Hoy finaliza la primera parte de la V edición del Festival Mujer Teatro Voz, con sede en Pan y Arte (Boedo 876) del 2 al 7 de noviembre. El evento reúne a artistas mujeres de varios continentes y está destinado a promover el intercambio de miradas, propuestas, mensajes y estéticas. En esta edición participan Francia, España, Australia, Brasil, Chile, Taiwán, Dinamarca y Argentina. La segunda parte tendrá lugar a partir de mañana y hasta el 12 de noviembre en Pinamar.
La apertura del ciclo tuvo lugar el jueves pasado en Pan y Arte, de la mano de una performance titulada Mutar en luz de Blanca Rizzo y el trabajo audiovisual llamado Mujeres, pájaros y soles de Vivi Posincovich, ambos en torno a la problemática de la explotación sexual y la trata de personas. Después de esas reflexiones y ya con otro tono, se presentó Ingue, unipersonal en formato clown dirigido por Darío Levin e interpretado magistralmente por la actriz Yanina Frankel.
Esta edición cuenta con espectáculos, seminarios, conferencias, mesas, performances y exposiciones en donde se discute el rol de la mujer en el campo teatral. El encuentro es el resultado de la cooperación internacional de varias plataformas escénicas y tiene como objetivo promover la circulación, producción y difusión de materiales concebidos y realizados por mujeres de distintos espacios geográficos y culturas.
Este año el Colectivo Magdalena (la red que conforman quienes llevan adelante este proyecto) decidió priorizar aquellos trabajos que tienen la voz de la mujer en el centro de la escena, con el fin de cuestionar los abordajes y roles estereotipados que se han alimentado históricamente desde las estructuras patriarcales, insertas aún en territorios aparentemente progresistas y liberales como el teatro.
Se trata de una puesta en relación de las historias más íntimas con los cantos comunes de una generación, un tiempo o un territorio. En este sentido, Ingue ha sido una gran elección para la apertura del ciclo porque reúne en una misma pieza la pulsión creativa más personal y subjetiva con esas cantos epocales que dan cuenta de un contexto histórico peculiar: en este caso, la Segunda Guerra Mundial.
De la mano de Yanina Frankel, los espectadores de la sala Pan y Arte tuvieron la posibilidad de viajar en el tiempo entre carcajadas estentóreas y lágrimas solemnes (todo eso en un mismo cóctel emotivo). Ingue es una muchacha alemana que está sola en el patio de su casa, tendiendo la ropa. Ella espera el llamado de su familia y, mientras tanto, suenan las alarmas que dan el aviso para correr a los refugios antibombas. Tras varios intentos fallidos logra comunicarse con ellos y recibe la noticia de que sus padres, Irene y Michifuz están en La Pampa; y hacia allí viajará Ingue. Es increíble lo que Frankel logra con tan sólo una soga, un par de broches, un manojo de ropa, un acordeón, su cuerpo y su voz.
Gran clima para el inicio de este festival que hoy cierra en CABA pero continúa en Pinamar. Vale la pena acercarse a las propuestas de este colectivo, para poner una vez más en tensión el lugar que se le ha concedido históricamente a la mujer dentro de las estructuras patriarcales inscritas aún en territorios como el arte, y para reflexionar sobre cuál debería ser ese rol en estos tiempos. Hoy, afortunadamente, los paradigmas están cambiando de manera significativa.