La sombría línea es una adaptación teatral de la novela de Joseph Conrad, La línea de sombra, en manos del director Alejandro Genes Radawski, quien también se ha ocupado de hacer lo propio con Ferdydurke de Witold Gombrowicz (actualmente en cartel en el Teatro Tadrón). La propuesta nos sumerge en una historia de juventud que gira en torno a los descubrimientos (y redescubrimientos) de la sexualidad, en medio de un escenario marino construido con elementos de una teatralidad tal que son capaces de transportarnos a lugares impensados. Todos los viernes a las 23.15 en Teatro Corrientes Azul (Av. Corrientes 5965).
Alejandro Genes Radawski parece tener predilección por los cuartetos de actores y los recursos de teatralidad extrema a la hora de pensar sus propuestas. Ferdydurke cuenta con un elenco de cuatro actrices, un sótano e incluso la vereda y sus transeúntes como un elemento más de la puesta. La sombría línea está protagonizada por cuatro actores excelentes y su dinámica se sustenta en un único dispositivo escenográfico de donde emergen todos los artificios.
Lo primero que cabe destacar de esta obra es justamente eso: el artificio. Sin este elemento (esencial, por cierto) el teatro ni siquiera podría ser imaginado. En el centro de cada decisión estética aparece inevitablemente la certeza de que se trata de un artificio: nada de lo que allí ocurre es estrictamente «real», y al mismo tiempo todo lo es gracias a esa fe poética de la que hablaba Coleridge. Al ingresar a la sala de Corrientes Azul los espectadores acuerdan, al menos por un rato, suspender la incredulidad el tiempo que dure la obra y zambullirse en los mares del Extremo Oriente.
Esta embarcación acéfala parece una gran metáfora de los tiempos de juventud, repletos de incertidumbre y en completa ausencia de una brújula
El relato se inicia con una de esas decisiones trascendentales que registran casi todas las vidas (aún las más ordinarias). El joven protagonista (Juan de Dios Ascaño) decide abandonar su puesto como segundo de a bordo en un barco mercante, lo cual supone descartar la estabilidad laboral y el reconocimiento de sus superiores; hoy se diría que «salió de su zona de confort». Tras ese viraje drástico el joven conoce al capitán Giles, quien lo exhorta a presentarse como candidato para capitanear un velero de primera clase.
Esta embarcación acéfala parece una gran metáfora de los tiempos de juventud, repletos de incertidumbre y en completa ausencia de una brújula. El barco guarda una historia oscura asociada a la muerte del antiguo capitán. Frente a ciertas críticas que ponían el foco en los aspectos sobrenaturales, Conrad declaró: «El mundo de los vivos encierra ya por sí solo bastantes maravillas y misterios; maravillas y misterios que obran por modo tan inexplicable sobre nuestras emociones y nuestra inteligencia, que ello bastaría casi para justificar que pueda concebirse la vida como un sortilegio».
Finalmente el joven es elegido como capitán y queda al mando de una escueta tripulación conformada por Mr. Burns (Mario Falcón), segundo de a bordo; Ramsome (Marcos Díaz), el concinero; y Gambril (Marcelo Smolovich), timonel. Una vez a bordo deberá lidiar con la superstición de Burns, con las enfermedades que afectan a buena parte de la tripulación y con sus propios sentimientos hacia Ramsome.
Pero la escenografía es, quizás, el elemento clave: de ese único dispositivo situado en el centro de la sala emerge toda la magia.
Las actuaciones de estos cuatro intérpretes son excelentes y están muy bien sostenidas por ese acento neutro que remite indefectiblemente al género de las telenovelas de la tarde o bien al doblaje de casi todas las películas del cable. Los efectos sonoros y los recursos visuales aportan muchísimo a crear esos universos marinos que son un sello distintivo en la literatura de Conrad.
Pero la escenografía es, quizás, el elemento clave: de ese único dispositivo situado en el centro de la sala emerge toda la magia. La ductilidad de estos actores permite el ingreso o egreso de la escena al estilo de un teatro de marionetas: entradas sorpresivas y desapariciones bruscas que desatan la carcajada. Además, esta caja de Pandora tiene cuatro agujeros por los que salen las cabezas de los actores o los distintos elementos utilizados para construir la trama.
¿Qué tan fácil puede resultar el trabajo actoral con una movilidad espacial prácticamente nula y disponiendo tan sólo de la mitad del cuerpo? Vaya el aplauso para cada uno de los actores y esta crítica en memoria de Marko Bregar, escenógrafo fallecido el 22 de octubre. La función del viernes pasado estuvo dedicada a él, y al finalizar sus compañeros lo recordaron alzando una copita de vino en el hall de Corrientes Azul. Eso también es el arte.