«Es muy difícil mostrar en cine o en televisión en qué están pensando los personajes. Esa es la riqueza de la narrativa, la posibilidad de meterte dentro de un personaje e ir desmenusándolo», señala Sergio Olguín, que acaba de reeditar Las griegas (Odelia, 2017) y Filo (Alfaguara, 2017). «Soy un autor realista, me muevo dentro del mundo de lo convencional, tratando de escarbar en la realidad todo lo que pueda salir en una ficción», destaca. ¿Qué lugar tiene la literatura dentro del consumo cultural actual?
Sobre el autor
Sergio Olguín nació en Buenos Aires en 1967. Estudió Letras en la UBA9 En 1998 publicó el libro de cuentos Las griegas y en 2003 publicó la novela Lanús, reeditada por Tusquets Editores Argentina en 2008. Le siguieron Filo (2003); las narraciones juveniles El equipo de los sueños (2004) y Springfield (2007), traducidas al francés, alemán e italiano; y la novela infantil Cómo cocinar un plato volador(2011). En 2009 obtuvo el V Premio Tusquets Editores de Novela con Oscura monótona sangre (2010). En 2014 recibió el Premio Konex – Diploma al Mérito como uno de los 5 mejores novelistas del período 2011-2013. Su última novela es 1982 (Alfaguara, 2017).
Tensar la realidad al máximo
Las recientes reediciones de Las griegas (Odelia, 2017) y Filo (Alfaguara, 2017) de Sergio Olguín ponen en escena dos cuestiones: la primera es el acercamiento a los lectores de dos obras iniciáticas de uno de los autores más prolíficos de la literatura argentina contemporánea. En segundo lugar, demuestra cierta democratización que se ha dado en el terreno editorial, donde los sellos más chicos pueden disputar espacios de visibilidad con los grandes grupos internacionales.
Los cuentos de Las griegas muestran a un Olguín que daba sus primeros pasos en la escritura, pero que ya mostraba pistas de su solidez narrativa y de la necesidad de incomodar al lector con su estilo particular, que tensa la realidad al máximo, exprimiéndole al verosímil hasta la última gota para armar una historia atrapante. En una edición muy cuidada y con algunos retoques por parte del autor -reordenamiento de los cuentos y la sustitución de un relato por «El tren de la muere»-, es uno de los libros ideales para introducirse en la obra de Olguín.
Los cuentos de Las griegas muestran a un Olguín que daba sus primeros pasos en la escritura, pero que ya daba pistas de su solidez narrativa y la necesidad de incomodar al lector con su estilo particular que tensa la realidad al máximo
Filo, por su parte, muestra a un escritor más consolidado y cómodo con su escritura, encontrando la voz que va a caracterizar a la obra de Olguín: un narrador en tercera persona que disfruta ver los detalles de las acciones, los gestos, la psiquis de los distintos personajes. Estructurada en capítulos que bien podrían ser cuentos, la historia avanza en distintas direcciones con la realidad como escenario principal y la potencia narrativa de Olguín como combustible indispensable.
La aparición casi en simultáneo de ambos libros no solo deja ver la importancia del autor en la literatura argentina, sino que evidencia algo que pocas veces se nombra: el trabajo de los sellos independientes. No es casualidad que un autor decida guardarse libros para ese tipo de editoriales, algo que también hace César Aira, por ejemplo. «Después del 2000, las editoriales chicas empiezan a construir un público propio (…) Casos como los de Selva Almada, que surge de una editorial chica y se hace conocida, son muy positivos. Eso hace que la literatura argentina sea muy leída y que tenga cierta proyección internacional», señala el autor a La Primera Piedra.
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«Hay una gran influencia de la televisión y el cine en la escritura»
— En primer lugar, ¿qué te produce que se hayan reeditado Las griegas y Filo después de tanto tiempo?
— Para mí es una satisfacción muy grande que salgan los dos libros. Sobre todo tenía ganas de reeditar Filo, de Las griegas no estaba tan seguro, porque me parecía que la escritura de esos cuentos había envejecido con respecto a mi forma actual de narrar. Después, cuando revisé el libro me di cuenta de que ahí estaba bastante en potencia lo que después iba a pasar en mis primeras novelas. Ambos libros eran inconseguibles hasta este momento.
— Un escritor suele tener una relación entre especial y tensa con su primer libro, ¿cómo es en tu caso con Las griegas?
