Vidé/la vuelta móvil es la tercera versión de un texto escrito por Vicente Muleiro en 2009. Esta vez la dirección quedó en manos de Carlos March, quien también interpreta a Biondi (el personaje en el cual se condensa toda la comicidad de este grotesco). Carlos Vignola encarna a Vidé, la caricatura perversa del dictador Jorge Rafael Videla. La pieza gira en torno a la obsesión del milico por tener una muerte digna; en esa empresa intervendrá Biondi con su arsenal de gestos, palabras y situaciones desopilantes. La Primera Piedra charló con los artistas después de la segunda función y esto nos cuentan.
La pieza escrita por Vicente Muleiro se estrenó en 2009 con el título de Vidé/la cinta fija, interpretada por Marcelo Mazzarelo y Marcelo D’Andrea. Tras la muerte de Videla se hizo una nueva versión en El Calibán bajo la dirección de Norman Briski, esta vez con las actuaciones de D’Andrea en la piel de Vidé y Carlos March en el rol de Biondi. Hoy el texto regresa al Teatro El Alambique (Griveo 2350) como Vidé/la vuelta móvil, de la mano de March y Vignola.
“Recuerdo que en un ensayo, Norman hizo un comentario que se refería (hipotéticamente) al intento de un sector de nuestra sociedad de volver a colgar el cuadro de Videla en la ex ESMA en un futuro cercano. Me estremeció la sola idea de imaginar que fuese posible. Hoy siento que su metafórica reflexión no está lejos del imaginario de ese sector, tal vez minoritario, pero siempre deseoso de cumplir esa espantosa ‘vuelta’ al pasado”. Estas son algunas de las palabras de Carlos March —director y actor de esta puesta— que circulan en la gacetilla de prensa del reestreno.
En esta pieza vemos a dos actores en acción, pero detrás de ellos habita una multiplicidad de personajes. Vidé(la) (Carlos Vignola) es quien primero irrumpe en escena: postura erguida, bigotes prolijos, palabras golpeadas y tono autoritario. “Una paz digna de ser morida”, repite con frenesí militar. Resulta curioso que la palabra “paz” aparezca tantas veces en boca de una de los personajes que más atentó contra ella. Después, desde las profundidades de un sótano que bien podría ser el infierno mismo, emerge Biondi (Carlos March) con sus múltiples caras.
La ductilidad de estos actores hace que en la pieza puedan apreciarse las diversas aristas de una sociedad macabra, con sus inevitables contradicciones: el espectador se incomoda, luego ríe, y más tarde —inevitablemente— tendrá que reflexionar para buscarse entre los hilos que mueven a esos personajes. Vidé es un ser maquiavélico, pero el espejo en el cual se refleja no resulta menos trágico. March despliega un arsenal de recursos para componer ese abanico de matices que es Biondi: su trabajo es asombroso y exquisito de ver. Vignola interpreta a un único personaje, pero en esa construcción también pueden vislumbrarse muchos de los sectores que apoyaron el ascenso al poder de asesinos y torturadores.
— ¿Cómo fue darle al texto esta vuelta de tuerca?
— Esta vuelta tiene que ver con las mismas circunstancias sociopolíticas que nos llevaron a entender que esto había que seguir haciéndolo, casi por una obligación y por una necesidad del grupo de expresarse desde este lugar con lo que sabemos hacer — señala March ya sin maquillaje en su rostro y acodado en una de las mesitas del bar de El Alambique.
— ¿Cuál fue el mayor desafío?
— Lo más complicado fue sacar la obra de El Calibán: esta puesta se había hecho para ese espacio, que es un lugar muy especial con recursos bien específicos del teatro; todo se había construido alrededor de esos elementos. Y también estuvo el desafío de la reposición: me hice cargo de esta dirección tratando de mantener la esencia que Norman le había dado en aquella primera versión.
La obra fue escrita en 2009, pero hoy tiene más vigencia y más resignificación que en ese momento.
— La obra es un grotesco. ¿Qué posibilidades otorga el género?
