El narrador de Plaza Irlanda (ClubCinco, 2016) está obsesionado con los mapas. Los observa con detenimiento, los recuerda y compara unos con otros, los marca para poder volver a ellos a consultar una información precisa. Con el mismo nivel de detalle, recorrerá las horas, días y meses después de la trágica muerte de su mujer, cartografiando el duelo como si mapeara una zona de la ciudad que conoce poco, pero con la que se está familiarizando.
*Por Tamara Grosso
Sobre el autor
Eduardo Muslip nació en Buenos Aires en 1965. Estudió y trabjó en la UBA y en la Arizona State University. Es profesor en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Publicó los libros de relatos Phoenix (Malón, 2009), Plaza Irlanda (El cuenco de plata, 2005), Examen de residencia (Simurg, 2000) y las novelas Avión (Blatt & Ríos, 2015), Fondo negro: los Lugones (Solaris, 1997) y Hojas de noche (Colihue, 1996).
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Cartografía de la tristeza
Una mujer acaba de morir en aplastada por un colectivo sobre la calle Donato Álvarez, entre Neuquén y Franklin. Su pareja no sabe qué hacía ella ahí, en Plaza Irlanda. Ese es el comienzo de esta novela corta de Eduardo Muslip, que había sido publicada en 2005 por Cuenco de Plata en un volumen que incluía además tres cuentos, y que en 2016 fue reeditada por ClubCinco.
Partiendo de ese argumento, podría esperarse que el texto se disparara en varios sentidos: sobre la incógnita de lo que hacía allí la mujer, o como policial, o también como un drama. En cambio, Muslip narra el acontecimiento de un modo particular, enfocado en los pensamientos de un narrador que perdió a su mujer y ahora recompone el tiempo que pasó con ella mientras observa el presente con cierta distancia.
Una de las particularidades de la novela está en el recurso de utilizar, como ejes para la narración, experiencias que tienen que ver con mapas. El narrador está obsesionado con ellos, y mapea su propia tristeza recordando situaciones que los tienen en el centro: las veces que buscó junto a su mujer un sitio al que tenían que ir juntos, la vez en que adivinó lo que había en una zona difusa que ella tenía que visitar, o las veces que, en la infancia, marcaba líneas sobre ríos y fronteras, solo por diversión o curiosidad. El que siempre regresa es la guía de la ciudad, en la que buscó la dirección desconocida cuando le avisaron del accidente.
En la descripción minuciosa de recuerdos y mapas, el narrador va construyendo un mapa mayor, el de la muerte de Helena. En una de sus reflexiones, el narrador dice que algunas tristezas son disfrutables. Como la de una música melancólica o una película triste. En cambio el dolor que siente por la muerte de Helena no se puede disfrutar.
Plaza Irlanda es una novela triste, pero tampoco cae en lo esperable para esos textos «disfrutables». Es una descripción de la tristeza seca, sórdida, no melancólica. Sin embargo, el disfrute puede encontrarse quizás en la distancia: el lector es partícipe de esa tristeza desde lejos, como el narrador es un observador ausente en los sitios reales de esos mapas que examina. Y así, desde una distancia prudente, la tristeza puede resignificarse.