— Algo que noté enseguida con la publicación de Las griegas es que algo que a mí me interesaba especialmente, no aparecía: la calle. Son cuentos más bien de interior, de espacios cerrados. No aparece Buenos Aires, la ciudad, que es algo que después va a estar muy presente en todos mis libros. Eso lo noté como una carencia, como un error. Después, en relación a la escritura, creo que Las griegas es una búsqueda de la propia voz. Eso se puede ver en la voz en primera persona, que es algo que no vuelvo a utilizar salvo en mis obras juveniles. En estos cuentos, la propia voz se esconde en la voz de los protagonistas de los cuentos, salvo en algunas excepciones, como Sueña Robertos Cabañas con gallinas eléctricas.
— En mi caso, leyendo ambos libros casi en simultáneo, noté una continuidad entre Las griegas y Filo.
— Claro, no es que hubo una ruptura, mi escritura siempre está trabajada desde una perspectiva similar. Las griegas reúne cuentos que fui publicando a lo largo de una década, no había una intencionalidad de un libro o un objetivo claro. Además fue una autoedición con 300 ejemplares. En cambio, esta edición con Odelia, una editorial joven que está muy atenta a todo lo que pasa, ya es algo mucho más profesional.
En mi caso la escritura fragmentaria tiene que ver con que me resulta más práctico así: primero pensar la historia de una novela y después la de los capítulos(…) Yo, al ser un bicho anterior a Internet, no lo vincularía tanto con ese discurso fragmentario.
— También, en esa lectura simultánea de ambos libros, se puede ver que en Las griegas ya mostrabas tu tendencia a escribir novelas, con historias que podían haberse continuado o extendido tranquilamente. Esos recursos que asomaban ya aparecen completamente en Filo, ¿vos cómo lo ves?
— Hace muchos años que no escribo cuentos por motus propio, suelo hacerlos a pedido de antologías. Después de Las griegas yo tenía varios cuentos comenzados, que remitían a un mismo universo con el barrio y sus personajes. En realidad, se trataba de los comienzos de Lanús. De ahí, podría decir que me quedó el vicio de armar todas mis novelas con los capítulos estructurados como si fueran cuentos, que podrían ser independientes del libro en algún punto. En general pienso más en proyectos de novelas que en cuentos.
— Esa escritura fragmentada que recién nombrabas se puede ver en una tendencia actual dentro de la narrativa, ¿por qué pensás que pasa eso? ¿Creés que Internet y la fragmentación de la información tienen algo que ver?
— Sí, yo creo que puede ser un efecto de lectura buscado por algunos autores. También es ir a lo seguro en la escritura, porque sabés que te apoyás en historias más breves dentro de una estructura mayor, lo cual es más sencillo. En mi caso, la escritura fragmentaria tiene que ver con que me resulta más práctico así: primero pensar la historia de una novela y después la de los capítulos. Además es divertido, es una manera amena de narrar y el lector lo agradece. Yo, al ser un bicho anterior a Internet, no lo vincularía tanto con ese discurso fragmentario.
La televisión pienso que dificulta más que lo que ayuda a a escribir: hay mucho diálogo, y malo. Nosotros nos formamos viendo telenovelas o unitarios costumbristas, y eso genera molestias más que facilidades.
— Hablando con Leo Oyola de esa fragmentación, él hacía referencia a la lógica de las series televisivas y a que la generación actual de escritores ya se crió con esos consumos culturales. ¿Qué opinás sobre eso?
— Creo que hay una gran influencia de la televisión y el cine en la escritura, pero no tanto en la fragmentación de los capítulos, sino en la forma de narrar: cómo se pasa de una situación a otra, está muy influida por el montaje cinematográfico. Pienso que la televisión dificulta más que lo que ayuda a a escribir: hay mucho diálogo, y malo. Nosotros nos formamos viendo telenovelas o unitarios costumbristas, y eso genera molestias más que facilidades. Por otra parte, cuando alguien me dice que mi novela podría ser una película, en realidad, lo que me está diciendo es la influencia del cine que hay ahí. También hay una fuerte tendencia a no describir.
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— ¿En qué sentido?