— Muchísimas. Cada vez voy encontrando cosas nuevas. La obra me va llevando a mí; yo sólo hago mi trabajo. Cuando tenés un equipo sólido, idóneo, el trabajo te va envolviendo y vas descubriendo cosas en varios planos: lo técnico, la disciplina actoral, la impronta y la realidad misma que alimenta el trabajo. La obra fue escrita en 2009, pero hoy tiene más vigencia y más resignificación que en ese momento. Por aquel entonces nadie podía pensar que el país iba a pasar por esta situación. Nosotros querríamos no tener que hacer esta obra, pero creemos que es necesario.
— ¿Sentís que el teatro es hoy un espacio de resistencia, una trinchera?
— Absolutamente. Para nosotros los teatristas es un lugar de respiro, de aire, de lucha, de solidaridad y conciencia cívica, y la gente que asiste también lo vive de esta manera. El teatro independiente siempre fue así: en los momentos más críticos tuvo un rol preponderante porque es un espacio de conexión muy fuerte con el público.
Carlos Vignola trae una silla de las mesitas aledañas y se suma al fogón.
— ¿Cómo te llegó el proyecto y cómo fue tu encuentro con el texto?
— El proyecto me llegó por una amiga en común con Carlos. Cuando terminé de leer la obra en mi casa dije: “¡Guau! ¿Y esto cómo se hace?”. A medida que iba leyendo la obra, la veía. Eso no siempre nos pasa a los actores. El texto me pareció fuerte, muy duro, bien directo, palo y a la bolsa: no hay demasiadas sutilezas ahí.
— ¿Qué sentís que se genera en el público?
— Bueno, recién es mi segunda función pero vi a un público muy atento y la risa funciona como un alivio, una descarga. El día del estreno fue muy fuerte. A mí me gusta esto de tener a los espectadores cerca y poder mirarlos a los ojos. En la función anterior le sostuve la mirada a un muchacho que estaba con una sonrisa y se le desdibujó completamente; eso es lo que genera Vidé. Pobre, a veces puede resultar incómodo que te miren desde el escenario.
Para componer este personaje utilicé muchos recuerdos de la colimba, porque yo tuve que hacer el servicio militar en el ’79, en plena dictadura. Así que finalmente me sirvió para algo (risas).
— ¿Cuál fue el mayor desafío de enfrentarte a un personaje de estas características?
—Acá es un personaje de ficción pero lamentablemente existió, y en estos casos los actores tendemos a defendernos para despegarnos de la persona, como advirtiéndole al público: “Miren que yo no pienso así, no adhiero a eso”. Y esta postura a veces puede atentar contra el trabajo.
— ¿Qué cosas tuyas le prestaste a Vidé?
— Uno siempre construye los personajes a partir de uno mismo; es una fantasía eso de que incorporás algo que te viene desde afuera. Uno le pone las cosas que son de uno: el milico o el facho que todos llevamos dentro, por más que yo no adhiera a su pensamiento. Y para componer este personaje utilicé muchos recuerdos de la colimba, porque yo tuve que hacer el servicio militar en el ’79, en plena dictadura. Así que finalmente me sirvió para algo (risas). También utilicé muchos fragmentos del libro El dictador escrito por Vicente [Muleiro]: ahí, por ejemplo, cuenta que el padre de Videla no se sacaba el uniforme ni siquiera en la casa.
Un texto contundente. Actuaciones memorables. Personajes poderosos. Recursos ingeniosos de una pureza teatral exquisita (luces, vestuarios, maquillaje y un dispositivo escenográfico monumental para las habituales condiciones del teatro independiente). Estos son los condimentos de una puesta ambiciosa y muy bien lograda no sólo en su aspecto técnico y formal sino —y sobre todo— en el amasado de las actuaciones y en el trabajo minucioso con el lenguaje. Hoy más que nunca es necesario arrimarse al Teatro El Alambique para recordar y esquivar otra vuelta a nuestro peor pasado, porque hay cuadros que no pueden volver a colgarse NUNCA MÁS.