apuesta, arriesga y —con teatros llenos— gana. Nuestra cultura popular y nuestra música criolla, también.