— El lector ya pasó por la experiencia de ver muchas cosas, no entran esos detalles. Si yo te digo que alguien se parece a E.T., ya casi no tengo que describirlo. En el siglo XIX, por ejemplo, tenías que explicar cómo era el mar, porque muchos lectores no se movían de sus pueblos. O cómo era un casino. Ahora, con la influencia de la cultura de la imagen, es necesario detenerse en descripciones psicológicas o de sentimientos, en vez de en cosas concretas.
— ¿Creés que en ese terreno de las descripciones psicológicas o emocionales es donde la literatura puede causar algún impacto?
— Sí, es muy difícil mostrar en cine o en televisión en qué están pensando los personajes. Esa es la riqueza de la narrativa, la posibilidad de meterte dentro de un personaje e ir desmenusándolo. Otra ventaja es describir situaciones con mayor facilidad, como el caso del sexo. El cine, hasta el día de hoy, se suele mostrar más cauto.
— En Las griegas hay varios cuentos que se meten en temas espinosos, sobre todo pensándolos en la época de los 90’s, como es el caso del aborto o el abuso a una menor de edad. ¿Eso te generó algún problema?
— No, había una intencionalidad de expresar la sexualidad en algunos de los cuentos como una reacción a la literatura de ese tiempo, que era muy lavada: había dos temas que no aparecían de forma evidente: el sexo y la política. Yo, influido por lo que hacíamos en la revista V de Vian, quería que los cuentos tuvieran presencia de lo sexual y también de los 70’s, de lo político. Hoy nos parece muy natural, pero en ese tiempo era algo exótico.
— Pienso en el caso del cuento «El rapto de Helena», donde aparece un supuesto hijo de Videla. En ese momento muchos represores andaban sueltos.
— Había bastante desprecio en esa época por meter a la dictadura en la literatura, hasta que, en algún momento, un profesor de alguna universidad norteamericana dijo que en Argentina faltaba textos sobre esa época y todos empezaron a hacerlo. A mí me interesaba el enfrentamiento de esos dos mundos que podían ser tan diversos, como el mundo banal de la moda de la revista Caras y el miedo de cruzarte a un dictador en la calle. De ahí la importancia de asociaciones como H.I.J.O.S, que luchaban para no tener que cruzarse en la calle con esos hijos de puta. En cierto sentido, estos cuentos pueden servir como un reflejo de época.
— También hay una visión crítica a la frivolidad de la época y el pizza con champagne, ¿no?
— Hay un doble juego con eso: una crítica y también una fascinación personal con el mundo de la moda y de lo estético. Yo estaba fascinado con las fotografías de moda, me parecía que había muchas cosas magníficas ahí. En la primera edición esos cuentos no estaban unidos como ahora, que creo que los fortalece más.
A mí me interesaba el enfrentamiento de esos dos mundos que podían ser tan diversos, como el mundo banal de la moda de la revista Caras y el miedo de cruzarte a un dictador en la calle. De ahí la importancia de asociaciones como H.I.J.O.S, que luchaban para no tener que cruzarse en la calle con esos hijos de puta.
— Tanto en Las griegas como en Filo se ve un recurso muy personal tuyo que es agarrar la realidad y tensarla hasta el máximo con respecto al verosímil, pero sin alejarte del realismo.
— Sí, yo soy un autor realista, me muevo dentro del mundo de lo convencional, tratando de escarbar en la realidad todo lo que pueda salir en una ficción. No me interesa hacer literatura testimonial, pero sí trabajar con la realidad, sobre todo en las novelas. Como decís vos, lo tenso hasta sacarle todas sus posibilidades ficcionales.
— En Filo eso se puede ver con la crisis económica y social de la década de los 90’s y el 2001, ¿no?
— Claro, en esa época perder el trabajo y convertirte en un paria era algo que estaba muy presente. Yo quería un personaje que atravesara esa situación y llevarlo a un extremo dentro de la ficción.
— Con respecto al realismo, ¿creés que actualmente hay una tendencia más orientada a lo fantástico y a la ciencia ficción?
— Existe desde siempre, pero lamentablemente la ciencia ficción no ha tenido muy buena prensa en Argentina, a pesar de haber buenos autores. El hecho de que Borges se dedicara al policial y al fantástico, hizo que esos géneros sean los aceptados como la «alta literatura», dejando a la ciencia ficción en una segunda categoría. Sin embargo, hay autores como Elvio Gandolfo que han hecho grandes obras. Yo no tengo imaginación para hacer eso, pero me parece que es una posibilidad.
