Dolor. Bronca. Necesidad de salir a las calles y gritar. Todo eso frente a una certeza: la muerte de Santiago Maldonado y un pedido por Justicia que atraviesa todo el cuerpo, que perfora todos los cuerpos. La realidad de una represión en una protesta que desemboca en una desaparición y posterior asesinato. Y, en paralelo, elecciones. Elecciones que hablan de una supuesta democracia que ni Santiago ni muchos jóvenes de sectores vulnerables la sintieron como tal. (Fotos: Gustavo Yuste)
Conmoción. Aún se siente la angustia, el dolor y la bronca por la desaparición forzada y posterior muerte de Santiago Maldonado. Sí, su muerte. Tras 80 días de búsqueda e incertidumbre se encontró el cuerpo del joven en el río Chubut y se pudo confirmar algo ante tanta desolación. Frente a esto, muchas preguntas se hacen presentes para determinar qué sucedió con Santiago tras ser perseguido por Gendarmería Nacional en el operativo represivo en la comunidad mapuche, porque, no vamos a dejar de decirlo, Santiago estaba vivo antes de la represión. También es necesario insistir: el Estado y el gobierno son responsables de todo lo que haya sucedido después, inclusive su muerte.
El Estado es responsable. El Estado argentino nunca dejó de reprimir -si es que alguna vez no lo hizo- tras la dictadura cívico-militar. A 41 años, las modalidades siguen siendo las mismas: persecución, desaparición, tortura y muerte. La represión, orientada durante el genocidio a los militantes políticos, obreros, estudiantes, entre muchos colectivos, con la llegada a la democracia se reconfiguró. Los sectores más vulnerables fueron el objetivo predilecto de la represión estatal que con el pasar de los años se volvió cada vez más sistemática y cotidiana. La represión también se hizo presente en democracia para desmovilizar, criminalizar y matar la protesta social: Dario Santillán, Maximiliano Kosteki, Carlos Fuentealba, Mariano Ferreyra y, ahora, Santiago Maldonado son los nombres que señalan a un Estado asesino.
El gobierno de Mauricio Macri es responsable. Desde el primer día de la desaparición de Santiago Maldonado, el gobierno nacional con sus funcionarios colaboraron en encubrir y no investigar la única hipótesis concreta: su desaparición forzada en manos de Gendarmería Nacional, fuerza comandada por Patricia Bullrich, ministra de Seguridad. A su vez, mediante los testimonios y las pruebas se conoció que Pablo Noceti, jefe de Gabinete del ministerio de Seguridad estuvo presente y comandó el operativo represivo a la comunidad mapuche. Es decir, las órdenes para llevar adelante la represión fueron dadas desde el mismo gobierno. En otras palabras: la desaparición y posterior muerte, se dio tras la represión y persecución política a una comunidad. El gobierno nacional nunca asumió su responsabilidad e hizo todo lo posible por encubrir el accionar represivo.
«Santiago Maldonado presente, ahora y siempre». Esa consigna que, de alguna forma, muchos se mostraban reacios a entonar por la carga simbólica que implica en la militancia argentina se mantuvo hasta ayer. 80 días después y, ahora, con la certeza de la muerte de Santiago Maldonado se hace carne. Esa expresión como forma de resistencia. Palabras que mantienen en el presente a los desaparecidos que sembró la dictadura genocida en todo el país y, también, a los desaparecidos que el aparato represivo genera en democracia. Pero también como forma de mantener vivos a todos aquellos que sufren al aparato represivo estatal con sus cuerpos y resistir frente a la desolación de cada muerte. Hoy, es una de las formas que busca mantener vivo a Santiago en la memoria del pueblo.
El camino por justicia frente a esta nueva muerte en manos del aparato represivo del Estado va a ser largo, quienes luchan y obtienen pequeñas victorias judiciales lo saben. También saben que la única forma de lograrlo es mediante la movilización, la lucha y el repudio constante a un Estado que no hace más que encubrirse así mismo. Por eso, la noticia de Santiago, un joven que no sobrevive a una protesta obliga a salir, a sacar el miedo de los cuerpos y, sobre todo, a no desmovilizar. Quizás no haya nada más peligroso que la quietud frente a un Estado asesino, que mató en dictadura y también lo sigue haciendo en democracia.
Frente a todo esto, mañana hay elecciones legislativas en todo el país. Un hecho que, a priori, plantearía la vigencia de una democracia que ni Santiago ni muchos jóvenes de sectores vulnerables, de 1983 a la fecha, la sintieron de forma plena. Después de todo, ¿se puede llamar democracia cuando los Derechos Humanos están lejos de ser respetados, garantizados y preservados desde el Estado? ¿Cuándo en vez de que el Estado los provea, sea el que los viola? ¿De qué democracia se puede hablar cuando la represión estatal posterior a la dictadura cívico-militar ya mató a más de 5.200 personas?
Todos los gobiernos constitucionales apañaron por acción u omisión la represión estatal de las fuerzas de «seguridad», de igual forma los elegidos para representar el Poder Legislativo. Entonces, ¿es el voto la herramienta que representa que el país vive en una democracia? o, mejor dicho, ¿puede un voto cambiar toda esta lógica represiva? Las preguntas encierran más dudas: si el voto representa el acto democrático por excelencia, pero en paralelo el pueblo que debe llevarlo adelante es masacrado por la represión, ¿qué significa la democracia?
Santiago y la bronca por su muerte debe servir de guía para luchar por justicia y para repudiar al Estado asesino que encubre la represión en democracia. Pero, también debe movilizar para entender que además del voto, que tanta sangre también se derramó por obtenerlo, es necesario salir a las calles y dejar de naturalizar la represión estatal que mata. Dejar de ser indiferentes y enfrentar al gobierno, los funcionarios y todas las instituciones del Estado que no solo permiten que persistan estas practicas, sino que las encubren y las apañan: más de 200 desaparecidos en democracia, miles de jóvenes asesinados por las fuerzas de «seguridad» ni Santiago Maldonado van a poder elegir votar este domingo.