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— ¿Cómo te movés de la literatura infantil y juvenil a la literatura para un público adulto?
— Cuando te ponés a escribir, ya sabés quién va a ser tu público. Sinceramente escribir para chicos no es lo que más disfruto, sí la empiezo a pasar bien cuando es para jóvenes. Es mucho más fácil una novela de 500 páginas para adultos que un cuento de 10 páginas para chicos.
Sinceramente escribir para chicos no es lo que más disfruto, sí la empiezo a pasar bien cuando es para jóvenes. Es mucho más fácil una novela de 500 páginas para adultos que un cuento de 10 páginas para chicos.
— Hace poco, hablando con María Teresa Andruetto, me señalaba que la diferencia no estaba en el tema, sino en cómo se dice. ¿Vos cómo ves eso?
— No, claro, creo que mi novela más política es El equipo de los sueños. No sé si en una novela para adultos me hubiera animado a publicar el listado de los chicos asesinados por la policía bonaerense desde el retorno de la democracia. También me permito hacer chistes internos que se entienden dentro de ese rango de edad, como la aparición de una actriz porno. El lector adolescente está preparado para leer esa literatura con problemática de adultos. El aborto, el sexo, las drogas, todo eso puede ser tratado en una novela juvenil. Hay muchos autores argentinos que lo vienen haciendo.
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— ¿Cómo ves el escenario actual de la literatura argentina?
— Un panorama que tengo es que, hace más o menos 15 años, la literatura argentina encontró un público que se había perdido: en los 60´s, 70’s, nuestros libros se vendían muchísimo. La dictadura rompe con eso en gran parte y en los 90’s hubo un cierto desprecio por ese público lector, lo que hacía que hubiera best sellers de 300 ejemplares. Después del 2000, las editoriales chicas empiezan a entender que esos libros sí funcionaban e imitaban a las bandas de rock: ir construyendo un público propio, que garantice la venta de 100, 200 ejemplares y que puede crecer con el boca en boca. Casos como los de Selva Almada, que surge de una editorial chica y se hace conocida, son muy positivos. Eso hace que la literatura argentina sea muy leída y que tenga cierta proyección internacional.
— En esa dirección, el contraste de reeditar Filo con Alfaguara (del grupo Penguin Random House) y Las griegas con Odelia, ¿es una decisión tuya de apostar esos sellos más chicos?
— Sí, totalmente. Con Odelia yo tengo un compromiso más personal si se quiere: superé todas mis fobias habituales y fui a firmar libros por que sé que necesitan vender ejemplares para publicar nuevos libros de otros autores. Después de años de publicar en editoriales grandes, volver a los orígenes de las editoriales independientes es motivador, porque ves lo que los sellos grandes no hacen de la misma manera.
Después del 2000, las editoriales chicas empiezan a entender que esos libros sí funcionaban e imitaban a las bandas de rock: ir construyendo un público propio, que garantice la venta de 100, 200 ejemplares y que puede crecer con el boca en boca.
— A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
— No, lo único que necesito es tener tiempo básicamente, tener horas libres por delante. Eso no quiere decir que las vaya a utilizar todas, pero necesito tener tiempo para mí. Las obligaciones me sacan de eje. Durante mucho tiempo, antes de escribir, jugaba a algún juego en la computadora, como el Age of Empires.
— ¿Eso en qué te ayudaba?
— A despejar la mente y a sentarme. Ya que estoy ahí, no me cuesta tanto ponerme a escribir. Me saca las preocupaciones de la mente. Otra cosa que hago es armar la banda de sonido de los libros, que influye en lo que escribo.
— Por último, para alguien que da sus primeros pasos en la literatura, ¿qué consejos le darías?
— Lo más básico es leer: todo escritor es un buen lector, sin importar qué género sea. Si no te interesa la lectura en ninguna de sus formas, es que quizás no encontró la forma correcta de contar una historia: puede ser fotógrafo, director de cine o la pintura. No es necesario leer La Odisea, pero si no leés nada, es complicado. Por otra parte, lo más importante es la falta de compromiso que tenés con el mundo cuando te ponés a escribir, hacer lo que se te cante, sin atarte a nada. Por último, es importante encontrar lectores generosos, sinceros, que vean lo que escribimos, No hace falta que sean más de cinco, pero eso te ayuda a encontrar tu propia voz.